»Así quedaron las cosas entre Elrond y Aragorn, y no volvieron a hablar del tema; pero Aragorn partió una vez más a afrontar el peligro y la fatiga. Y mientras el mundo se ensombrecía, y el miedo se cernía sobre la Tierra Media, a medida que el poder de Sauron se acrecentaba, y que Barad-dûr se erguía, más alta cada día y más poderosa, Arwen permaneció en Rivendel, y en ausencia de Aragorn velaba por él de lejos con el pensamiento; y en la larga pero esperanzada espera hizo para él un estandarte, un estandarte real, que nadie podría desplegar sino aquel que reivindicase el señorío de los Númenóreanos y la corona de Elendil.
»Al cabo de unos pocos años, Gilraen se despidió de Elrond y regresó a Eriador, con su propia gente, y allí vivía sola; y a su hijo, que pasaba largos años en países lejanos, lo veía en muy raras ocasiones. Pero una vez, cuando Aragorn regresó al Norte, y fue a verla, ella le dijo antes de que él volviera a irse: “Ésta es nuestra última separación, Estel, hijo mío. Como a cualquiera de los Hombres comunes, también a mí me han envejecido las preocupaciones; y ahora que la veo acercarse, sé que no podré soportar la oscuridad de nuestro tiempo que se agolpa en la Tierra Media. Pronto habré de partir”.
»Aragorn trató de confortarla, diciendo: “Todavía puede haber una luz más allá de las tinieblas; y si la hay, quisiera que la vieras y fueras feliz”.
»Pero ella le respondió con este linnod:
Onen i-Estel Edain, ú-chebin estel anim 34,
y Aragorn partió con el corazón oprimido. Gilraen murió antes de la primavera siguiente.
»Así fueron llegando los años de la Guerra del Anillo, cuyos hechos se narran en otra parte: de cómo fueron revelados los medios imprevisibles para derrotar a Sauron, y de cómo se cumplió una esperanza más allá de toda esperanza. Y aconteció que en la hora de la derrota Aragorn llegó desde el mar y desplegó el estandarte de Arwen en la batalla de los Campos del Pelennor, y ese día fue por primera vez aclamado como rey. Y por fin, cuando todo hubo terminado, entró en posesión de la herencia de los antepasados y recibió la corona de Gondor y el cetro de Arnor; y en el Día del Solsticio de Verano del año de la Caída de Sauron tomó la mano de Arwen Undómiel, y fueron desposados en la ciudad de los Reyes.
»La Tercera Edad terminó así con victoria y esperanza; pero uno de los momentos más tristes en medio de todos los dolores de aquella Edad fue la separación de Elrond y Arwen, porque era el Mar el que los separaba, y un destino más allá del fin del mundo. Cuando el Gran Anillo fue destruido, y los Tres quedaron despojados de todo poder, Elrond, cansado al fin, abandonó la Tierra Media para nunca más regresar. Pero Arwen había elegido ser una mujer mortal, y su destino no quiso sin embargo que muriese antes de haber perdido todo lo que había ganado.
»Como Reina de los Elfos y de los Hombres, vivió con Aragorn durante ciento veinte años de gloria y de ventura; pero al fin Aragorn sintió que se acercaba a la vejez, y supo que los días de aquella larga vida estaban terminando. Entonces le dijo a Arwen: “Al fin, Dama Estrella de la Tarde, la más hermosa de este mundo, y la más amada, mi mundo empieza a desvanecerse. Y bien: hemos recogido y hemos gastado, y ahora se aproxima el momento de pagar”.
»Arwen sabía muy bien lo que él pensaba hacer, pues lo había presentido hacía largo tiempo; y a pesar de todo, el dolor la abrumó: “¿Querrías, entonces, mi señor, abandonar antes de tiempo a los tuyos que viven de tu palabra?”, dijo.
»“No antes de mi tiempo —respondió él—. Si no parto ahora, pronto tendré que hacerlo por la fuerza. Y Eldarion, nuestro hijo, es un hombre ya maduro.”
»Entonces, fue a la Casa de los Reyes en la Calle del Silencio, y se tendió en el largo lecho que le habían preparado. Allí le dijo adiós a Eldarion, y le puso en las manos la corona alada de Gondor y el cetro de Arnor; y entonces todos se retiraron excepto Arwen, y allí se quedó junto al lecho de Aragorn. Y no obstante su gran sabiduría y su mismo linaje, no pudo dejar de suplicarle que se quedara todavía por algún tiempo. Aún no estaba cansada de los días, y ahora sentía el sabor amargo de la mortalidad que ella misma había elegido.
»“Dama Undómiel —dijo Aragorn—, dura es la hora sin duda, pero ya estaba señalada el día en que nos encontramos bajo los abedules blancos en el jardín de Elrond, donde ya nadie pasea. Y en la colina de Cerin Amroth cuando tú y yo rechazamos la Sombra y renunciamos al Crepúsculo, aceptamos este destino. Reflexiona un momento, mi bienamada, y pregúntate si en verdad preferirías que esperara a la muerte, y verme caer del trono, achacoso y decrépito. Oh Dama, soy el último de los Númenóreanos y el último Rey de los Días Antiguos; y a mí me ha sido concedida no sólo una vida tres veces más larga que la de los Hombres de la Tierra Media, sino también la gracia de abandonarla voluntariamente, y de restituir el don. Ahora, por lo tanto, me voy a dormir.”
»“No te diré palabras de consuelo, porque para semejante dolor no hay consuelo dentro de los confines de este mundo; a ti te toca una última elección: arrepentirte y partir hacia los Puertos llevándote contigo hacia el Oeste el recuerdo de los días que hemos vivido juntos, un recuerdo que allí será siempre verde, pero sólo un recuerdo; o de lo contrario esperar el Destino de los Hombres.”
»“No, amado señor —dijo ella—, esa elección ya no existe desde hace largo tiempo. No hay más navíos que puedan conducirme hasta allí, y tendré en verdad que esperar el Destino de los Hombres, lo quiera o no lo quiera. Pero una cosa he de decirte, Rey de los Númenóreanos: hasta ahora no había comprendido la historia de tu pueblo y la de su caída. Me burlaba de ellos, considerándolos tontos y malvados, mas ahora los compadezco al fin. Porque si en verdad éste es, como dicen los Eldar, el don que el Único concede a los Hombres, es en verdad un don amargo.”
»“Así parece —dijo él—. Pero no nos dejemos abatir en la prueba final, nosotros que otrora renunciamos a la Sombra y al Anillo. Con tristeza hemos de separarnos, mas no con desesperación. ¡Mira! No estamos sujetos para siempre a los círculos del mundo, y del otro lado hay algo más que recuerdos. ¡Adiós!”
»“¡Estel, Estel!”, exclamó Arwen, y mientras le tomaba la mano y se la besaba, Aragorn se quedó dormido. Y de pronto, se reveló en él una gran belleza, una belleza que todos los que más tarde fueron a verlo contemplaron maravillados, porque en él veían unidas la gracia de la juventud y el valor de la madurez, y la sabiduría y la majestad de la vejez. Y allí yació largo tiempo, una imagen del esplendor de los Reyes de los Hombres en la gloria radiante anterior al desgarramiento del mundo.
»Pero Arwen salió de la Casa, y la luz se le había extinguido en los ojos, y a los suyos les pareció que se había vuelto fría y gris como un anochecer de invierno que llega sin una estrella. Entonces dijo adiós a Eldarion, y a sus hijas, y a todos aquellos a quienes había amado; y abandonó la ciudad de Minas Tirith y se encaminó al país de Lórien, y allí vivió sola bajo los árboles que amarilleaban hasta que llegó el invierno. Galadriel había desaparecido y también Celeborn había partido, y el país estaba silencioso.