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El hercúleo trabajo proseguía, la pala temblaba bajo el agua, pero era arrastrado a pesar de todo. Al fin se rindió; cerró más el ángulo de abordaje, y sumó sus últimas fuerzas para alcanzar el borde de la canal, que rasaba los peñascos del Teyucuaré. Durante diez minutos el pescador de vigas, los tendones del cuello duros y los pectorales como piedra, hizo lo que jamás volverá a hacer nadie para salir de la canal en una creciente, con una viga a remolque. La guabiroba se estrelló por fin contra las piedras, se tumbó, justamente cuando a Candiyú quedaba la fuerza suficiente-y nada más,-para sujetar la soga y desplomarse de boca.

Solamente un mes más tarde tuvo míster Hall sus tres docenas de tablas, y veinte segundos después,-ni más ni menos-entregó a Candiyú el gramófono, incluso veinte discos.

La firma Castelhum y Cía., no obstante la flotilla de lanchas a vapor que lanzó contra las vigas-y esto por bastante más de treinta días-perdió muchas. Y si alguna vez Castelhum llega a San Ignacio y visita a míster Hall, admirará sinceramente los muebles del citado contador, hechos de palo rosa.