– Los alcaravanes nos sacaron los ojos -dijimos.
Y una de las voces dijo:
– Éstos tomaron en serio a los periódicos.
Las voces desaparecieron. Y seguimos sentados así, hombro contra hombro, esperando a que en aquel pasar de voces, en aquel de imágenes pasara un olor o una voz conocidos. El sol siguió calentando sobre nuestras cabezas. Entonces alguien dijo:
– Vamos otra vez hacia la pared.
Y los otros, inmóviles, con la cabeza levantada hacia la claridad invisible:
– Todavía no. Esperemos siquiera a que el sol empiece a ardernos en la cara.
(1953)