La primera mañana que Matilde se negó a ir a la playa con Estela, se dirigió a la cocina después de desayunar. Aisha se sorprendió al verla, porque hasta entonces ninguna invitada había traspasado su puerta, le gustó que le pidiera permiso para entrar y su sonrisa al darle las gracias, y le extrañó que una cocinera llevara un libro para guisar:

—¿Tú miras palabras y haces comida?, ¿todo junto, seniora?

Tu mujer nunca tuvo habilidades culinarias, su torpeza en el manejo de los utensilios y la sencillez con la que se burlaba de sí misma conmovieron a Aisha. La miraba preparar los ingredientes, consultando antes las recetas, pesándolos, colocándolos en el mostrador, y repasando luego las cantidades en el libro una y otra vez.

—Creo que se me olvida algo —Matilde esbozaba una sonrisa y la guardesa sonreía con ella.

Aisha se divirtió con las reacciones de tu esposa desde el primer día. Y esa misma mañana ya compartieron las carcajadas, cuando su gata entró por la trampilla de la puerta que daba al jardín. Tu mujer no la había visto, la gata pasó a su lado y le rozó las piernas con el rabo. Matilde pegó un grito y el animal se escondió en la alacena.

—No asuste, seniora, es Nigrita—Aisha buscó a su gata y la cogió en brazos—. Tú das miedo, ella susto tamién. Gatita bunita no asuste, seniora Matilde buena —le acarició el lomo y la besó. La gata ronroneó contra el pecho de Aisha—. ¿Ves, seniora?, si tú carinio a Nigrita, Nigritacarinio a ti. Ven, toca.

—Es que me dan un poco de miedo los gatos.

—Nigrita hace no nada. Ven, toca a lo primero un poco pequenio. Tú más grande que gata y Nigritano miedo a ti si tú toca. Ven, toca.

Aisha tomó la mano de Matilde y la pasó sobre el pelo suave y negro del animal. Negrita levantó la cabeza, Matilde dio un respingo y Aisha soltó una carcajada.

Trabajaron juntas, rieron juntas. Y a partir de entonces, Matilde acudió a la cocina cada día y pasó las horas hablando con Aisha y perdiéndole el miedo a su gata.

La confianza dio paso al cariño. Aisha descubrió que podía mantener con Matilde conversaciones de mujeres. Y Matilde descubrió el mundo de Aisha.

Aisha. Tú conociste su historia a través de Matilde. Tu esposa te contaba cada noche, con detalle, sus charlas matinales. Tú le pedías que te hablara de Aisha, tan sólo por escuchar a Matilde. Creías haber encontrado un tema que no os comprometía a ninguno. Y ella pensaba que lo hacías para participar de su intimidad. Y ahora te das cuenta —y ya es tarde— de que compartió contigo sus emociones sin que tú lo supieras. Y también las de Aisha.

La guardesa le contó a Matilde que salió de Marruecos con dieciséis años. Abandonó a su padre y a su madre, a sus hermanos, a sus tías y a sus amigas, y a pesar de que había pasado ya mucho tiempo ni un solo día había dejado de pensar en ellos.

Aisha llevaba siete años casada con Pedro. Se encontraron en una clase de alfabetización, ella había ido a aprender el idioma y Pedro a leer y a escribir. Los dos conocieron las letras a la vez, y a la vez supieron juntarlas para formar palabras.

—La vida empuje a Aisha a aprender, para papeles necisito espaniol.

Había solicitado la nacionalidad, y uno de los requisitos indispensables consistía en una entrevista con un juez que valoraría su nivel del idioma.

Cuando conoció al que sería su marido, empezó a superar el dolor de un naufragio, y el pánico que la acompañaba desde que sobrevivió al hundimiento de una patera.

—Aisha no morí, mi Munir sí morió.

Ella recuerda cómo su novio cayó al mar, sus ojos de espanto, la profunda tristeza que vio en ellos cuando supo que la miraba por última vez. Sueña todavía con esos ojos abiertos, muchas noches. Aisha se lanzó tras él para intentar salvarle. Ella viajaba abrazada a su bolsa de basura, donde llevaba ropa seca como único equipaje, y la soltó cuando lo vio caer.

—Todo lo mío en borsa plástico, no sitio, muchos hombres y mujeras en barca pequenia. Noche, muy noche, no luna, muy noche. Mucho aire. Olas más muy grande que barca. Aisha mucho miedo agarré borsa y vi hundirse Munir y tamién hundió y escapó borsa. Todo lo mío agua.

No sabe nada más, del mar recuerda el peso de sus ropas adheridas a su cuerpo, tirando de ella hacia el fondo.

Y al despertar, estaba seca. Aisha le contó a Matilde que abrió los ojos en una casa de acogida. Alguien la llevó allí, no sabe cómo, no sabe cuándo, no sabe quién.

Un olor a desinfectante la espabiló, y se encontró sola y pequeña en un antiguo hangar, adaptado a dormitorio de mujeres en un centro de ayuda al refugiado. Desde la litera contigua a la suya, una mujer la miraba. Farida. Superviviente de otro naufragio. Ella le dijo que los que llegaban en pateras se reunían en casas abandonadas. Allí se volvían a encontrar los que se habían dispersado en la carrera hacia la playa. Entre escombros se recibían noticias de los que no habían conseguido alcanzar la costa, de los que fueron detenidos al desembarcar, y también de los ahogados. Con Farida asistió por primera vez a un encuentro con inmigrantes ilegales, ella buscaba a su marido y a sus tres hijos, y Aisha buscaba a Munir.

Día tras día acudió Aisha a aquellas ruinas que aumentaban su desolación. Al principio esperaba encontrar a su novio, y después a alguien que lo hubiera visto morir, o alguno que hubiera visto a quien lo vio.

Aisha y Farida transformaron juntas el motivo de su búsqueda, primero esperaban hallar a los suyos, después necesitaron rastrear los cadáveres. El ánimo de verlos con vida desapareció poco a poco. Ambas convirtieron su inquietud en certeza al mismo tiempo, y compartieron idéntico desaliento: la ausencia de la confirmación de sus difuntos. Y se resignaron a que jamás volverían a ver a los que amaban, ni vivos ni muertos.

Aisha encontró en Farida el consuelo. La aliviaba con su ternura y con la forma que tenía de llamarla: Auisha, el diminutivo de su nombre que siempre había negado a los otros porque la hacían sentirse una niña pequeña. Juntas rezaban sus oraciones y juntas pasaban hambre en el Ramadán.

De Farida aprendió que debía mentir a la policía si le pedían los papeles. Fue ella quien le enseñó a adaptarse a su situación de ilegal. Tenía que darles un nombre falso, y decir que era argelina, para que no la expulsaran del país. Farida le enseñó a Aisha los trucos que había aprendido nada más llegar.

A las dos las detuvieron juntas. Pidieron un recurso de acogida, pero sólo una vez. Tuvieron suerte. Juntas acudieron al programa de alfabetización, y juntas conocieron a Pedro, y a Yunes.

Pedro se enamoró de Aisha nada más verla. Y Aisha se fue enamorando poco a poco.

—Aisha pena nigra en alma. Tarda olvido.

Aisha consiguió la nacionalidad después de cinco años de trámites, cuando ya estaba casada con Pedro. Y Farida y Yunes no consiguieron papeles jamás.

—Guapo Yunes argelino moreno rizos en pelo. Farida enamora y casan antes Pedro y mí. Tú conoce algún día. Farida tamién guapa, grande pero guapa enamora a Yunes tamién.

Y Aisha le cuenta a Matilde —y después ella te lo contaría a ti— que Yunes escapó de Argelia huyendo del integrismo, cuando un grupo parapolicial asesinó a su hermana Maryam, casada con un profesor universitario, embarazada de ocho meses. Le atravesaron el vientre antes de degollarla, para que no naciera otro intelectual. Y después, mataron a su marido.