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Mis pasos en esta calle
Resuenan
En otra calle
Donde
Oigo mis pasos
Pasar en esta calle
Donde
Sólo es real la niebla.
Octavio Paz
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Inválidos
Del Hospital del Condado de York informan que la Duquesa viuda de Grafton, que se rompió una pierna el domingo último, pasó ayer un día bastante bueno.
The Sunday Times, Londres
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Morelliana.
Basta mirar un momento con los ojos de todos los días el comportamiento de un gato o de una mosca para sentir que esa nueva visión a que tiende la ciencia, esa des-antropomorfización que proponen urgentemente los biólogos y los físicos como única posibilidad de enlace con hechos tales como el instinto o la vida vegetal, no es otra cosa que la remota, aislada, insistente voz con que ciertas líneas del budismo, del vedanta, del sufismo, de la mística occidental, nos instan a renunciar de una vez por todas a la mortalidad.
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ABUSO DE CONCIENCIA
Esta casa en que vivo se asemeja en todo a la mía: disposición de las habitaciones, olor del vestíbulo, muebles, luz oblicua por la mañana, atenuada a mediodía, solapada por la tarde; todo es igual, incluso los senderos y los árboles del jardín, y esta vieja puerta semiderruida y los adoquines del patio.
También las horas y los minutos del tiempo que pasa son semejantes a las horas y a los minutos de mi vida. En el momento en que giran a mi alrededor, me digo: «Parecen de veras. ¿Cómo se asemejan a las verdaderas horas que vivo en este momento!»
Por mi parte, si bien he suprimido en mi casa cualquier superficie de reflexión, cuando a pesar de todo el vidrio inevitable de una ventana se empeña en devolverme mi reflejo, veo en él a alguien que se me parece. ¿Sí, que se me parece mucho, lo reconozco!
¡Pero no se vaya a pretender que soy yo! ¡Vamos! Todo es falso aquí. Cuando me hayan devuelto mi casa y mi vida, entonces encontraré mi verdadero rostro.
Jean Tardieu.
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– Porteño y todo, lo han de poner overo, si se descuida.
– Trataré de no descuidarme, entonces.
– Hará bien.
CAMBACERES, Música sentimental.
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De todas maneras los zapatos estaban pisando una materia linoleosa, las narices olían una agridulce aséptica pulverización, en la cama estaba el viejo muy instalado contra dos almohadas, la nariz como un garfio que se prendiera en el aire para sostenerlo sentado. Lívido, con ojeras mortuorias. Zigzag extraordinario de la hoja de temperatura. ¿Y por qué se molestaban?
Se habló de que no era nada, el amigo argentino había sido testigo casual del accidente, el amigo francés era manchista, todos los hospitales la misma porquería. Morelli, sí, el escritor.
– No puede ser -dijo Etienne.
Por qué no, ediciones-piedra-en-el-agua: plop, no se vuelve a saber nada. Morelli se molestó en decirles que se habían vendido (y regalado) unos cuatrocientos ejemplares. Eso sí, dos en Nueva Zelandia, detalle emocionante.
Oliveira sacó un cigarrillo con una mano que temblaba, y miró a la enfermera que le hizo una seña afirmativa y se fue, dejándolos metidos entre los dos biombos amarillentos. Se sentaron a los pies de la cama, después de recoger algunos de los cuadernillos y rollos de papel.
– Si hubiéramos visto la noticia en los diarios… -dijo Etienne.
– Salió en el Figaro -dijo Morelli-. Debajo de un telegrama sobre el abominable hombre de las nieves.
– Vos te das cuenta -alcanzó a murmurar Oliveira-. Pero por otro lado es mejor, supongo. Habría venido cada vieja culona con el álbum de los autógrafos y un jarro de jalea hecha en casa.
– De ruibarbo -dijo Morelli-. Es la mejor. Pero vale más que no vengan.
– En cuanto a nosotros -engranó Oliveira, realmente preocupado-, si lo estamos molestando no tiene más que decirlo. Ya habrá otras oportunidades, etcétera. Nos entendemos, ¿no?
– Ustedes vinieron sin saber quién era yo. Personalmente opino que vale la pena que se queden un rato. La sala es tranquila, y el más gritón se calló anoche a las dos. Los biombos son perfectos, una atención del médico que me vio escribiendo. Por un lado me prohibió que siguiera, pero las enfermeras pusieron los biombos y nadie me fastidia.
– ¿Cuándo podrá volver a su casa?
– Nunca -dijo Morelli-. Los huesos se quedan aquí, muchachos.
– Tonterías -dijo respetuosamente Etienne.
– Será cuestión de tiempo. Pero me siento bien, se acabaron los problemas con la portera. Nadie me trae la correspondencia, ni siquiera la de Nueva Zelandia, con sus estampillas tan bonitas. Cuando se ha publicado un libro que nace muerto, el único resultado es un correo pequeño pero fiel. La señora de Nueva Zelandia, el muchacho de Sheffield. Francmasonería delicada, voluptuosidad de ser tan pocos que participan de una aventura. Pero ahora, realmente…
– Nunca se me ocurrió escribirle -dijo Oliveira-. Algunos amigos y yo conocemos su obra, nos parece tan… Ahórreme ese tipo de palabras, creo que se entiende lo mismo. La verdad es que hemos discutido noches enteras, y sin embargo nunca pensamos que usted estuviera en París.
– Hasta hace un año vivía en Vierzon. Vine a París porque quería explorar un poco algunas bibliotecas. Vierzon, claro… El editor tenía órdenes de no dar mi domicilio. Vaya a saber cómo se enteraron esos pocos admiradores. Me duele mucho la espalda, muchachos.
– Usted prefiere que nos vayamos -dijo Etienne-. Volveremos mañana, en todo caso.
– Lo mismo me va a doler sin ustedes -dijo Morelli-. Vamos a fumar, aprovechando que me lo han prohibido.
Se trataba de encontrar un lenguaje que no fuera literario.
Cuando pasaba la enfermera, Morelli se metía el pucho dentro de la boca con una habilidad diabólica y miraba a Oliveira con un aire de chiquilín disfrazado de viejo que era una delicia.
…partiendo un poco de las ideas centrales de un Ezra Pound, pero sin la pedantería y la confusión entre símbolos periféricos y significaciones primordiales.
Treinta y ocho dos. Treinta y siete cinco. Treinta y ocho tres. Radiografía (signo incomprensible).
…saber que unos pocos podían acercarse a esas tentativas sin creerlas un nuevo juego literario. Benissimo. Lo malo era que todavía faltaba tanto y se iba a morir sin terminar el juego.
– Jugada veinticinco, las negras abandonan – dijo Morelli, echando la cabeza hacia atrás. De golpe parecía mucho más viejo-. Lástima, la partida se estaba poniendo interesante. ¿Es cierto que hay un ajedrez indio con sesenta piezas de cada lado?