Ghlij le miró extrañamente. Shegnif, irguiéndose, dijo:

– ¿Nuestra supervivencia? ¿De veras? ¡Explícate!

– Preferiría hablar sin que estuviese presente el hombre murciélago.

– ¡Señoría, protesto! -gritó Ghlij-. He permanecido en silencio, como vos deseabais, mientras este humano explicaba su mentirosa historia de sus supuestas aventuras en el Árbol. ¡Pero no quiero guardar silencio por más tiempo! ¡Esto es muy serio! ¡Está atribuyéndonos a nosotros los dhulhulijes planes siniestros, cuando sólo queremos vivir en paz y establecer relaciones provechosas para todos!

– No se ha emitido ningún juicio -dijo Shegnif-. Oiremos las declaraciones de todos, incluyendo la de tu colega Jyuks. De hecho, están siendo entrevistados en este momento los demás, y leeremos los resúmenes de las entrevistas hoy, más tarde. Por cierto, y esto te interesará a ti también, hombre murciélago, nuestros archivos indican que el dios de piedra estuvo una vez aquí. El desde luego se parece al dios de piedra. Y no es, indudablemente, uno de nuestros humanos. Supongo que te darías cuenta de que tiene pelo en toda la cabeza y cinco dedos en los pies.

– Yo no dije que fuese un esclavo o un vroomaws, Señoría -objetó Ghlij.

– Mejor para ti que no lo hayas hecho -dijo Shegnif.

Habló en una caja de madera de color naranja que tenía ante él, y las grandes puertas se abrieron. Ulises se preguntó si tendrían alguna especie de radio. No había visto ninguna antena en la ciudad, pero había estado allí de noche.

Shegnif se levantó y dijo:

– Seguiremos mañana. Tengo que atender asuntos más urgentes. Sin embargo, si puedes demostrar lo que dijiste que eras la clave de nuestra supervivencia, te escucharé con mucho gusto. Puedo preparar una entrevista especial contigo para última hora del día. Pero sería mejor que no me hicieses perder tiempo, mi tiempo es muy valioso.

– Hablaremos al final del día -dijo Ulises.

– ¿Y no tendré yo ninguna oportunidad de defenderme? -chilló Ghlij.

– Todas, como sabes muy bien -dijo Shegnif-. No hagas preguntas que no necesites hacer. Ya sabes que estoy ocupado.

Ulises fue conducido de nuevo a la sala de las literas, pero Ghlij fue trasladado a otra habitación, donde, al parecer, también estaba Jyuks. El último de los entrevistadores, de un equipo de humanos y de neshgais, salía justo cuando regresaba Ulises.

– ¿Cómo os fue, Señor? -le preguntó rápidamente Awina.

– No estamos en poder de seres totalmente irracionales -contestó-. Tengo la esperanza de que podamos convertirnos en aliados suyos.

No les habían quitado las cajas de las bombas. En realidad, aún tenían todas sus armas. Si los neshgais les permitían conservarlas porque las menospreciaban, aún podían demostrarles que se habían precipitado en su juicio. Una bomba derrumbaría las puertas cerradas de aquella sala, y unas cuantas más matarían y asustarían a las suficientes criaturas elefantinas como para permitir al grupo llegar al puerto. Y allí podrían apoderarse de una galera, que debía ser relativamente fácil de manejar. O si querían ir más lejos, podían apoderarse de un barco de vela de los muchos que había en el puerto. Que, según sus sospechas, poseerían también probablemente motores vegetales supletorios.

Pero no tenía sentido hacerlo más que como último recurso. Si los neshgais intentasen matarlos o esclavizarlos, sin duda se habrían apoderado de sus armas. Él daría órdenes a sus hombres de que se resistiesen si les pedían que entregasen las armas. Y les explicaría sus planes de fuga si sucedía esto.

Entre tanto, vería lo que pasaba con los neshgais. Les necesitaba tanto como ellos les necesitaban a él. Él tenía conocimiento y empuje, y ellos materiales y gente. Juntos, podían atacar al Árbol. O a los hombres murciélago, a los que creía auténticos dueños del Árbol.

A última hora de aquel día vino a buscarle un oficial que se presentó como Tarshkrat. Siguió la flotante capa del gigante hasta la oficina de Shegnif. El Gran Visir pidió a Ulises que se sentara y le ofreció un líquido oscuro parecido al vino. Ulises lo aceptó y le dio las gracias pero bebió muy poco. Aun así, aquel poco hizo cantar sus venas.

Shegnif sorbió el líquido con su trompa y se la introdujo en la boca mientras corrían por sus mejillas lágrimas de placer o de dolor. El recipiente de piedra que había ante ellos contenía más de dos litros de aquel licor, pero Shegnif no bebió mucho. Sólo intentaba dar la impresión de que lo hacía. Mientras escuchaba las palabras de Ulises, hundía la trompa con frecuencia en la vasija de piedra. Pero probablemente no hiciese más que agitar el líquido con la planta de la trompa.

Por último, levantó una mano indicando a Ulises que se callara, y dijo:

– ¿Así que crees que el Árbol no es una entidad inteligente?

– No, no creo que lo sea -dijo Ulises-. Creo que a los hombres murciélago les gustaría que todos creyesen que lo es.

– Probablemente seas sincero en lo que dices -atronó el Gran Visir-. Pero sé que estás equivocado. ¡Yo sé que el Árbol es un ser único e inteligente!

Ulises se irguió aún más y preguntó:

– ¿Cómo lo sabe?

– El Libro de Tiznak nos lo dice -dijo Shegnif-. O más bien se lo ha dicho a algunos de nosotros. Sólo puedo leer el Libro esporádicamente. Pero creo a los que afirman que leyeron eso sobre el Árbol.

– No sé qué quiere decir.

– Ni yo esperaba que lo supieras. Pero lo sabrás. Correrá a mi cargo que lo sepas.

– Sea o no un ser inteligente, el Árbol crece -dijo Ulises-. Cubrirá esta tierra en unos cincuenta años si sigue creciendo a este ritmo. Y, ¿a dónde habrán de irse los neshgais?

– Al parecer el Árbol tiene limitado su crecimiento cerca de la costa del mar -dijo el Gran Visir-. Si no nos habría cubierto hace mucho. Está creciendo hacia el norte, y con el tiempo acabará cubriendo toda la tierra del norte. Salvo cerca de la costa. No es el crecimiento del Árbol en sí mismo lo que tememos. Tememos a las gentes del Árbol. El Árbol ha estado enviándolos contra nosotros, y no dejará de hacerlo hasta que nos haya exterminado u obligado a vivir con él.

– ¿Cree realmente eso? -preguntó Ulises.

– ¡Lo sé!

– ¿Y qué me dice de los hombres murciélago?

– No sabía, hasta que me lo dijiste, que vivían en el Árbol. Siempre habían dicho que venían del norte. Si lo que me cuentas es cierto, son enemigos nuestros. Son, podríamos decir, los ojos del Árbol. Lo misino que los otros pueblos, los vignoon y otros, son las manos del Árbol.

– Si el Árbol es una entidad con inteligencia -dijo Ulises-, tendría que tener un cerebro central. Y ese cerebro, una vez localizado, podría destruirse. Si el Árbol es sólo un vegetal sin mente, controlado por los hombres murciélago, hay que localizar a éstos y destruirlos.

Shegnif meditó esto unos minutos. Ulises le observó por encima de su alto vaso y tomó un trago de aquel fuerte licor. Qué extraño, pensó, estar sentado en aquel sillón hablando con un ser que descendía de los elefantes, sobre unos hombrecillos alados y una planta que podría tener un cerebro o varios cerebros.

Shegnif agitó su trompa y se rascó la frente con la punta.

– ¿Por qué al matar al cerebro central del Árbol o a todos los hombres murciélago iba a cesar el crecimiento del Árbol?

– Si uno mata el cerebro de un animal, mata a todo el animal -dijo Ulises-. Esto podría cumplirse también con una entidad vegetal compleja, en cuyo caso el Árbol morirá. Los neshgais tendrán madera suficiente por lo menos para un millar de años -añadió.

Shegnif no sonrió. Quizás el sentido de humor de los neshgais no fuese el de los humanos.

– Si el cerebro está muerto -continuó Ulises-, aunque el Árbol viva al menos no organizará a sus habitantes para un ataque. Son primitivos, relativamente pocos en número, y se pondrían a guerrear entre sí, si el Árbol o los hombres murciélago no lo impidiesen.