—Tú preguntas primero —dijo, pues no había tenido tiempo de pensar en un acertijo.

Así que Gollum siseó:

Las raíces no se ven,

y es más alta que un árbol.

Arriba y arriba sube,

y sin embargo no crece.

—¡Fácil! —dijo Bilbo—. Una montaña, supongo.

—¿Lo adivinó fácilmente? ¡Tendría que competir con nosotros, preciosso mío! Si preciosso pregunta y él no responde, nos lo comemos, preciosso. Si él pregunta y no contestamos, haremos lo que él quiera, ¿eh? ¡Le enseñaremos el camino de la salida, sí!

—De acuerdo —dijo Bilbo, no atreviéndose a discrepar y con el cerebro casi estallándole mientras pensaba en un acertijo que pudiese salvarlo de la olla.

Treinta caballos blancos

en una sierra bermeja.

Primero mordisquean,

y luego machacan,

y luego descansan.

Eso era todo lo que se le ocurría preguntar; la idea de comer le daba vueltas en la cabeza. Era además un acertijo bastante viejo, y Gollum conocía la respuesta tan bien como vosotros.

—Chiste viejo, chiste viejo —susurró—. ¡Los dientes, los dientes, preciosso mío! ¡Pero sólo tenemos seis!, preciosso. —Y en seguida propuso una segunda adivinanza.

Canta sin voz,

vuela sin alas,

sin dientes muerde,

sin boca habla.

—¡Un momento! —gritó Bilbo, incómodo, pensando aún en cosas que se comían. Por fortuna una vez había oído algo semejante, y recobrando el ingenio, pensó en la respuesta—. El viento, el viento, naturalmente —dijo, y quedó tan complacido que inventó en el acto otro acertijo. «Esto confundirá a esta asquerosa criaturita subterránea», pensó.

Un ojo en la cara azul

vio un ojo en la cara verde.

«Ese ojo es como este ojo»,

dijo el ojo primero,

«pero en lugares bajos,

y no en lugares altos».

—Ss, ss, ss —dijo Gollum. Había estado bajo tierra mucho tiempo, y estaba olvidando esa clase de cosas. Pero cuando Bilbo ya esperaba que el desdichado no podría responder, Gollum sacó a relucir recuerdos de tiempos y tiempos y tiempos atrás, cuando vivía con su abuela en un agujero a orillas de un río—. Ss, ss, ss, preciosso mío —dijo—. Quiere decir el sol sobre las margaritas, eso quiere decir.

Pero estos acertijos sobre las cosas cotidianas al aire libre lo fatigaban. Le recordaban también los días en que aún no era una criatura tan solitaria y furtiva y repugnante, y lo sacaban de quicio. Más aún, le daban hambre, así que esta vez pensó en algo un poco más desagradable y difícil.

No puedes verla ni sentirla,

y ocupa todos los huecos;

no puedes olerla ni oírla,

está detrás de los astros,

y está al pie de las colinas,

llega primero, y se queda;

mata risas y acaba vidas.

Para desgracia de Gollum, Bilbo había oído algo parecido en otros tiempos, y de cualquier modo la respuesta fue rotunda. —¡La oscuridad! —dijo, sin ni siquiera rascarse la cabeza o ponerse la gorra de pensar.

Caja sin llave, tapa o bisagras,

pero dentro un tesoro dorado guarda.

Bilbo preguntó para ganar tiempo, hasta que pudiese pensar algo más difícil. Creyó que era un acertijo asombrosamente viejo y fácil, aunque no con estas mismas palabras, pero resultó ser un horrible problema para Gollum. Siseaba entre dientes, sin encontrar la respuesta, murmurando y farfullando.

Al cabo de un rato Bilbo empezó a impacientarse. —Bueno, ¿qué es? —preguntó—. La respuesta no es una marmita hirviendo, como pareces creer, por el ruido que haces.

—Una oportunidad, que nos dé una oportunidad, preciosso mío... ss... ss...

—¡Bien! —dijo Bilbo tras esperar largo rato—. ¿Qué hay de tu respuesta?

Pero de súbito Gollum se vio robando en los nidos, hacía mucho tiempo, y sentado en el barranco del río enseñando a su abuela, enseñando a su abuela a sorber... —¡Huevoss! —siseó—. ¡Huevoss, eso ess! —y en seguida preguntó:

Todos viven sin aliento;

y fríos como los muertos,

nunca con sed, siempre bebiendo,

todos en mallas, siempre en silencio.

El propio Gollum se dijo que la adivinanza era asombrosamente fácil, pues él pensaba día y noche en la respuesta. Pero por el momento no se le ocurrió nada mejor, tan aturdido estaba aún por la cuestión del huevo. De cualquier modo fue todo un problema para Bilbo, quien nunca había tenido nada que ver con el agua cuando había podido evitarlo. Imagino que ya conocéis la respuesta, no lo dudo, o que podéis adivinarla en un abrir y cerrar de ojos, ya que estáis cómodamente sentados en casa, y el peligro de ser comidos no turba vuestros pensamientos. Bilbo se sentó y carraspeó una o dos veces, pero la respuesta no llegó.

Al cabo Gollum se puso a sisear entre dientes, complacido. —¿Es agradable, preciosso mío? ¿Es jugoso? ¿Cruje de rechupete? —Espió a Bilbo en la oscuridad.

—Un momento —dijo Bilbo temblando de miedo—. Yo te he dado una buena oportunidad hace poco.

—¡Tiene que darse prisa, darse prisa! —dijo Gollum, comenzando a pasar del bote a la orilla para acercarse a Bilbo. Pero cuando puso en el agua las patas grandes y membranosas, un pez saltó espantado y cayó sobre los pies de Bilbo.

—¡Uf! —dijo—, ¡que frío y pegajoso! —y así acertó—. ¡Un pez, un pez! —gritó—. ¡Es un pez!

Gollum quedó horriblemente desilusionado; pero Bilbo le propuso otro acertijo tan rápido como le fue posible, y Gollum tuvo que volver al bote y pensar.

Sin-piernas se apoya en una pierna; dos-piernas se sienta cerca de tres-piernas, y cuatro-piernas consiguió algo.

No era realmente el momento apropiado para este acertijo pero Bilbo estaba en un apuro. A Gollum le habría costado bastante acertar si Bilbo lo hubiera preguntado en otra ocasión. Tal como ocurrió, hablando de peces, «sin piernas» no parecía muy difícil, y el resto fue obvio. «Un pez sobre una mesa pequeña, un hombre a la mesa, y el gato que consigue las espinas.» Ésa era la respuesta, por supuesto, y Gollum la encontró pronto. Entonces pensó que ya era momento de preguntar algo horrible y difícil. Esto fue lo que dijo:

Devora todas las cosas:

aves, bestias, plantas y flores;

roe el hierro, muerde el acero,

y pulveriza la peña compacta;

mata reyes, arruina ciudades

y derriba las altas montañas.

El pobre Bilbo sentado en la oscuridad pensó en todos los horribles nombres de gigantes y ogros que alguna vez había oído en los cuentos, pero ninguno hacía todas esas cosas. Tenía el presentimiento de que la respuesta era muy diferente y que la sabía de algún modo, pero no era capaz de ponerse a pensar. Empezó a sentir miedo, y esto es malo para pensar. Gollum salió entonces del bote. Saltó al agua y avanzó hacia la orilla. Bilbo alcanzaba a ver los ojos que se acercaban. La lengua parecía habérsele pegado al paladar; quería gritar: ¡Dame tiempo! Pero todo lo que salió en un súbito chillido fue:

—¡Tiempo! ¡Tiempo!

Bilbo se salvó por pura suerte. Pues naturalmente ésta era la respuesta.

Gollum quedó otra vez desilusionado; ahora estaba enojándose y cansándose del juego. Le había dado mucha hambre en verdad, y no volvió al bote. Se sentó en la oscuridad junto a Bilbo. Esto incomodó todavía más al hobbit y le nubló el ingenio.