PRÍNCIPE. - Sin querer, tal vez.

MASCARITA. - ¡Quién sabe! Lo único que sé es que no deberían quererte tanto las mujeres.

PRÍNCIPE. - Yo no busco amor.

MASCARITA. - ¡No sabes buscarlo!

PRÍNCIPE. - Mejor dicho, estoy cansado de buscarlo.

MASCARITA. - Pero si ella de pronto aparece ante ti y dice: eres mío, ¿acaso eres capaz de quedar insensible?

PRÍNCIPE. - ¿Pero quién es ella?... Desde luego, un ideal...

MASCARITA. - No, una mujer... ¿Y lo demás, qué importa?

PRÍNCIPE. - Pero muéstramela, que aparezca, y sea valiente

MASCARITA. - Tú quieres demasiado. Piensa lo que has dicho. (Breve pausa) Ella no exige ni suspiros, ni declaraciones, ni lágrimas, ni ruegos, ni discurso apasionado.

Pero dadme el juramento de abandonar todo intento, de averiguar quién es ella... y de todo, ¡callar!...

PRÍNCIPE. - ¡Juro por la tierra y por todos los cielos y por mi honor!...

MASCARITA. - ¡Mira, ahora vamos! Y recuerda que no puede haber bromas entre nosotros... (Se van del brazo).

ARBENIN Y DOS MÁSCARAS

(Arbenin arrastra del brazo una máscara).

ARBENIN. - Usted me ha dicho tales cosas, señor mío, que mi honor no me permite soportarlo... ¿Usted sabe quién soy yo?

MÁSCARA. - Yo sé quién ha sido usted.

ARBENIN. - Quítese inmediatamente el antifaz.

Usted procede con falta de honradez.

MÁSCARA. - ¿Por qué? Usted desconoce mi rostro y es como una careta; yo lo veo a usted por primera vez.

ARBENIN. - No creo. Me parece que usted me tiene demasiado miedo. Me da vergüenza enfadarme.

¡Usted es un cobarde! ¡Fuera de aquí!

MÁSCARA. ¡Adiós, entonces!... ¡Pero cuídese! Esta noche le ocurrirá una desgracia. (Desaparece entre la multitud).

ARBENIN. ¡Espere un poco!... ¡Desapareció!...

¿Quién será? Vea la nueva preocupación que Dios me ha dado. Será algún enemigo cobarde, y yo tengo tantos.

¡ja, ja, ja, ja! ¡Adiós, amigo, que te vaya bien!

SHPRIJY ARBENIN

(Entra Shprij. Sentadas en el canapé conversan dos mascaritas; alguien se acerca, intrigándolas, y trata de tomar a una de ellas de la mano... Esta, desprendiéndose, se aleja, dejando caer sin darse cuenta una pulsera).

SHPRIJ. ¿A quién trataba usted sin piedad, Eugenio Alexandrovich?

ARBENIN. - Nada, bromeaba con un amigo.

SHPRIJ. - Por lo visto, la broma era muy en serio, pues se alejaba insultándolo.

ARBENIN. - ¿A quién?

SHPRIJ. - A otra máscara.

ARBENIN. - Tiene usted un oído envidiable.

SHPRIJ. - Yo escucho todo, pero guardo completo silencio, y jamás me meto en asuntos ajenos...

ARBENIN. - Se ve. ¿Entonces no sabe usted quién es?... ¿Pero cómo puede ser, no tiene usted vergüenza?

De esto...

SHPRIJ. - ¿De qué se trata?

ARBENIN. - No es nada, lo dije en broma...

SHPRIJ. - Diga no más.

ARBENIN. - (Cambiando de tono) ¿Sigue visitándolo aquel morocho con bigotes? (Se aleja, silbando una canción).

SHPRIJ. - (Solo) Que se le seque la garganta... Se ríe de mí... pero tú también andarás pronto con cuernos.

(Confundiéndose entre la multitud).

MASCARITA 1ª SOLA

(Aparece caminando rápidamente la 1ª mascarita y muy agitada se deja caer sentada sobre el canapé).

MASCARITA. - ¡Ay!... Apenas respiro... No hace más que seguirme. ¡Y si... me arranca el antifaz!... ¡Pero no, él no me ha reconocido!... Cómo podría sospechar de una mujer que la sociedad admira y envidia, que olvidándose de todo se arroja a su cuello, rogándole instantes de dulzura, sin exigir amor y sólo compasión y que le dice: «¡soy tuya!». Este secreto jamás lo conocerá... ¡Que así sea!. .. Yo no quiero... Pero él desea guardar de mí algún objeto de recuerdo..., un anillo...

¿Qué hacer?... El riesgo es terrible... (Advierte una pulsera en el suelo y la levanta) ¡Qué dicha! ¡Dios mío!

Una pulsera perdida. Esmalte y oro... Se la daré...

¡Espléndido!... Que me encuentre después con ella.

LA 1ª MÁSCARA Y EL PRÍNCIPE ZVIEZDICH

(El príncipe, con monóculo, se acerca con paso apresurado).

PRÍNCIPE. - Es la misma... ¡Es ella!... ¡Entre miles la reconocería! (Sentándose en el canapé y tomándola de la mano) ¡Oh, no te escaparás!...

MASCARITA. - Yo no me escapo. ¿Qué es lo que quieres?

PRÍNCIPE. - Quiero verte.

MASCARITA. - ¡La idea es ridícula! Estoy delante tuyo...

PRÍNCIPE. - ¡Es una broma perversa! Tu fin es bromear, pero mi fin es otro... Si no me descubres inmediatamente tus rasgos celestiales, te arrancaré por la fuerza ese pícaro antifaz...

MASCARITA. - ¡Vaya una a comprender a los hombres!... Está insatisfecho... Le es poco saber que yo lo amo... Pero no, usted quiere todo; usted necesita mi honor para mancillarlo. Para encontrarme después en un baile o en un paseo y poder contar esta alegre aventura a los amigos, y para quitarles las dudas, decirles, señalándome con un dedo: es ella.

PRÍNCIPE. - Yo recordaré su voz.

MASCARITA. - Eso sí que es gracioso. Encontrará cien mujeres que hablen con esta misma voz; lo avergonzarán cuando se acerque, y eso no estaría mal.

PRÍNCIPE. - Pero mi felicidad no es completa.

MASCARITA. - ¡Vaya a saberlo! Tal vez usted deba bendecir a la suerte que no me haya quitado el antifaz. Tal vez soy vieja y fea...

PRÍNCIPE. - Tú quieres asustarme, pero conociendo la mitad de tus maravillas, ¿cómo no adivinar las demás?

MASCARITA. - (Intentando alejarse) Adiós para siempre.