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Sin pecado concebida

Te lo voy a contar de una vez, si no luego me va a dar tentación de inventar cosas. Porque ésta era de una de esas cosas que una nunca le cuenta ni al espejo, ahora imagínate a una grabadora. Una va y hace las cosas como se le ocurre, o se le antoja, o lo que sea, hasta que llega el punto en que dices: Espérate, qué estoy haciendo. Digo que de repente hay como una bardita que te saltas y piensas: Nadie que yo conozca se ha saltado esta barda, yo me la estoy saltando. Pues hazte cuenta que era eso lo que calculaba cuando me dio. por encuerarme por dinero. Pero por más

dinero, no por mil pinches pesos. Y es que imagínate la clase de oportunidad que yo le estaba dando al escuinde ese. Vas a decir que por qué no me agarraba de público a un vecino, un niño bien. A lo mejor porque ya desde entonces yo a las putas les envidiaba todo menos la famita. Con el hijo del jardinero yo tenía mi lugar, tanto que hasta podía chantajearlo.

Eso se oyó muy mal, yo no lo chantajeaba. Como te dije ahorita, le daba una oportunidad. Así como hay personas que se gastan montones de dinero en ir a temporadas de conciertos, yo le estaba vendiendo al escuincle caliente boletitos para una obra en varios actos. Porque no era lo mismo mirarme desnudita a los trece años y medio que a los trece años ocho meses. 0 sea que me dejabas de ver sesenta días y ya tenía noticias frescas para tus babas. 0 para las de él, que era el que iba a pagar. Porque yo no era nada más una vil encueratriz, también era empresaria. Había inventado un sistema de financiamiento tan bueno que ya ves, hasta el hijo del jardinero podía contratarlo.

El problema era que yo estaba castigada, ¿ajá? Todo el día encerrada en mi recámara, y encima sospechosa perfecta si algo se les perdía. Yo no podía robar, necesitaba los atentos servicios de otro ladrón. Alguien que pudiera ir a cualquier lado. Hazte cuenta a la oficina de mi papá, sólo que sin testigos. Aparte dime qué iba a andar haciendo el hijo del jardinero en la oficina de mi papá. Claro que había días en los que mi mamá se quedaba con el carro, y ahí era donde estaba mi oportunidad.

¿Sabes qué hacia mi mamá en su tiempo libre? Era voluntaria de la Cruz Roja. Cada mes organizaba una comida entre muchísimas señoras de la colonia, y al día siguiente ya podrás figurarte la cantidad de lana con la que amanecíamos. Ese día mi mamá salía muy temprano de la casa, me botaba en la escuela, botaba a mis hermanos y se iba para el banco. ¿Ya pensaste lo mismo? Pues si. Ese dinero sólo estaba solito cuando mi mamá se paraba en la escuela de mis hermanos. Caminaba una cuadra y regresaba, o sea que si tenías duplicado de las llaves te quedaban de menos dos minutos para abrir el coche, alzar la gabardina del asiento de atrás y llevarte las bolsas del mandado en las que mi mamá escondía el dineral. Sólo había que tener una copia de la llave, y mi papá guardaba el duplicado en su buró.

Un día me escapé corriendo a la cerrajería y saqué duplicado hasta de la llave del tapón de gasolina. Pensé: Nunca se sabe, y vaya que después tuve razón. Le di al niño la pura llave de la puerta, y entonces que le digo: Nadie se va a asustar de verte cargando un par de bolsas del mandado. Luego me imaginé a mi mamá haciendo un escándalo, parando una patrulla, no sé. Y lo volví a llamar: él que nunca sabía qué hacer cuando yo lo llamaba, creo que estaba enamorado de mí. A lo mejor ni habría tenido que encuerármele. Porque no vayas a pensar que le ofrecí un centavo del botín. De ninguna manera: yo lo quería todo. Era un asunto de moral familiar. Una cosa es que le robes a tu propia familia, que es como hacerte un adelanto de la herencia, y otra muy diferente es que ayudes a otros a atracar tu patrimonio. Claro que ése era el patrimonio de la benemérita Cruz Roja, no el de mi familia. Eso era lo que yo creía, of course. Porque yo era una ingenua, por más tramposa que quisiera ser. El asunto es que por donde la vieras, la cosa parecía de lo más condenable. Yo le estaba robando una de dos: a mi familia o a la Cruz Roja. Y mi cómplice igual, sólo que él además iba a dejar sin chamba a su papá, quién quita y hasta lo encerraban por ladrón. Todo eso se lo repetí como diez veces. Digo, tenía que tener bien claro lo que le iba a pasar si me estafaba. Le decía: Es la prueba que exige la Dama al Caballero para poder confiarle los sagrados secretos de su cuerpo.

Y si era un caballero, porque nunca falló. Tampoco decía nada. O bueno: Sí, Violetta. No, Violetta. Como quieras, Violetta. Porque yo lo obligaba a llamarme Violetta. Mi papá había prohibido que me llamaran así, y un día, hasta amenazó con irse de la casa, sin saber que quien se iba a largar era yo. Pero a su tiempo. Primero había que ganar dinero. O sea cobrar correctamente por mis servicios de gatita, ¿ajá? Digo, soy lo que quieras, nomás flégame al precio. Y como mis papás no querían ni acercarse a mis tarifas, me vi obligada a hacer pacto de sangre con el mirón. Me acuerdo que le dije: Mis papacitos nunca meterían a la cárcel a su niña. Tampoco es que me lo creyera, pero de todas formas tenía que decírselo. Te mentí: una vez, la primera, sí falló. Ya iba a meter la llave en la puerta y de repente que oye la campana de una iglesia: se echó a correr y se fue a confesar. Te vas a ir al Infierno por cobarde, le dije. Estaba que berreaba del coraje: había como cinco mil dólares en ese coche y el escuincle miedoso los dejó ir. No me vuelvas a habar, le dije. Lo dejé que sufriera como veinte días. Iba lunes y jueves con su papá. Ya le habían quitado el yeso, pero no se podía subir al árbol. Se pasaba las horas mirando mi ventana. Cuando faltaban pocos días para la nueva comida de la Cruz Roja, me asomé bien mamona y lo llamé. Era yo una abusiva. Creo que el pobre niño no tenía ni doce años y yo ya lo traía de mi paje. Me juró por su madre, a la que según esto sí quería porque no le pegaba, que me iba a traer todo el dinero, centavo por centavo, la tarde de ese mismo día, o sea el del atraco. Ya hasta había hecho su plan. Iba a sacar las bolsas en cuando mucho diez segundos, en treinta más llegaba a la calzada, cruzaba el camellón y se subía al primer camión que viera, no importaba para dónde fuera. En total no podía tomarle más de un minuto y medio.

Me gustaron sus tácticas. O más bien me gustó que estuviera a la altura. Digo, se iba a robar muchísimo dinero. Para su edad, ¿ajá? Y yo hacia las cuentas: podían salir fácil ocho mil dólares. No me acuerdo ni cuánto calculé, pero sí que alcanzaba para comprar un coche. Aparte, mientras más cerca estaba la Navidad, más generosos se ponían los donadores. Esa vez era octubre, a mes y medio de diciembre. La noche de antes del atraco soñé que iba a una casa de cambio y me daban siete mil dólares. Desperté, hice la cuenta y me quedé pendeja. Diecisiete vuelos redondos a New York.

Me pasé el día entero en la biblioteca. No me habían firmado las calificaciones, pésimas como siempre, y la puta maestra no me dejaba entrar a clases. ¿Sabes qué había en la dizque biblioteca? Puros libritos de superación personal. Ya sabrás, me pasaba yo el día leyendo instructivos para gente ñoña. Que si había que estar no sé cuántas horas al día con la familia, y todas las mañanas ponerse una meta, y las arañas. Me ganaba la risa ahí solita cada vez que pensaba: Violetta, te pasas el día entre la biblioteca y el hogar, hoy en la mañana te levantaste con la meta de ganar muchos miles de dólares, estás pensando positivo ahorita mismo: qué superada tan chingona te estás dando. Habría que hacer un manual de superación para tramposos.

A la salida ya no andaba positiva. Al contrario. Hasta pensé en pedir perdón desde antes y echarle como tres cuartos de la culpa al hijo del jardinero. Putadas, ¿si? A todo el mundo se le ocurren, pero luego hay que ser muy núerda para hacerlas. Me subí al coche tan tranquila, con las piernas quebrándoseme pero acá, serenísima, besito hola mami, sonrisa lindo día, y mi mamá del color de la pared. Digo, claro que estábamos en el coche, pero imagínate una pared recién cubierta de cal. O sea con la cara chupada, ¿ajá? Hazte cuenta La Chica del Pastel recién salida de un festín en Transilvania. Así que haciéndome la muy normal que agarro y le pregunto: ¿Pues quién se murió? Y que me dice: Tu tía Josefa. Y yo: ¿Mi tía no? Resultó que se había muerto la esposa de un primo de mi papá de Zacatecas, que hacía como veinte años que vivía en no sé qué colonia espantosa de la ciudad, en la que por supuesto mis padres no se habían ni parado. Pensé: Hijos, qué ridícula. Lo de siempre. Es fuerte la menopausia, ¿ajá? Y en ésas se me ocurre: ¿Cómo estaría yo sí me hubieran bajado el dinero de diecisiete viajes a New York? Puta. Putísima, ¿me entiendes? Creo que la señora esa, la dizque tía Josefa, se había muerto la semana anterior.

O sea que si mi madre traía esa cara y no quería habíar, seguro ya la habían dejado limpiecita. Igual iban a sospechar de mí, o hasta me descubrían. Pero si eso pasaba también salía ganando, porque de cualquier forma no pensaba devolverles un quinto. Tenía dinero suficiente para mantenerme por no sé, diez meses, un año. Y con agua caliente.

Llegamos a la casa y me llamó a su cuarto. Dije: Ya me jodí, pero igual yo ya estaba convencida de moscamuertear a muerte. Que me llevaran a la cárcel si querían, yo no iba a confesar. Y entonces mi mamá que me dice: Rosa del Alba, dime la verdad Puta madre, ¿me entiendes? Horrible. Y yo: Sí, mami. Pensando: Estúpida, no seas tan lambiscona que te van a cachar. Y mi mamá: ¿Dejaste abierta la puerta del coche? ¿No cerraste el seguro cuando te bajaste? Y yo: ¿Ahorita? Y mi mamá que se desespera y me empieza a gritar que no, que en la mañana. Y yo: No sé, mamá, ¿por qué? Y ella: Ibas sentada atrás, ¿verdad? Y en eso que me acuerdo que no, que iba adelante. Como estaba nerviosa por lo del atraco, me levanté desde antes de las seis, of course que llegué al coche antes que nadie. Y claro, me senté adelante. Nomás de recordar ese detalle dije: Gúau. No dije nada, pues, pero me vino una seguridad maravillosa cuando le conté con pelos y señales que me había bajado en la esquina de la escuela porque ella traía prisa y bla bla bla. Entonces que me dice: Vete, y que llama a mis hermanos. Salí de ahí sintiendo que flotaba. Todavía me regresé, ya muy tranquilita, a preguntarle si le había pasado algo. Nada, hijita, las prisas, me dijo, como siempre que no quería hacer el esfuerzo de inventar entera la mentira. Pensé: Soy inocente, ahora ya sólo falta saber si soy rica. Estaba preparada para hacerle al niño las peores extorsiones, ¿me entiendes?, las más sucias. Vas a pensar que salí exacta a mis papás. Aunque igual no tendría nada de raro.