– Dottor Brunetti -dijo la viuda.
ÉI la miró desde la puerta.
– Quiero darle las gracias. Hubiera sido terrible la salida de la iglesia.
Él asintió. El barco empezó el amplio viraje hacia la izquierda que los llevaría al canal del Arsenale.
– Me gustaría volver a hablar con usted -dijo el comisario-. A su conveniencia.
– ¿Es necesario?
– Creo que sí.
El motor zumbó en un tono más grave y el barco se acercó al embarcadero situado a la derecha del canal.
– ¿Cuándo?
– ¿Mañana?
Si ella se sorprendió o los otros se ofendieron, nadie lo delató.
– Está bien -dijo-. Venga por la tarde.
– Gracias -respondió Brunetti. El barco cabeceaba frente al embarcadero. Nadie le contestó y él salió de la cabina, saltó a la plataforma de madera y siguió con la mirada a la embarcación hasta que ésta se reincorporó al cortejo que seguía a la góndola negra hacia las aguas más profundas de la laguna.