Si hace dos mil años se le escapó a Egipto el impostor éstos no, ya el Santo Rey estaba curado de engaños. "¡Y no se muevan, hijueputas, ni vayan a mirar porque los mato!" La frase era la misma, exactísima, que había oído tiempo atrás en un asalto, de suerte que nadie tuvo que decirla esta vez en el bus, se fue diciendo sola por el aire.

Como el chofer se tardó unos segundos más de la cuenta en abrirnos la puerta, cuando la acabó de abrir, también, piró: difuntico. ¡Y quedaban dos chumbimbas en el tote para el que no le gustó la cosa! El radio, sin dueño, siguió cantando por él, en su memoria, los vallenatos, que aquí se están volviendo ritmo de muertos.

Esta sociedad permisiva y alcahueta les ha hecho creer a los niños que son los reyes de este mundo y que nacieron con todos los derechos. Inmenso error. No hay más rey que el rey ya dicho y nadie nace con derechos. El pleno derecho a existir sólo lo pueden tener los viejos. Los niños tienen que probar primero que lo merecen: sobreviviendo.

Cuentan que poco antes de mi regreso a Medellín pasó por esta ciudad destornillada un loco que iba inyectando en los buses cianuro a cuanta perra humana embarazada encontraba y a sus retoños. ¿Un loco? ¿Llamáis "loco" a un santo? ¡Desventurados! Dejádmelo conocer para darle más de lo dicho y un diploma al mérito que lo acredite como miembro activo de la Orden del Santo Rey. Ah, y una buena provisión de jeringas desechables, no se le vayan a infectar sus pacientes.

¿Y la policía? ¿No hay policía en el país de los hechos? Claro que la hay: son "la poli", "los tombos", "la tomba", "la ley", "los polochos", "los verdes hijueputas". Son los invisibles, los que cuando los necesitas no se ven, más transparentes que un vaso. Pero el día en que se corporicen, que les rebote la luz en sus cuerpos verdes, ay parcero, a correr que te van a atracar, a cascar, a mandar para el otro toldo. Un japonesito que vino a industrializar a Colombia murió así, sin poderlo creer.

Otro muerto en un bus: un mendigo alzado. Uno de esos basuqueros soliviantados por Amnistía Internacional, la Iglesia católica y el comunismo más los Derechos Humanos, que se la pasan el día entero fumando basuco y pidiendo, exigiendo, con un garrote en la mano: "Que déme tanto, jefe, que hoy no he desayunado. Tengo hambre". "Que te la quite tu madre que te parió", les contesto yo. O el cura papa que es tan buen defensor de la pobrería y la proliferación de la roña humana. ¡Mendiguitos a mí, caridad cristiana! Odiando al rico; pero eso sí, empeñados en seguir de pobres y pariendo más… ¡Por qué no especuláis en la bolsa, faltos de imaginación, desventurados! O montáis una corporación financiera y os vais a Suiza a depositar y a la Riviera a gastar. ¡O qué! ¿Creéis que el mundo se acabó en Medellín y que todo es sancocho? Bobitos, el mundo sigue y sigue, se va redondiando, dando la vuelta hacia las antípodas hasta que llegas, por la parte de abajo de la naranja, en jet propio o primera clase a la Cote d'Azur, donde hay salmón, caviar, páté de foie, y putas de a quinientos dólares que no habéis olido en vuestras míseras vidas.

Bueno, sin más preámbulos se subió uno de estos asquerosos al bus con su garrote y se pronunció tamaño discurso de cuatro cuadras para informarnos que: Que como él era tan buen cristiano y no tenía trabajo, que prefería pedir a andar robando o matando. Y arrancó de puesto en puesto blandiendo su garrote perentorio, recogiendo su cuota. Para que acabara como dijo, como buen cristiano. Cuando llegó a nosotros Wílmar desenfundó su rayo de las tinieblas y le aplicó de limosna su pepita de eternidad en el corazón, no se le fuera éste a dañar el día menos pensado y le diera por robarnos y matarnos… Y curado de basucos y miserias, manu militari, nemine discrepante, minima de malis, entró el pobre, el pobre pobre en el reino del silencio donde reina la más elocuente, la que no habla, ni en español ni en latín ni en nada, la Parca.

Basuqueros, buseros, mendigos, policías, ladrones, médicos y abogados, evangélicos y católicos, niños y niñas, hombres y mujeres, públicas y privadas, de todo probó el Ángel, todos fueron cayendo fulminados por la su mano bendita, por la su espada de fuego. Con decirles que hasta curas, que son especie en extinción.

Se quería seguir con el presidente… "Muchachito atolondrado, niño tonto, ¿no ves que este zángano está más protegido que ni que fuera la reina de las abejas? Déjalo que salga". Pobres de este mundo, por Dios, por la Virgen, por caridad cristiana, abrid los ojos, razonad: Si se cruzan una pareja de enanos ¿qué pasa? Que tienen el cincuenta por ciento de probabilidades, fifty fifty, de que sus hijos les salgan como ellos, midiendo uno veinte. ¡Uno de cada dos hijos les nacerá con el gen de la acondroplasia, enano! Pues una cosa sí os digo, desventurados: que el gen de la pobreza es peor, más penetrante: nueve mil novecientos noventa y nueve de diezmil se lo transmiten, indefectiblemente, a su prole. ¿Estáis de acuerdo en heredarles semejante mal a vuestros propios hijos? Por razones genéticas el pobre no tiene derecho a reproducirse. ¡Ricos del mundo, uníos! Más. O la avalancha de la pobrería os va a tapar.

D'iái, del bus, nos seguimos pal barrio de Boston a que conociera Wílmar la casa donde nací. La casa estaba igual y el barrio igual, tal como los había dejado hacía tantísimos años, como si una mano milagrosa los hubiera preservado, bajo campana de cristal, de los estragos de Cronos. Sólo que lo que no cambia está muerto… "Mira niño, en esta casa, en este cuarto de esta ventana que da a la calle, una noche despejada, estrellada, promisoria, mentirosa, nací yo". Y ahí mismo me quiero morir para redondiar el epitafio, que en mayúsculas latinas ha de decir así, en aposición a mi nombre y a este lado de la puerta: "Vir clarisimus, grammaticus conspicuus, philologus illustrisimus, quoque pius, placatus, politus, plagosus, fraternus, placidus, unum et idem e pluribus unum, summum jus, hic natus atque mortuus est. Anno Domini tal…" Y ahí ponen el año de instalación de la placa, no los de mi nacimiento y muerte porque soy partidario de no meter a la eternidad en cintura entre fechas, como en camisa de fuerza. No. Déjenla que fluya sola, que ella sola se irá pasando sin darse cuenta. Calle del Perú, barrio de Boston, ciudad de Medellín, departamento de Antioquia, República de Colombia, planeta Tierra, Sistema Solar, Vía Láctea y todas las galaxias, en la casa donde nací contra mi voluntad pero donde me pienso morir por mano propia.

Después llevé a Wílmar a conocer la iglesia salesiana del Sufragio donde me bautizaron, y salvo el bautisterio todo estaba igual, sin cambios. El bautisterio, no sé por qué, lo habían eliminado, sellado con un muro de cemento ciego. Mejor. Cuando uno se arrimaba ahí soplaba un chiflón de eternidad, un como vientecito frío, siniestro. Luego le fui explicando a Wílmar, que era un ignorante en religión, los pasajes del Viejo y del Nuevo Testamento que estaban escenificados en el techo. Y bajando la mirada: "¿Ves ese santo que se sonríe ahí, con sonrisita de falsía atroz? Ése es Juan Bosco, corruptor de menores. Yo me le conozco su trayectoria". Y le conté cómo instalaron la estatua actual en reemplazo de la vieja, que se descabezó cuando volvíamos de una procesión en carroza.

La historia sólo yo la sé y nadie más en este mundo. Regresábamos a la iglesia del Sufragio, nuestro punto de partida, manejando el cabrón chofer a toda verraca nuestra carroza cuando ¡pum!, que se enreda en un cable de la luz la estatua, se suelta de su base, y pasando por sobre mi cabeza, rozándome, a punto de matarme, va a dar en vuelo libre contra el pavimento de la calle a romperse la suya. Quedó el santo hecho un lamento, un Nazareno, desastillado, descabezado, como para sacarlo del santoral (porque santo que no es capaz de protegerse a sí mismo ¡qué nos va a proteger a nosotros!).

Esa mañana habíamos desfilado por el centro de Medellín en la procesión del Corpus Christi. Lentamente, pausadamente, a vuelta solemne de rueda, había avanzado nuestra carroza por entre la multitud admirada, incrédula, que se negaba a creer lo que veían sus ojos, que se pudiera dar tanta majestad concentrada en este mundo. En nuestro cuadro pío, inmóvil aunque semoviente, que se deslizaba etéreo por entre las nubes, como navegando sobre un mar de cabezas humanas, yo hacía de misionero salesiano. ¿Me imaginan ustedes a mí, de ocho años, mintiendo así?

Cuánto tiempo no ha pasado y aún no olvido esa mañana en que el delincuente de Juan Bosco me quiso matar. Reconozco, eso sí, que el santo que se descabezó, con todo y lo ñato que era, se veía menos mal que el que entronizaron en su lugar, en su altar, con perfiladita nariz aguileña, griega, y sonrisita marica, falsa, pérfida. Y mientras salía con Wílmar de la iglesia, por asociación de narices se me vino a la memoria ese detective criminal que andaba por Junín persiguiendo maricas y que le decían El Ñato. ¡Cuánto hace que se murió, que lo mataron, también! En el cruce de Maracaibo con la que es hoy Avenida Oriental, disparándole desde una moto…

"Mira Wílmar, fíjate ahora que lleguemos a la estatua, que tiene en el pedestal, entre los leones, el mármol rajado". Y efectivamente, el mármol del pedestal de la estatua de Córdoba del parque de Boston seguía rajado donde indiqué, desde hacía años y para toda la eternidad. Y es que mármol quebrado no se junta, como no se puede reinstalar en su cáscara un huevo frito. "Ese mármol, de una pedrada, yo lo quebré". Y no había tampoco vidrio de casa que resistiera una andanada nuestra de piedras y de maldad. La niñez es como la pobreza, dañina, mala.

Entonces, cuando estábamos en estos razonamientos profundos, que se nos aparece ¿saben quién? ¡El Difunto! "Difuntico, ¿tú por aquí? ¡Qué milagro! ¡Y fuera de tus dominios, en mi barrio de Boston! Yo te hacía ya muerto". Que no, que andaba de vacaciones en La Costa. Que el que sí se murió, esta mañana, fue El Ñato. "¿Cuál Ñato?" "Pues el tira de Junín, que detestaba a los maricas". Que en el cruce de Maracaibo con la Avenida Oriental, desde una moto unos sicarios lo quebraron. "¡No puede ser! -exclamé asombrado-. Al Ñato sí lo mataron, y ahí, en ese mismo punto del espacio, pero hace treinta años, cuando ni siquiera habían abierto la Avenida Oriental, que era una calle estrecha. Más aún: él fue de los con que inauguraron esta modalidad de disparar desde una moto. Fue el pionero". Que no, que ése sería otro, que el que él decía lo acababan de matar donde dijo, esta mañana. Que fuera al entierro a ver si no era cierto. Y me dio la dirección de la casa donde lo iban a velar. Le dije que pensaba ir por la tarde, pero que aparte de eso ¿qué más? ¿No irían a venir enseguida también, por nosotros, los de la moto? Que no, que por hoy no me preocupara.