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– ¿Yasir Mubak es de fiar? -preguntó Alfred.

– Sí, desde luego que sí. Es cuñado de un empresario alemán, nazi como nosotros, que ha hecho grandes servicios al Reich. Yasir y el resto de la familia simpatizan con nuestra causa y nos han prestado su ayuda de manera incondicional. Podemos confiar en Yasir como en nosotros mismos -le aseguró el comandante Wolter.

– ¿Trabaja para nosotros?

– Colabora con nosotros, nos da mucha y buena información. Yasir tiene su propia red de agentes repartidos por todo Oriente Próximo. Es un comerciante y asegura que un comerciante tiene que estar bien informado. Su colaboración es gratuita, jamás ha aceptado dinero.

– No me gustan los hombres que no cobran por su trabajo -dijo Tannenberg.

– Es que él no trabaja para nosotros, trabaja con nosotros, ésa es la diferencia, capitán.

– ¿Y su familia?

– Yasir está casado, tiene cinco o seis hijos, varias hermanas y hermanos, unos padres ya ancianos y un sinfín de tíos, primos y demás parientes. Si le cae bien algún día le invitará a que entre en su santuario familiar, le aseguro que es toda una experiencia.

– He conocido a su hermana Alia.

– ¡Ah, sí, Alia! Es una mujer peculiar, la solterona de la familia, ayuda a Yasir en el negocio puesto que habla inglés y alemán. Lo aprendió en Hamburgo, estuvo allí haciendo de tía solterona con los cuatro hijos de su hermana.

– ¿Solterona?

– Tiene treinta años y en Egipto si una mujer llega a esa edad sin casarse difícilmente encontrará marido, salvo que su familia le dé una dote extraordinaria. Pero ella no parece preocupada por quedarse soltera; además, aquí la encuentran un poco rara, no se quiere vestir como las demás mujeres, y no es bien vista por eso, aunque nadie se atreve a decir nada porque Yasir es un hombre bien relacionado con los jerarcas del Gobierno.

Alfred Tannenberg escuchó con atención la información que le daba el comandante Wolter sobre la familia Mubak; luego los dos hombres hablaron del futuro inmediato y del papel que el propio Alfred podía desempeñar en el servicio secreto de las SS en Egipto.

Los días posteriores, el capitán Tannenberg fue tejiendo su propio plan de acción. Las noticias que llegaban de Alemania eran contundentes, los aliados estaban cada vez más cerca de ganar la guerra y entre la comunidad internacional que en esos días abarrotaba los mejores hoteles de El Cairo tampoco había dudas: con la derrota de Alemania comenzaba una era nueva.

Una tarde en que Tannenberg visitó a Yasir en el edificio de Jan el Jalili, le hizo abiertamente dos propuestas.

– Yasir, amigo mío, discúlpeme si le ofende lo que voy a decirle, pero me gustaría tener su permiso para cortejar a Alia. Mis intenciones son claras como el agua: si ella quiere y su familia nos da su bendición, para mí sería un honor que se convirtiera en mi esposa.

Yasir se quedó mirándole asombrado. No podía entender que aquel hombre bien parecido, que además disponía de fortuna personal, se hubiera fijado en su querida hermana. Alia no era atractiva, pensó, ni destacaba por nada salvo por su conocimiento del inglés y del alemán, además de haber aprendido a escribir a máquina. Él dudaba que fuera a ser una buena esposa y en la familia ya se habían resignado a que Alia se quedara soltera, y, de repente aquel alemán le pedía permiso para cortejarla, ¿por qué?, se preguntó.

– No haré nada sin tu consentimiento -le dijo Tannenberg, al ver aflorar la duda en la mirada de su nuevo amigo.

– Hablaré con mi padre, es él quien tiene que darle permiso. Si mi padre quiere considerar su propuesta, se lo haré saber.

Pero a Yasir aún le quedaba otra sorpresa.

– Bien, amigo mío, ahora me gustaría que habláramos de negocios. Quiero poner en marcha una empresa… una empresa de antigüedades, y también quiero financiar excavaciones arqueológicas, ya sabe que soy arqueólogo, bueno, lo era antes de la guerra.

En el tiempo que llevaba en El Cairo Tannenberg había sopesado qué tipo de hombre era Yasir Mubak, llegando a la conclusión de que al comerciante lo único que le importaba era ganar dinero, cuanto más mejor. Con la ayuda de Yasir podría llevar a cabo algunas de sus ideas, en realidad podría cumplir con el objetivo compartido con sus camaradas, con Georg, Franz y Heinrich: saquear los tesoros arqueológicos de Oriente y ponerlos a la venta, y estaba seguro de haber encontrado en Yasir al socio adecuado para la empresa.

Después de cinco horas, durante las cuales Yasir exigió que nadie le molestase, llegaron a un acuerdo para formar una compañía dedicada a las antigüedades. Yasir continuaría con sus negocios y sería socio de Tannenberg en el que el capitán quería poner en marcha. Los contactos del uno junto a las ideas del otro podían hacerles aún más ricos de lo que eran; además, tenían algo en común: carecían de escrúpulos.

La respuesta del padre de Alia y Yasir le llegó una semana después a través de una nota enviada por el anciano, en la que le invitaba a almorzar el siguiente viernes con su familia.

Alfred Tannenberg sonrió satisfecho. Las cosas no podían irle mejor: acababa de poner un negocio en marcha y además iba a casarse. La boda con Alia tenía muchas ventajas, entre otras que él pasaría a formar parte del clan Mubak y eso le supondría estar bajo la protección de una de las familias principales de Egipto, e iba a necesitar protección ahora que la guerra estaba en su fase final. Asimismo, ser socio de Yasir le abriría las puertas en todo Oriente, donde podrían desconfiar de un extranjero, pero no de un miembro de la respetada familia Mubak.

La ventaja de vivir una época extraordinaria como la de la guerra le permitió convencer al padre de Alia para no retrasar demasiado la boda, pero aun así tuvo que aceptar dejar pasar unos meses.

El día en que el comandante Wolter le telefoneó para informarle del suicidio de Hitler se sorprendió a sí mismo pensando que tanto le daba, y que su única preocupación era la situación que debían afrontar los SS que estaban en Egipto y en otros lugares de Oriente. Pero el comandante Wolter le recordó que pondrían en marcha los planes previstos y pasarían a la clandestinidad; tenían documentación falsa y dinero para ello. La guerra había llegado a su fin y los aliados se habían encontrado con que el infierno existía en la tierra, y no era otro que los campos de concentración sembrados por Alemania, Austria, Polonia… por todos aquellos países en los que Hitler había puesto la bota.

– Sin los malditos norteamericanos no nos habrían vencido -se quejó el comandante Wolter.

– Empezamos a perder la guerra en Rusia, Hitler se equivocó, calibró mal a Stalin -le respondió Alfred.

– Me pregunto por qué Norteamérica no ha entendido a Hitler -insistió Wolter.

Alfred Tannenberg sopesó con Yasir y con Wolter si debía o no adoptar una nueva identidad. El comandante Wolter le instó a que lo hiciera; Yasir por su parte dijo que nadie le iría a buscar a Egipto, y que a su padre no le gustaría que una de sus hijas se casara con un hombre con identidad falsa. El argumento decidió a Alfred a seguir llamándose Tannenberg. Sabía que corría riesgos, pero coincidía con Yasir en que en Egipto podría sobrevivir con su propia identidad.

Un año después de acabada la guerra, Alfred Tannenberg ya se había casado con Alia Mubak y, lo que era mejor, los negocios empezaban a irle mejor de lo que esperaba. Había logrado ponerse en contacto con Georg que, bajo la protección de su tío, comenzaba a tejer su nueva vida en Estados Unidos. Heinrich estaba en Madrid disfrutando de su nueva identidad, bajo el manto protector del régimen de Franco, y Franz se mostraba exultante en Brasil, donde la red de las SS había demostrado ser harto eficaz para proteger a los suyos. Claro que aún debería pasar un tiempo antes de que el negocio del robo de antigüedades, tal y como lo habían concebido, empezara a funcionar, pero Tannenberg estaba haciendo lo que creía necesario, que consistía en empezar a buscar los objetos que pondrían en el mercado cuando llegara el momento oportuno.

Yasir le presentó a las personas adecuadas, ladrones de tumbas que conocían el Valle de los Reyes como la palma de la mano. Pero fue él, el propio Tannenberg, quien aplicando sus conocimientos de historia antigua hizo un plan detallado para financiar excavaciones en Siria, Jordania, Irak… sobre todo puso especial empeño en dirigir personalmente un equipo que se puso a trabajar en Jaran.

Soñaba con encontrar las tablillas de Abraham, las tablillas escritas por aquel Shamas que relataban las historias contadas por Abraham.

Tannenberg contagió a Alia de su pasión por las tablillas bíblicas y convenció a Yasir de la importancia de la empresa.

Aquellas tablillas eran su obsesión, el motor principal de su vida; estaba convencido de que el día que las reuniera todas, ese día, entraría por la puerta grande en la historia y a nadie le importaría lo que hubiese sido. No es que se arrepintiera de nada de lo hecho en Mauthausen, todo lo contrario, pero era consciente de que las potencias aliadas querían ver juzgados a todos aquellos que habían trabajado en los campos. A él le buscarían, pero pronto se dio cuenta de que no con el suficiente empeño y, como decía Yasir, nadie iría a buscarle a Egipto.

En Egipto, más tarde en Siria y en Irak, encontró un refugio seguro al igual que muchos de sus camaradas. Del juicio de Nuremberg fue sabiendo mientras excavaba de nuevo en Jaran soñando en encontrar las tablillas sobre la Creación del mundo. Allí en Jaran Alia concibió a su hijo Helmut, mientras su rastro se perdía entre las arenas de los desiertos de Oriente Próximo.