'Complácela al máximo, Jack, en lo que se le ocurra', me había indicado. 'Pero cuidado con confundirte. Por lo que yo sé y he visto, ella no querría nada más que halagos. Los necesita a mansalva, en esta época de su vida, pero con una dosis de ellos generosa y hábil le basta para irse a dormir más satisfecha y tranquila de lo que se habrá despertado, me refiero a cada noche y a cada mañana; porque tras cada triunfo nocturno amanecerá con la misma angustia diurna, pensando: "Anoche todavía sí, pero, ¿y hoy? Soy una jornada más vieja". Y si hubieras de acompañarla dos veladas seguidas (no está previsto, descuida), te tocaría empezar de nuevo, los méritos y la labor desde cero, está inmersa en un periodo insaciable, no acumulativo, ya sabes, sin memoria de lo cosechado. Pero insaciable sólo de eso, entiéndelo bien, de galanterías y cumplidos sin fin, de afianzamiento, no de ir más lejos. Ni aunque te lo parezca, y cristalino' (bueno, 'crystal-clear'fue lo que dijo). 'Ni aunque te lo esté pidiendo con miradas y gestos, con roces y exhibiciones y hasta con palabras. Ahí no debes ceder ni equivocarte. Es un matrimonio... sí, digamos católico, seguramente muy observante en ese aspecto y luego basta, no en ningún otro, juraría que pueden saltarse todos los demás preceptos, algunos sé que se los saltan. Manoia la quiere contenta y lo que él quiera es importante, al menos mañana me importa mucho. Pero sería capaz, yo creo, de meterle una cuchillada a cualquiera que se sobrepasase, incluso verbalmente. Con toda su apariencia tibia. Así que lleva ojo y mide bien, te lo ruego, sus fronteras con el mal gusto, no vayamos a crearnos complicaciones de la manera más tonta. Las suyas, no las tuyas. Podrías engañarte con ella, entiendes. Pues bien, no te engañes. Cólmala de atenciones, pero en la duda más vale que te quedes corto, eso tiene siempre arreglo y en cambio no lo contrario. Por eso prefiero llevarte a ti y no a Rendel, aunque él sea más adecuado para una señora tan festiva y bromista como Mrs Manoia. Él a veces no sabe frenarse.'

Para mí tenía siempre algo de sorprendente la manera en que Tupra se refería a las personas que trataba, estudiaba, interpretaba o investigaba, quizá nunca se limitaba a lo primero con nadie. Pese a ser tantísimas y a sucederse rápido, para él eran todas alguien, no debían de parecerle nunca intercambiables ni simples, nunca tipos. Aunque no fuera a volver a verlas (o jamás las hubiera visto en carne y hueso, si sólo manejábamos vídeos), aunque se hiciera y nos transmitiera una opinión pobre de ellas, no las reducía a esquemas ni las daba por consabidas, como si tuviera muy presente que ni siquiera entre las vulgaridades hay dos iguales. De Flavia Manoia otro hombre habría tal vez resumido: 'La típica menopáusica reacia, aguántale las pesadeces y hazle creer que aún tumba a hombres y a ti el primero, con eso nos la habremos ganado. Tampoco su credulidad te va a costar malabarismos, porque seguro que los tumbaba a docenas, hace unos años. Mírale bien las piernas, que las conserva y las enseña con todo merecimiento, y te harás bastante idea. También el culo tiene un meneo', habría quizá apostillado ese hombre con muy difusas fronteras para el mal gusto.

Tupra, en cambio —o ya era Reresby cuando íbamos en el Aston Martin que sacaba en las noches de jactancia o coba, camino del restaurante—, llegó a adentrarse en disquisiciones complejas sobre la señora, o que iban más allá de ella y su insignificante caso (en labios del reflexivo Reresby dejaba de parecerlo tanto). Era al oírle esta clase de sutilezas cuando percibía en él la antigua huella de Toby Rylands, de quien había sido discípulo según Peter Wheeler, y entonces volvía a aparecérseme el vínculo de carácter entre los tres, o era de capacidad, o era el don compartido que también a mí me atribuían (en lo demás Tupra era tan distinto): 'Ten en cuenta que lo que en el fondo le da más pavor a Mrs Manoia', comentó ante un semáforo en rojo, 'no es su deterioro personal cercano, físico, contra el que mal que bien va luchando, sino la intuición angustiosa de que su mundo va a desaparecer, y ya languidece. Alguna de su gente de siempre ha muerto en los últimos años, de manera extemporánea unos cuantos, una mala racha; otra se ha retirado; a otra quieren retirarla sin más espera, a la fuerza. Ya no le es fácil encontrar compañía para salir todas las noches de farra, y fiestas con anfitriones, en regla, en ningún sitio las hay a diario y menos que en ninguno en Roma, hoy convertida en bostezo eterno por ese Berlusconi con su mala sombra, vaya cenizo' (bueno, dijo 'maladroitness', palabra literaria y que no significa lo mismo, pero valga esa sombra; y 'whata killjoy', añadió, es bastante aproximado eso; nunca lo había oído pero deduje el sentido, también cabría 'aguafiestas'). 'Quiero decir compañía de la tradicional, de la antigua. Hay meritorios más jóvenes que les siguen la pauta, quieren caerle a Manoia en gracia, él no piensa hacerse por ahora a un lado, en su terreno.' Reconocí aquí más bien la escuela de Sir Peter Wheeler: del mismo modo que éste había tardado siglos en aclararme qué era de Tupra 'lo suyo', este otro me mencionaba con naturalidad un 'terreno', para acerca de él no soltar prenda. La verdad es que tampoco me importaba nada. 'Pero entre esos aprendices la señora está un poco perdida, y se siente veterana. Es lo peor que puede pasarle a nadie que haya sido joven durante demasiado tiempo, bien porque se asomara muy pronto a la vida adulta, bien por exagerados pactos con el diablo (es sólo por usar la expresión clásica, esos pactos son azarosos). Luego, al no tener hijos, ella continúa siendo la niña de la casa, y eso malacostumbra mucho, se paga caro el contraste en cuanto se sale a la calle y se dan tres pasos, y en cualquier discoteca se encuentra uno compitiendo con estupor, de repente, por el título de más viejo; muy dañino para el alma, ese trasiego. Mejor frecuentar casinos.'

Me extrañó no percibir ironía en su empleo de la palabra 'alma', eso no significaba que no la hubiera. Arrancó el coche de nuevo, pero siguió hablando. Con él era casi imposible discernir cuándo sabía de cierto, con datos, y cuándo estaba ofreciendo una interpretación depurada de lo que veía; si aquí estaba al tanto de las circunstancias exactas de los Manoia o sólo las conjeturaba —en su caso era decidirlas— a partir de las otras veces en que hubiera coincidido con ellos (quizá una sola, quién sabía): '¿Te imaginas un mundo en el que ya no conoces a casi nadie, y lo que es más denigrante, en el que nadie te conoce a ti, o sólo de referencias? Eso es lo que ella empieza a vislumbrar, claro que sin decírselo aún, sin formulárselo, puede que sin la menor conciencia de que sobre todo es eso lo que la va amargando y atemorizando un poco más cada día. Pero yo ya he visto en ella, en algunos instantes, la misma mirada de precariedad y desconcierto que se instala en los ojos de los ancianos cuando se rezagan, duran más de la cuenta, sobreviven a casi todos sus coetáneos y aun a algún descendiente, le ocurre hasta a Peter Wheeler, y eso que él es afortunado, ha ido haciendo sus recambios, privilegio de los que son admirados por quienes van a sustituirlos y los sustituyen, o de los grandes maestros. Pero, ¿qué puede esperar una señora simpática, y sí, que fue muy guapa y aún lo es si quieres, dada a los festejos y a las celebraciones, su mayor mérito haber alegrado la vida a su alrededor, superficialmente?' Nunca me acostumbré a ocupar en los automóviles el sitio del conductor y no tener ante mí un volante, allí en Inglaterra. Nunca logré estar seguro de lo intencionado o casual —lo significativo u ocioso— de cada frase que pronunciaba Tupra: siempre le flotaba a uno la duda de si las debía escuchar con normalidad o anotándolas, con la retentiva al máximo, reparando en ellas sin desdeñar una palabra ni tomar una sola sílaba a beneficio de inventario. Me inclinaba por esto último a veces y la fatiga era tremenda, una tensión constante. 'Claro que eso no es poco si se ha estado cerca de vidas desagradables', añadió Tupra o Reresby, y empezó a buscar con la mirada dónde estacionar, instintivamente, hasta que en seguida cayó o fingió caer en la cuenta: 'Nos aparcarán el coche los del restaurante'.