¿Estuvo bien este último "cascado" de Alexis, el transeúnte boquisucio? ¡Claro que sí, yo lo apruebo!

Hay que enseñarle a esta gentuza alzada la tolerancia, hay que erradicar el odio. ¿Cómo es eso de que porque uno se tropieza con otro en una calle atestada le van soltando semejantes vulgaridades? No es la palabra en sí (porque los maricas son buenos en esta explosión demográfica): es su carga de odio. Cuestión pues de semántica, como diría nuestro presidente Barco, el inteligente, que nos gobernó cuatro años con el mal de Alzheimer y le declaró la guerra al narcotráfico y en plena guerra se le olvidó. "¿Contra quién es que estamos peliando?" preguntó y se acomodó la caja de dientes (o sea la dentadura postiza). "Contra los narcos, presidente", le contestó el doctor Montoya, su secretario y memoria. "Ah…" fue todo lo que contestó, con esa sabiduría suya. El que no sea capaz de convivir que se vaya: a Venezuela, a ultratumba, a Marte, adonde sea. Sí niño, esta vez sí me parece bien lo que hiciste, aunque de malgenio en malgenio, de grosero en grosero vamos acabando con Medellín. Hay que desocupar a Antioquia de antioqueños malos y repoblarla de antioqueños buenos, así sea éste un contrasentido ontológico.

Pero retomando el hilo perdido del discurso, el hilo de Machado y sus meditaciones trascendentales sobre el ojo, volvamos a los del muerto para preguntarnos: ¿por qué será que no los cierran? Abiertos, brillantes todavía de rabia mala, siguen reflejando sin parpadear al corrillo alegre, a la chusma vil que se arremolina en torno. Una vez, a uno, por caridad, se los quise cerrar para que no viera tanto alborozo, pero se le volvían a abrir como los de esos viejos muñecos de hace años que decían: "Mamá".

¿Difuntos? ¡Difuntos los que aquí hacemos! En el barrio de Aranjuez, la cuna de los Priscos que fueron la primera banda de sicarios, los que iniciaron la profesión, los pioneros, y que como tales ya están todos cascados, muertos, en el parque de ese barrio digo, estaba yo con Alexis (o si prefieren él conmigo) esperando a que abrieran la iglesita de San Nicolás de Tolentino para conocerla, cuando me volví a encontrar con El Difunto. Meses hacía que no lo veía, y lo noté muy recuperado, muy "repuesto". "Ábranse -nos dijo-, que los van a cascar". "Carambas, si alguna sospecha tengo yo a estas alturas del partido, parcero, es que soy más incascable que vos -le contesté-. Pero gracias por la advertencia". ¡El Difunto! Así llamado porque en un salón de billares lo encendieron a plomo y le empacaron cuatro tiros y murió pero no: cuando estaban en el velorio borrachos los parceros, abrazados al ataúd y cantándole "Tumba humilde" con un trío, tumbaron el ataúd, que al caer se abrió, y al abrirse salió el muerto: fue saliendo El Difunto pálido, pálido, dicen, y que con una erección descomunal. Esto, en términos psicoanalíticos, yo lo llamaría el triunfo de Eros sobre Thánatos. ¡Pero qué carajos, si el psicoanálisis está más en bancarrota que Marx!

Al Difunto también me lo regalaron, recién salido del ataúd, y no eran sino los restos de lo que fue, del joven fornido y sano. Y ahora exangüe, anémico, fantasmal… ¡Pero qué, quién se resiste a acostarse con el ahijado de la Muerte! Siempre es bueno tener abogados que intercedan por uno ante tan caprichosa señora. ¿Pero a santo de qué estoy hablando de éste? Ah, porque dizque nos iban a matar en Aranjuez, un barrio alto pero muy bajo: alto en la montaña y bajo en mi consideración social. Ahí, cuando yo nací, terminaba esta ciudad delirante. Ahora ahí empiezan las comunas, que son la paz.

Nos levantamos de la banca del parque y dimos una somera vuelta por detrás de la iglesia tras despedirnos, por supuesto, del Difunto. Al regresar ahí estaban: bajándose de una moto, en el atrio, pensando que estábamos adentro pero no, estábamos afuera, y detrás de ellos. Sin muchas averiguaciones, ipso facto, en plena calle, Alexis les hizo lo mismito que otros le habían hecho al Difunto en el salón de billares: los encendió a bala. Estos difuntos, sin embargo, hasta donde yo sé, no regresaron nunca de su oscuro reino. Ahí están todavía esperándome, a mí con mis dudosos lectores.

¿Qué cómo llegué a saber, a confirmar? Hombre, de lo más simple, de lo más sencillo, de lo más fácil: lo dijo el taxi. Llevaba el radio prendido cacariando, el asqueroso, cuando tras la noticia de otra matazón dieron la de ésta: que dos víctimas más, inocentes, de esta guerra sin fin no declarada, habían caído acribillados en el atrio de la iglesia de Aranjuez cuando se dirigían a misa, por dos presuntos sicarios al servicio del narcotráfico. ¿Yo un presunto "sicario"? ¡Desgraciados! ¡Yo soy un presunto gramático! No lo podía creer. Qué calumnia, qué desinformación. A ver, ¿quién me pagó? ¿Qué narcotraficante conozco yo como no sea nuestro embajador en Bulgaria porque salió en el periódico? ¿Sicario el que se defiende? ¿Qué policía había que nos defendiera a nosotros cuando nos iban a matar? De haber habido, nos habrían detenido para extorsionarnos. Pero no, andaban extorsionando en el centro.

En la agonía de esta sociedad los periodistas son los heraldos del enterrador. Ellos y las funerarias son los únicos que se lucran. Y los médicos. Ése es su modus vivendi, vivir de la muerte ajena. En Italia a los periodistas los llaman "i paparazzi", o sea los papagayos; estos de aquí son buitres.

¡Y vuelta a ese apartamento vacío con una cama! La cama para el amor sólo sirve los primeros días; después el amor debe nutrirse de otras fuentes. ¿Cómo por ejemplo cuáles? Como por ejemplo digamos, montar una empresita juntos. Lo de la empresita lo pensé y lo deseché: ¡qué empresa va a prosperar aquí con tanta prestación, jubilación, inseguridad, impuestos, leyes! Impuestos y más impuestos pa que a la final nu haiga ni con qué tapar un hueco. El primer atracador de Colombia es el Estado.

¿Y una industrica? La industria aquí está definitivamente quebrada: para todo el próximo milenio. ¿Y el comercio? Los asaltan. ¿Y servicios? ¡Qué servicios! ¿Poner una casa de muchachos? No los pagan. El campo también es otro desastre. Como está tan ocupado en la procreación, el campesino no trabaja. ¿Y de qué viven? Viven del racimo de plátanos que le roban al vecino, hasta que el vecino no vuelve a sembrar. No, el amor aquí no tiene alicientes. Es una chimenea sin leños que se mantiene como por milagro, ardiendo apagada.

Si por los menos Alexis leyera… Pero esta criatura en eso era tan drástico como el gran presidente Reagan, que en su larga vida un solo libro no leyó. Esta pureza incontaminada de letra impresa, además, era de lo que más me gustaba de mi niño. ¡Para libros los que yo he leído! y mírenme, véanme. ¿Pero sabía acaso firmar el niño? Claro que sí sabía. Tenía la letra más excitante y arrevesada que he conocido: alucinante que es como en última instancia escriben los ángeles que son demonios. Aquí guardo una foto suya dedicada a mí por el reverso. Me dice simplemente así: "Tuyo, para toda la vida", y basta. ¿Para qué quería más? Mi vida entera se agota en eso.

Saliendo de conocer la iglesia de Robledo (un galponcito desangelado en donde a duras penas se para mi Dios), decidimos seguir pendiente arriba en busca de un mirador en la montaña para divisar a Medellín, para apreciarlo en su conjunto con la objetividad que da la distancia, sin predisposiciones ni amores. A mano izquierda subiendo, en una finquita vieja, un rodadero con un platanar seco, abandonado, leíase el siguiente anuncio en mayúsculas torcidas y desflecadas, como para cartel de Drácula:

SE PROHIBE ARROJAR CADÁVERES.

¿Se prohibe? ¿Y esos gallinazos qué? ¿Qué era entonces ese ir y venir de aves negras, brincando, aleteando, picoteando, patrasiándose para sacarle mejor las tripas al muerto? Como un niño travieso, haga de cuenta usted, jalándole la cuerda a un payasito de cuerda que ya no hará más payasadas en esta vida. ¿El cadáver de quién? ¡Y yo qué sé! Nosotros no lo matamos. De un hijo de su mamá.

Cuando pasábamos ya estaban ahí, y en plena fiesta los gallinazos e invitando más. Lo tostaron y ahí lo tiraron violando el anuncio, de donde se deduce que: mientras más se prohibe menos se cumple. ¿Sería en vida una bellecita? ¿O un "man" malevo? "Man" aquí significa como en inglés, hombre. Nuestros manes, pues, no son los espíritus protectores. Por el contrario, son humanos e hideputas, como dijo Don Quijote.

Dije arriba que no sabía quién mató al vivo pero sí sé: un asesino omnipresente de psiquis tenebrosa y de incontables cabezas: Medellín, también conocido por los alias de Medallo y de Metrallo lo mató.

¿Que si tiene el país cosas buenas? Pero claro, lo bueno es que aquí nadie se muere de aburrición. Va uno de bache en bache desquitándole al atracador y al gobierno. Compañero, amigo y paisano: no hay ave más hermosa que el gallinazo, ni de más tradición: es el buitre del español milenario, el "vultur" latino. Tienen estas avecitas la propiedad de transmutar la carroña humana en el espíritu del vuelo. Mejores pilotos nadie, ni los del narcotráfico. ¡Mírenlos sobre el cielo de Medellín planeando! Columpiándose en el aire, desflecando nubes, abanicando el infinito azul con su aleteo negro. Ese negro que es el luto de los entierros… Y aterrizan como los pilotos de don Pablo: en un campito insignificante, minúsculo, cual la punta de este dedo.

"Me gustaría terminar así -le dije a Alexis-, comido por esas aves para después salir volando". A mí que no me metan en camisa de ataúd por la fuerza: que me tiren a uno de esos botaderos de cadáveres con platanar y prohibición expresa, escrita, para violarla, que es como he vivido y como lo dispongo aquí.

Desde el morro del Pan de Azúcar hasta el Picacho vuelan los gallinazos con sus plumas negras, con sus almas limpias sobre el valle, y son, como van las cosas, la mejor prueba que tengo de la existencia de Dios.

En tanto, mientras llamamos a Éste a pedirle cuentas, sigamos ajustándoselas a nuestros paisanos de aquí abajo.

Después de los dos sicarios de Aranjuez con moto ¿quién siguió? ¿Siguió la empleada grosera, o el taxista altanero? Aquí si ya no sé, con esta memoria cansada se me empiezan a embrollar los muertos. ¡Para Funes el memorioso nuestro ex presidente Barco! Como el orden de los factores no altera el producto, que pase primero el taxista altanero. Sucedieron así las cosas: frente a la antigua estación del Ferrocarril de Antioquia (ya desmantelado porque se robaron los rieles), tomamos un taxi entre buses atestados. Pues, para variar, llevaba el taxista el radio prendido tocando vallenatos, que son una carraca con raspa y que no soporta mi delicado oído. "Bájele al radio, señor, por favor", le pidió este su servidor con la suavidad que lo caracteriza. ¿Qué hizo el ofendido? Le subió el volumen a lo que daba, "a todo taco". "Entonces pare, que nos vamos a bajar", le dije. Paró en seco, con un frenazo de padre y señor mío que nos mandó hacia adelante, y para rematar mientras nos bajábamos nos remachó la madre: "Se bajan, hijueputas", y arrancó: arrancó casi sin que tocáramos el piso, haciendo rechinar las llantas.