Me parece que el curtidor se puso de pie y le interrumpió. El curtidor era un hombre amargado; se creía con méritos para figurar entre los diecinueve importantes, pero no podía conseguir que se lo reconocieran, lo que le hacía algo desagradable en sus modales y en su manera de hablar. Dijo:
-¡Vamos, no se trata de eso! Eso puede ocurrir dos veces en cien años, pero no lo otro. -¡Ninguno de los clon clip los veinte dólares!
Un estallido de aplausos.
Billson:
-¡Yo los di!
Wilson: -¡Yo los di!
Luego se acusaron mutuamente de robo.
PRESIDENTE: -¡Orden! Les ruego que se sienten. Ninguno de los sobres ha estado fuera de mis bolsillos ni un momento. UNA voz: Entonces…
-¡Eso lo soluciona todo!
CURTIDOR: Señor presidente, hay algo muy evidente: uno de esos hombres ha estado fisgando bajo la cama del otro y robando secretos de familia.
-Si la insinuación es poco democrática, haré notar que ambos son capaces de ello. [PRESIDENTE: -¡Orden! -¡Orden!»] Retiro la insinuación, señor, y me limitaré a sugerir que, si uno de ellos ha oído por casualidad al otro mientras revelaba a su mujer la famosa frase, podemos descubrirlo ahora.
UNA VOZ: -¿Cómo?
CURTIDOR: Fácilmente. Ninguno de los dos ha citado la frase con palabras exactamente iguales. Ustedes lo habrían notado, si no hubiera mediado un inconsiderable espacio de tiempo y una excitante pelea entre ambas lecturas.
UNA VOZ: Diga la diferencia.
CURTIDOR: La palabra mucho está en la carta de Billson y no figura en la otra.
MUCHAS VOCES: Así es -¡Tiene razón!
CURTIDOR: Y por lo tanto, si la presidencia consiente examinar la indicación encerrada en el talego, sabremos cuál de estos dos impostores (PRESIDENTE: «-¡Orden! -¡Orden!»]…, cuál de estos dos aventureros… [PRESIDENTE: -¡Orden! -¡Orden!]…, cuál de estos dos caballeros… Risas y aplausos] tiene derecho a ostentar el título de primer fanfarrón deshonesto jamás criado en esta ciudad…, ;a la cual ha deshonrado y que será desde ahora para él un lugar asfixiante! [Fuertes aplausos.]
MUCHAS VOCES: -¡Ábralo! -¡Abra el talego!
El reverencio Burgess pegó un corte en el talego, metió la mano dentro y sacó un sobre. En él se hallaban dos papeles doblados. El reverendo dijo:
-Uno de estos papeles contiene la frase: «No deberá ser examinada, hasta que no se hayan leído todas las comunicaciones escritas dirigidas a la presidencia, si las hubiere». Sobre el otro papel está escrito: Prueba. Un momento. Dice así: «Yo no exijo que la primera mitad de la indicación de mi benefactor sea repetida con toda exactitud, porque no era muy notable y puede haber sido olvidada, pero sus quince palabras finales sí que son notables y las creo fáciles de recordar, y, a no ser que éstas sean reproducidas con exactitud, el que reclame será considerado un impostor. Mi benefactor empezó diciendo que él rara vez daba un consejo, pero añadió que, cuando lo daba, el consejo llevaba siempre el sello de mucha calidad. Luego dijo esto… que El hombre que corrompió Hadleyburg nunca se me ha borrado de mi memoria: ..Usted no es malo …..
CINCUENTA VOCES: Eso aclara todo. -¡El dinero es de ¡Wilson! -¡Wilson! -¡Wilson! -¡Que hable! -¡Que hable!
Todos se levantaron de un salto y se agolparon alrededor de Wilson, estrujándole la mano y felicitándolo con fervor, mientras el presidente descargaba golpes con su maza y gritaba:
-¡Silencio, caballeros!
-¡Silencio!
-¡Silencio!
Permítanme que termine de leer, por favor.
Al restablecerse el silencio, se reanudó la lectura, oyéndose lo siguiente:
«Váyase y refórmese, o, recuerde mis palabras, un día, por sus pecados, morirá e irá al infierno o a Hadleyburg… PROCURE ACABAR EN EL INFIERNO»
Hubo un silencio espantoso. Primero, sobre los rostros de los ciudadanos comenzó a cernirse una nube de enojo; tras una pausa, la nube empezó a disiparse y una expresión divertida trató de ocupar su sitio y lo intentó con tal esfuerzo, que sólo pudo evitarse con grande y penosa dificultad. Los reporteros, los nativos de Brixton y demás forasteros abatieron sus cabezas y protegieron sus rostros con las manos y lograron contenerse con mucho esfuerzo y heroica cortesía. En ese inoportuno momento estalló en medio del silencio el bramido de una voz solitaria, la de Jack Halliday:
-¡Esto sí que es un buen consejo!
Entonces los presentes, incluso los forasteros, cedieron. Hasta la gravedad del señor Burgess se desmoronó en el acto y el público se consideró oficialmente libre de toda contención y usó su privilegio al máximo. Fue una buena y prolongada tanda de riquezas y de risas tempestuosamente sinceras, pero que por fin cesó, durando lo bastante para que el señor Burgess intentara reanudar su discurso y para que la agente se secara parcialmente los ojos. Luego Burgess patio proferir estas graves palabras: Es inútil que tratemos de disimular el hecho.
Nos encontramos frente a un asunto muy importante. Está en juego el honor de nuestra ciudad, amenaza su buen nombre. La diferencia de una sola palabra entre los textos presentados por el señor Wilson y por el señor Billson era, en sí misma, una cuestión muy seria, ya que demostraba que uno de estos dos señores era culpable de robo Los dos hombres aludidos estaban sentados con la cabeza gacha, pasivos, aplastados; pero, al oír estas palabras, se movieron como electrizados e hicieron ademán de levantarse -¡Siéntense! dijo el presidente bruscamente; ambos obedecieron. Eso, como acabo de decir, era una cosa seria. Y lo era…, pero sólo para uno de y ellos. Con todo, el asunto ha tomado un cariz más grave, porque ahora el honor de ambos está en peligro. -¿Debo ir más allá aún y decir que se trata de un peligro que no se puede desenredar? Ambos han omitido las palabras decisivas.
El reverendo hizo una pausa. Dejó que durante unos instantes el silencio que impregnaba todo se espesara y aumentase sus solemnes efectos y añadió:
-Aparentemente esto sólo puede haber ocurrido de una manera. Yo les pregunto a estos caballeros: -¿Ha habido cohesión, acuerdo? 'Un suave murmullo se insinuó entre el público; su significado era: «Los ha acorralado…
Billson no estaba acostumbrado a estas situaciones, se quedó sentado, con la cabeza gacha. Pero Wilson era abogado. Se puso de pie con esfuerzo, pálido y afligido, y dijo:
-Solicito la indulgencia del público mientras explico este penoso asunto. Lamento decir lo que voy a decir, !tiesto que ofenderé de forma irreparable al señor Billson, a quien he estimado y respetado siempre hasta ahora, y en cuya invulnerabilidad a la tentación creí siempre a pie juntillas como todos ustedes. Pero debo hablar en defensa de mi propio honor. y con franqueza. Confieso avergonzado y les suplico me perdonen que le dije al forastero arruinado todas las palabras contenidas en la frase, incluidas las últimas ofensivas. [Suspiro entre el público. Cuando los periódicos hablaron de esto, las recordé y resolví reclamar el talego de dinero, ya que me sentía con derecho al mismo desde todos los puntos de vista. Ahora les pido a ustedes que tengan en cuenta este punto y lo mediten bien: que la gratitud del forastero para mí esa noche no tenía límites, que él mismo manifiesto no encontrar palabras adecuadas para exhumarla y que, si podía hacerlo, me devolvería algún día el favor centuplicado. Y bien… Ahora les pregunto: ¿Podía esperar…, podía creer…, podía siguiera imaginar remotamente que, dados tales sentimientos, ese hombre cometería un acto tan desagradecido como añadir a su prueba las quince palabras completamente: innecesarias, tendiéndome una trampa, haciéndome aparecer como difamador de mi propia ciudad ante mis propios convecinos reunidos en un salan público? Era absurdo, era imposible. Su prueba contendría solamente la bondadosa cláusula inicial de mi observación. Yo no dudaba lo más mínimo. Ustedes habrían pensado lo mismo en mi lugar No habrían esperado tan vil traición de un lumbre a quien protegieran y a quien no agraviaran en modo alguno. Y por eso, con perfecta confianza, con perfecta buena fe, escribí sobre un trozo de papel las palabras iniciales, terminando con un Váyase y refórmese, y las firmé. Cuando me disponía a poner la carta en un sobre, me llamaron para que fuera a un despacho de mi oficina y, sin pensarlo, dejé la carta abierta sobre mi escritorio. Wilson se detuvo, volvió lentamente la cabeza hacia Billson, esperó un momento y añadió: