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– ¿En qué forma, Emilito?

– Los dos estamos un poco locos -dijo con la cara muy seria-. Pon mucha atención y recuerda lo siguiente. Para que tú y yo guardemos la cordura, debemos trabajar como unos demonios para equilibrar no al cuerpo ni a la mente, sino al doble.

No le vi sentido a discutir con él o a asentir. Sin embargo, al sentarme otra vez a la mesa de la cocina, le pregunté:

– ¿Cómo podemos estar seguros de estar equilibrando al doble?

– Abriendo nuestras compuertas -replicó-. La primera compuerta está en la planta de los pies, en la base del dedo gordo.

Se metió debajo de la mesa, me agarró el pie izquierdo y, con un solo movimiento de increíble rapidez, me quitó el zapato y el calcetín. Luego, sirviéndose del índice y el pulgar como prensa de tornillo, me apretó primero la protuberancia redonda del dedo gordo en la planta del pie y luego la articulación del dedo en la punta del pie. El agudo dolor y la sorpresa me hicieron gritar. Le arrebaté el pie en forma tan enérgica que pegué con la rodilla en la parte de abajo de la mesa. Me puse de pie y grité:

– ¡Qué diablos cree que está haciendo!

Hizo caso omiso de mi explosión de ira y dijo:

– Te estoy señalando las compuertas, de acuerdo con la regla. Así que pon mucha atención.

Se puso de pie y dio la vuelta a mi lado de la mesa.

– La segunda compuerta comprende el área que incluye las pantorrillas y el área detrás de las rodillas -dijo, inclinándose para acariciarme las piernas-. La tercera está en los órganos sexuales y el coxis -antes de que pudiera apartarme, deslizó sus manos tibias dentro de mi entrepierna y con un firme apretón me levantó un poco.

Traté de apartarlo de mí, pero me agarró de la parte baja de la espalda.

– La cuarta y más importante está en la parte de los riñones -dijo. Sin fijarse en mi enojo, de un empujón me obligó a sentarme otra vez en la banca. Subió las manos por mi espalda. Me encogí, pero por consideración a Nélida lo dejé continuar-. El quinto punto está entre los omóplatos -indicó-. El sexto se encuentra en la base del cráneo. Y el séptimo está en la corona de la cabeza. Para identificar al último punto, sus nudillos descendieron con fuerza justo en lo más alto de mi cabeza.

Regresó a su lado de la mesa y se sentó.

– Si la primera y segunda compuerta se encuentran abiertas, emanamos cierto tipo de fuerza que la gente puede encontrar intolerable -prosiguió-. Por otra parte, si la tercera y cuarta compuertas no están tan cerradas como debe ser, emanamos cierta fuerza que la gente encuentra muy atractiva.

Sabía con certeza que los centros inferiores del cuidador estaban abiertos de par en par, porque me resultaba odioso e intolerable. Medio en broma y en parte por sentirme culpable al albergar esos sentimientos hacia él, admití que yo no le simpatizaba fácilmente a la gente. Siempre creí que se debía a una falta de gracia social, la cual trataba siempre de compensar siendo particularmente servicial.

– Es algo muy natural que nadie simpatice contigo -dijo, asintiendo-. Has tenido parcialmente abiertas las compuertas de los pies y las pantorrillas durante toda tu vida. Otra consecuencia de tener abiertos esos centros inferiores es que tienes problemas para caminar.

– Espere un momento -dije-, mi forma de caminar no tiene nada de malo. Practico artes marciales. Clara me dijo que me muevo con agilidad y gracia.

Al escucharme, rompió a reír.

– Puedes practicar lo que quieras -replicó-, pero seguirás arrastrando los pies al caminar. Caminas como un viejito.

Emilito era peor que Clara. Por lo menos ella tenía la consideración de reírse conmigo, no de mí. Emilito no tenía piedad alguna con mis sentimientos. Me atormentaba como los niños mayores lo hacen con los más pequeños y débiles que carecen de defensas.

– No estás ofendida, ¿verdad? -preguntó, escudriñándome.

– ¿Yo, ofendida? Claro que no -estaba furiosa.

– Qué bueno. Clara me aseguró que te has librado de la mayor parte de tu autocompasión e importancia personal por medio de tu recapitulación. La recapitulación de tu vida, especialmente de tu vida sexual, ha aflojado aún más algunas de tus compuertas. El crujido que escuchas en la nuca ocurre al momento de separarse tus lados derecho e izquierdo. Eso deja una grieta justo en el centro de tu cuerpo, por la cual la energía sube a la nuca, al lugar donde se produce ese ruido. Oír ese ruido seco significa que tu doble está a punto de cobrar conciencia.

– ¿Qué debo hacer al oírlo?

– Saber qué hacer no es tan importante, porque hay muy poco que uno puede hacer -indicó-. Es posible quedarse sentado con los ojos cerrados o ponerse de pie para caminar. Lo importante es saber que uno está limitado, porque el cuerpo físico controla la conciencia. No obstante, si se logra voltear la situación, para que el doble controle la conciencia, es posible hacer prácticamente cualquier cosa que uno sea capaz de imaginar.

Se puso de pie y se me acercó.

– Ahora no me vas a embaucar para hacerme hablar, como lo hiciste con Clara y Nélida -indicó-. Sólo es posible aprender acerca del doble por medio de la acción. Todavía te hablo porque aún no termina tu fase de transición.

Me tomó del brazo y, sin una palabra más, prácticamente me arrastró a la parte de atrás de la casa. Ahí me colocó debajo de un árbol, con la corona de la cabeza a unos centímetros debajo de una rama baja y gruesa. Dijo que vería si yo era capaz de proyectar mi doble otra vez fuera de mí, con la ayuda del árbol y estando plenamente consciente.

Dudé seriamente que fuese capaz de proyectar cualquier cosa fuera de mí y así se lo dije. Sin embargo, insistió en que, si concentraba mi intento en ello, mi doble empujaría desde mi interior y se expandiría fuera de los límites de mi cuerpo físico.

– ¿Qué debo hacer exactamente? -pregunté, con la esperanza de que me enseñara un procedimiento que formara parte de la regla de los brujos.

Me dijo que cerrara los ojos y me concentrara en mi respiración. Al relajarme, debía intentar que una fuerza flotara hacia arriba, hasta alcanzar las ramas más altas, y que la sintiera como una sensación emanada desde la compuerta en la corona de mi cabeza. Dijo que esto me resultaría relativamente fácil, puesto que estaría usando de apoyo a mi amigo el árbol. La energía del árbol, explicó, formaría una matriz desde la cual podría expandirse mi conciencia.

Después de concentrarme en mi respiración por un momento, sentí que una energía vibrante me subía por la espalda, pugnando por salir por la corona de mi cabeza. Entonces algo se abrió dentro de mí. Cada vez que inhalaba, una línea se alargaba hacia la parte superior del árbol; al exhalar, la línea era otra vez jalada hacia abajo, a mi cuerpo. La sensación de alcanzar lo más alto del árbol se hizo más fuerte con cada respiración, hasta que sinceramente creí que mí cuerpo se había expandido para hacerse tan alto y voluminoso como el árbol.

En cierto punto me poseyó un profundo afecto y empatía con el árbol; fue en ese instante que algo subió en oleada por mi espalda y salió por mi cabeza; de repente me encontré contemplando el mundo desde las ramas superiores. La sensación sólo duró un instante, porque fue interrumpida por la voz del cuidador quien me ordenaba descender y fluir otra vez al interior de mi cuerpo. Percibí algo como una cascada, una efervescencia que fluía hacia abajo, entraba por la corona de mi cabeza y me llenaba el cuerpo con una calidez familiar.

– No debes permanecer mezclada con el árbol por demasiado tiempo -me dijo cuando abrí los ojos.

Experimenté el deseo sobrecogedor de abrazar al árbol, pero el cuidador me jaló del brazo hasta una gran piedra, a cierta distancia, en la que nos sentamos. Señaló que con la ayuda de una fuerza externa, en este caso la unión de mi conciencia con el árbol, era fácil lograr la expansión del doble. No obstante, debido a esta facilidad corremos el riesgo de permanecer fusionados con el árbol por demasiado tiempo, lo cual puede agotar la energía vital que el árbol necesita para mantenerse en condiciones fuertes y sanas. O bien es posible que dejemos un poco de nuestra propia energía, desarrollando un vínculo emocional con el árbol.

– Es posible fusionarse con cualquier cosa -explicó-. Si el objeto o la persona con la que uno se fusiona es fuerte, la propia energía aumentará, como sucedía cada vez que te fusionabas con el mago Manfredo. No obstante, si el objeto es débil o la persona es enferma, aléjate. Como sea, debes practicar este ejercicio muy poco porque, como todo lo demás, se trata de una espada de doble filo. La energía externa siempre es distinta de la nuestra, muchas veces opuesta a ella.

Escuché con atención lo que decía el cuidador. Algo que dijo me llamó la atención más que todo lo demás.

– Dígame, Emilito, ¿por qué llamó mago a Manfredo?

– Es nuestra manera de reconocer su condición única. Para nosotros, Manfredo no puede ser otra cosa que un mago. Es más que un brujo. Sería un brujo si viviera entre los miembros de su propia especie, pero vive entre seres humanos, es más, entre brujos humanos, como su igual. Sólo un mago consumado es capaz de lograr tal hazaña.

Le pregunté si alguna vez volvería a ver a Manfredo; el cuidador se colocó el índice sobre los labios, con un ademán tan exagerado que guardé silencio y no insistí en una respuesta.

Recogió una ramita y dibujó una forma ovalada en la tierra blanda. Agregó una línea horizontal que la cortaba transversalmente a la mitad. Señaló las dos particiones y explicó que el doble se divide en una sección inferior y una superior, las cuales en el cuerpo físico corresponden aproximadamente a las cavidades del abdomen y del pecho. Dos corrientes distintas de energía circulan por estas dos secciones. En la inferior circula la energía original que poseíamos al estar en el útero. En la sección superior circula la energía del pensamiento. Esta energía penetra en el cuerpo al nacer, con la primera respiración. Dijo que la energía del pensamiento es acrecentada por la experiencia y se eleva hacia arriba, a la cabeza. La energía original desciende al área genital. Por lo común, en la vida normal, estas dos energías del doble se separan, provocando debilidades y desequilibrio en el cuerpo físico.

Dibujó otra línea que bajaba por el centro de la figura elíptica para dividirla a lo largo en dos partes, las cuales, según afirmó, corresponden a los lados derecho e izquierdo del cuerpo. Estos dos lados también poseen dos patrones específicos de circulación energética. Del lado derecho, la energía sube por la parte delantera del doble y baja por la parte de atrás. Del lado izquierdo, la energía baja por la parte delantera del doble y sube por la parte de atrás.