Изменить стиль страницы

—Que no veo el momento de arrancártelo, pequeña.

Voy a protestar pero me besa. ¡Oh, Dios, cómo me gustan sus besos!

—Estás preciosa con este vestido —afirma cuando se separa de mí—. Cómpralo.

Inconscientemente, miro la etiqueta y me escandalizo.

—Eric es un... ¡Dios! Pero si cuesta dos mil seiscientos euros. ¡Ni loca! Vamos, por favor, no gano yo eso ni echando tropecientas mil horas extras.

Él sonríe y me agarra de la barbilla.

—Sabes que el dinero no es un problema para mí. Cómpralo.

—Pero...

—Necesitas un vestido para la fiesta de mi madre del día cinco, y con éste estás increíblemente bella.

La puerta se vuelve a abrir. Entran Ariadna y Orson. Este último me mira y da un silbido de aprobación.

—Este vestido está hecho para ti, Judith.

Sonrío. Eric sonríe.

—Bueno, Judith, ¿has visto cosas que te gusten? —inquiere Orson.

Boquiabierta, miro a mi alrededor. Todo es fantástico.

—Creo que me gusta todo —contesto con gesto de guasa.

Orson y Eric se miran, y mi Iceman dice:

—Envíanoslo todo a casa.

Horrorizada, intervengo rápidamente.

—Eric, ¡por Dios, ni se te ocurra! ¿Cómo vas a comprar todo esto?

Divirtiéndose con mis caras, el hombre que me tiene completamente enamorada acerca su rostro al mío y susurra:

—Pues si no quieres que lo envíen todo a casa, elige algo. Y cuando digo algo, me refiero a... ¡varias prendas, incluidos zapatos y botas! Las necesitas hasta que lleguen tus cosas desde España, ¿de acuerdo?

¡Guau! Eso me puede volver loca. Me encanta la ropa.

—Pero ¿estás seguro, Eric? —insisto.

—Totalmente seguro, pequeña.

—Eric..., me da apuro. Es mucho dinero.

Mi Iceman sonríe y me besa la punta de la nariz.

—Tú vales muchísimo más, cariño. Vamos, dame el gusto de verte disfrutar de esto. Coge absolutamente todo lo que tú quieras sin mirar el precio. Sabes que puedo permitírmelo. Por favor, hazme feliz.

De reojo, miro a Orson, y éste sonríe. ¡Vaya pedazo de compra que Eric le va a hacer! Finalmente, claudico. Estoy viviendo el sueño que cualquier mujer de la Tierra quisiera vivir. ¡Comprar sin mirar el precio! Tomo aire, me vuelvo hacia las cosas que me han cautivado, dispuesta a darle el gusto, aunque mejor dicho el gustazo me lo voy a dar yo. ¡Madre..., madre..., qué peligro tengo!

Ariadna se pone a mi lado para que le pase lo que quiero, y entonces lo hago. Sin pensar en el precio, cojo varios vaqueros, camisetas, vestidos, faldas largas y cortas, zapatos, botas, medias, bolsos, ropa interior, un abrigo largo, gorros, bufandas, guantes, un plumón rojo y varios pijamas.

Una vez que acabo, con el corazón acelerado, miro a Eric.

—Deseo todo esto, incluido el vestido que llevo.

Eric sonríe. Está encantado, feliz.

—Deseo concedido.

15

Ataviada con un bonito vestido rojo que me he comprado esta tarde, me miro en el espejo de la habitación. Me he hecho un moño alto, y mi apariencia es sofisticada. Llueve una barbaridad. Hay una tormenta tremenda, y los truenos me hacen encogerme. No soy miedosa, pero los truenos nunca me han gustado.

Llamo a mi padre por teléfono a Jerez y hablo con él y con mi hermana. De fondo escucho las risotadas de mi sobrina y se me encoge el corazón. Mientras charlamos por teléfono, todos parecemos felices, a pesar de que sabemos que nos echamos mucho de menos. Muchísimo.

Tras colgar el teléfono algo emocionada, decido retocarme el maquillaje. He llorado, tengo la nariz como un tomate y necesito una puesta a punto. Cuando creo que ya estoy totalmente presentable otra vez, salgo de la habitación y, tras bajar por la presidencial escalera, aparezco en el salón. Es la última noche del año y quiero pasarlo bien con Eric y Flyn. Eric, al verme aparecer, se levanta y camina hacia mí. Está guapísimo con su traje oscuro y su camisa celeste.

—Estás preciosa, Jud. Preciosa.

Me besa en los labios y su beso me sabe a deseo y amor. Durante una fracción de segundo nos miramos a los ojos, hasta que una vocecita protesta.

—Dejad de besaros ya. ¡Qué asco!

Flyn no soporta nuestras demostraciones de afecto, y eso nos hace sonreír, aunque al niño no le parece gracioso. Cuando me fijo en él, va vestido como Eric, pero ¡en miniatura! Asiento con aprobación.

—Flyn, así vestido, te pareces mucho a tu tío. Estás muy guapo.

El crío me mira y esboza una sonrisita. Le ha gustado mi comentario sobre que se parece a su tío, pero, aun así, me apremia para cenar.

—Vamos..., llegas tarde y tengo hambre.

Miro el reloj. ¡No son ni las siete!

¡Por Dios!, pero ¿cómo pueden cenar tan pronto?

Este horario guiri me va a matar. Eric parece leer mis pensamientos y sonríe. Cuando me recompongo, contemplo la preciosa y engalanada mesa que Simona y Norbert nos han preparado y pregunto mientras Eric me guía hacia una de las sillas:

—Bueno, y en Alemania, ¿qué se cena la última noche del año?

Pero antes de que me puedan responder se abre la puerta y aparecen Simona y Norbert con dos soperas que dejan sobre la bonita mesa. Sorprendida, observo que en una de las soperas hay lentejas, y en otra, sopa.

—¿Lentejas? —digo entre risas.

—¡Puag! —gesticula Flyn.

—Es tradición en Alemania, al igual que en Italia —contesta Eric, feliz.

—La sopa es de chicharrones con salchichas, señorita Judith, y está muy sabrosa —indica Simona—. ¿Le pongo un poquito?

—Sí, gracias.

Simona llena mi plato, y todos me miran. Esperan que la pruebe. Cojo mi cuchara y hago lo que desean. Efectivamente, está muy buena. Sonrío, y los demás también lo hacen.

Incapaz de callar lo que pienso, mientras Norbert bromea con Flyn y Simona le llena el plato de sopa, miro a Eric y cuchicheo:

—¿Por qué no les dices a Simona y Norbert que se sienten con nosotros a cenar?

Mi propuesta en un principio le sorprende, pero tras entender lo que pretendo finalmente accede.

—Simona, Norbert, ¿les apetece cenar con nosotros?

El matrimonio se mira. Por su cara imagino que es la primera vez que Eric les propone algo así.

—Señor —responde Norbert—, se lo agradecemos mucho, pero ya hemos cenado.

Eric me mira. Como estoy dispuesta a conseguir mi propósito, digo sonriente:

—Me encantaría que para el postre se sentaran con nosotros, ¿me lo prometen?

El matrimonio se vuelve a mirar, y al final, ante la insistencia de Flyn, Simona sonríe y asiente.

Diez minutos después, tras acabar la sopa, Simona y Norbert entran con más platitos. Me quedo mirando fijamente uno.

—Eso es verdura. Se llama sauerkraut —indica Eric—. Es col agria. Pruébala.

—Sí. Está muy rico —señala Flyn.

Su gesto me demuestra que no le gusta y, por la pinta que tiene, no me llama. Decido declinar la oferta con la mejor de mis sonrisas y cojo un panecillo con algo que parece una salchicha blanca.

De pronto, veo que Norbert deja unas bandejas sobre la mesa. Aplaudo. Langostinos, queso y jabón ibérico. ¡Olé! Eric, al ver mi gesto, coge mi mano.

—No olvides que mi madre es española y tenemos muchas costumbres que ella nos ha inculcado.

—¡Mmm, me encanta el jamón! —añade el pequeño.

El jamoncito está de vicio. ¡Dios, qué maravilla! Y cuando traen el asado de pato, ya no puedo más. Pero como no quiero hacer un feo, me sirvo un poquito, y la verdad, ¡está exquisito!

También pruebo un queso alemán fundido y col con zanahoria. Me dicen que son comidas tradicionales para traer la estabilidad financiera, y como estoy en paro, ¡me pongo morada!

La cena es en todo momento amena, aunque me doy cuenta de que soy yo quien lleva el hilo de la conversación. Eric, con mirarme y sonreír, tiene bastante. Flyn intenta obviarme, pero la edad es un grado, y cuando hablo de juegos de la Wii o la PlayStation, es incapaz de no sumarse a la conversación. Eric sonríe y, acercándose a mí, murmura: