– ¿Y se sabe dónde anda el enemigo?

– Muy cerca. Puede que hoy mismo estén ya en condiciones de emplazar la artillería. Si es que no llegan incluso a los barrios exteriores.

– Pues estamos listos. Vienen por abajo, ¿no?

– Eso parece. Por donde está la gente de los cuarteles para abrirles paso, por donde falta parte de muralla, por donde no les obstaculiza el río. Es de libro, no pueden venir por otro lado. Aunque si mandan a alguna unidad que rodee por arriba y no acertamos a pararla, nos joden. No tenemos gente para defender bien todo el perímetro.

Les trajeron el café. Los dos lo bebieron en silencio, deteniéndose a saborearlo. Era su exiguo lujo poder hacerlo. Y no iban a rehuirlo.

– Pues me cuentas lo que ya me temía -dijo Faura, tras apurar la taza-, pero no quería dejar de pasar a confirmarlo contigo antes de ir con los míos. Otra cosa. ¿Por dónde piensas desplegarte?

Ramírez sonrió maliciosamente. -Yo no pienso, compañero, soy un mandado, el cuerpo de Carabineros todavía es una estructura jerárquica. Según mis jefes, a mi sección le toca el baluarte de la Trinidad. Y allí voy a llevármela. O bueno, me llevaré lo que cuando pase lista esta mañana me quede de ella.

– ¿También se están escaqueando los vuestros?

– Alguno. Pero en general no. Mi gente se está portando.

Faura se puso en pie.

– Bueno -dijo-, como yo no pertenezco a una estructura jerárquica y mis supuestos jefes producen cualquier cosa menos órdenes de operaciones, agarraré a lo que encuentre de mi pandilla y vamos con vosotros. Hay situaciones en la vida en que es mejor tener al lado un amigo.

– Estamos de acuerdo. Allí te espero. Y gracias. -De nada. También miro por mí. -Así y todo. El cuartel de las milicias era aquella mañana el circo habitual, agravado por el apuro del momento. La gente iba y venía, cogía fusiles, municiones, formaba y deshacía pelotones, daba consignas, protestaba, discutía, pedía que se desarmara al ejército, que se fusilara a alguien, que se exigiera a Madrid apoyo para resistir, para evacuar o para ya ni se sabía qué. Faura se presentó a quien vagamente era el jefe ante el que respondía de sus actos y le anunció que se iba a llevar a su grupo al baluarte de la Trinidad. El jefe, a quien en ese mismo momento acosaban con discursos, reclamaciones y lamentos varios otros tres o cuatro mandos subalternos, no le opuso ninguna objeción, y Faura se sintió autorizado para hacer lo que tuviera por más conveniente, con la gente de la que podía responsabilizarse. No aspiraba a más.

Se reunió con sus hombres. Contó una docena, aunque en condiciones normales habría debido tener el doble de gente. Les daría una hora de margen antes de salir para el baluarte. Llamó a Toribio, que le hacía las funciones de sargento, merced a la experiencia que había adquirido como cabo de Ingenieros en África, donde le había dado tiempo a hacer el final de la campaña. No había visto mucha guerra, pero tenía la suficiente como para destacar de largo sobre el resto. Le explicó los planes y le pidió que se preocupara de acopiar munición. Toribio, a sus otras cualidades, sumaba una habilidad innata para la taumaturgia en que se convertía la intendencia en aquel desbarajuste de milicia. Se llevó a uno para que le acompañara en su brujuleo.

Vio que alguna de su gente estaba hablando con un desconocido. Era un hombre de unos cuarenta años, y en el rostro tenía grabado el rastro de un gran cansancio o una gran penalidad. Se acercó a ellos.

– Salud. -Salud, camarada inspector -respondió Corral, uno de los milicianos más jóvenes. Le llamaba así porque para no dar muchas explicaciones les había dicho que era inspector de Aduanas, sin más detalles.

– Buenas -añadió Faura, dirigiéndose al nuevo.

– Buenos días -murmuró éste.

– Aquí el camarada viene del campo -informó Corral-. Y no vea las cosas que cuenta de esos canallas de los moros y los fascistas.

Corral era un muchacho bien dispuesto, y con temple para combatir, como ya le había demostrado a Faura. Pero otros no lo eran tanto, y le preocupó lo que pudiera estar contándoles aquel hombre.

– ¿Hace mucho que llegó? -preguntó, precavido.

– Esta madrugada -respondió el forastero-. Y todavía no me lo creo. Ya me había hecho a la idea de que me quedaba allí.

Faura dudó si llevárselo aparte, antes de seguir indagando. Pero supuso que eso levantaría desconfianzas en los suyos. Así que no lo hizo.

¿Qué pasó?

– Pues nada, lo que había de pasar. Llegó la columna enemiga a los alrededores del pueblo, bombardearon un poco y cundió el pánico. Los del Comité decidimos liberar a los facciosos que teníamos en la cárcel popular, como gesto de buena voluntad, y rendirnos, porque con un puñado de escopetas ya me dirá usted cómo se puede hacer frente a los cañones. Había quien decía que teníamos que resistir, pero yo fui de los que dijeron que suicidarse no valía para nada. Que sólo nos habíamos puesto al lado de la República y que allí no se había matado a nadie. A treinta fascistas metimos en la cárcel, y treinta salieron. Ellos serían nuestra garantía. Al pensarlo ahora me siento idiota.

– ¿Y eso por qué? El hombre agachó la cabeza y la sacudió a un lado y a otro.

– ¿Por qué? Pues le contaré por qué, claro que sí. No creo que desde el pueblo se les hiciera arriba de veinte o treinta disparos. Y eso antes de que empezara el cañoneo, que luego ni uno. Pues bien, ellos entraron a sangre y fuego, disparando contra todo lo que se movía. Yo vi con mis ojos a un hombre con los brazos en alto caer acribillado, sólo porque llevaba todavía las cananas colgadas al hombro, y a otro que se les puso de rodillas llevarse una sarta de bayonetazos. Saquearon las casas, al principio todas, hasta que se les presentó el grupito de los fascistas más señalados del pueblo y les fue diciendo ésta sí, ésta no. A partir de cierto momento dejaron de matar y los legionarios empezaron a agrupar a los hombres. Los moros seguían principalmente a la rapiña, pero también se ocuparon de las mujeres. Oí gritar a más de una, y esos gritos sólo los da una mujer ya se imagina cuándo.

Faura miró de reojo a su alrededor. Su gente no podía disimular la impresión que le causaba la historia de aquel hombre.

– Me cago en mi estampa -maldijo el fugitivo-. Yo me encaré con la bestia del Eulogio, que se quería tirar a la maestra cuando mandábamos nosotros, porque decía que era fascista, y desde luego de nuestra parte no estaba, pero ya sabía yo que lo que había era que la pretendía y la otra le había mandado siempre a paseo y así se lo dije, al Eulogio, que me sacaba dos cabezas, y tuve que tirar de pistola y avisarle que sobre mi cadáver, y ver cómo se lo pensaba, sin prisa. Pero ellos, y eso que no les faltó de comer, que nadie les puso la mano encima, y ganas sobraban, no movieron ni un dedo para pedir que los moros no se ensañaran con nuestras mujeres. Al revés. Se las dieron como trofeo.

– ¿Y cómo pudo escaparse usted?

– Porque algo me iluminó, eso es lo que me parece ahora. O sólo por lo acojonado que estaba, que me impidió reaccionar de otra manera. En vez de entregarme, me escondí en un pozo donde sabía que había un hueco en el que podría resistir un buen rato sin que me descubriesen. Allí pasé todo el día, acurrucado y sin hacer un ruido, oyendo cómo se divertían los muy cabrones. Por la tarde empezaron a fusilar, y no debieron de llevárselos muy lejos, porque oí perfectamente las descargas y los lamentos de los heridos. Todavía los oigo, si cierro los ojos.

Se le quebró la voz y las lágrimas se le saltaron. A los milicianos que lo rodeaban, Faura incluido, se les hizo un nudo en la garganta.

– Luego, cuando cerró la noche -continuó-, salí del pozo y conseguí escurrirme fuera del pueblo, no sé cómo. Y sin parar hasta aquí.

– Joder -dijo Corral.

– No os engañéis -concluyó el hombre-. Esos criminales traen carta blanca. Sus jefes les han dicho que nos pueden hacer lo que quieran y no van a tener piedad. Por eso he venido yo aquí. A pediros un fusil y que me dejéis pelear con vosotros. Hice el servicio en Ceuta, Infantería, algo sé de pegar tiros. Y les voy a meter todos los que pueda.

– ¿Cómo te llamas? -preguntó Faura.

– Pajuelo. Enrique Pajuelo.

– De acuerdo, Pajuelo. Vente. Nos harás falta.

5

E1 miliciano Corral atrapó al vuelo una de las octavillas. Comenzó a leerla con esfuerzo, porque los dos años de escuela elemental no le daban para más. Mientras tanto, el trimotor que había dejado caer la hoja volandera sobre el baluarte donde estaban apostados los milicianos de Faura y la sección de carabineros de Ramírez, se alejaba pesado y lúgubre hacia el sur después de completar su aleatorio reparto.

– Valientes hijos de puta -dijo Corral. Se acercó a Faura y le tendió la hoja impresa. Ramírez vino junto a ellos para leer también lo que decía. Era un texto inflexible:

Vuestra resistencia será estéril y el castigo que recibáis estará en proporción de aquélla. Si queréis evitar derramamientos inútiles de sangre, apresad a los cabecillas y entregadlos a nuestras fuerzas. El movimiento salvador español es de paz, de fraternidad entre los españoles de orden, de grandeza de la Patria y a favor de las clases obreras y media; nuestro triunfo está asegurado y por España y su salvación destruiremos cuantos obstáculos se nos opongan. Aún es tiempo de corregir vuestros errores; mañana será tarde. ¡Viva España y los españoles patriotas!

Mérida, 12 de agosto de 1936.

– Un movimiento de paz y fraternidad -ironizó Ramírez.

– Entre los españoles de orden -puntualizó Faura-. No te confundas.

– Sí -admitió Ramírez-. Ya está, como siempre. España es suya, son ellos, y los demás somos un forúnculo en el ojete de la Patria.

– Buena metáfora, mi teniente -aprobó Faura-. Deberías haberte hecho poeta en vez de policía.

– Más me habría valido, por mal que se viva de poeta. ¿Te has fijado? Fechada en Mérida ayer. Ya nos lo restriegan. Como si dijeran, los próximos sois vosotros, ya os podéis ir preparando, que la próxima octavilla la vamos a imprimir en Badajoz con vuestra sangre.

– No, hombre, no. Lee bien. Luchan a favor de los obreros y de las clases medias. Lo que pasa es que nosotros somos tontos y no nos damos cuenta. No tenemos más que corregir el error y ya está.

– ¿De verdad pensarán que alguien puede tragarse esta mierda?