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– ¡Un campo de actividades tan vasto…! No sucede como en las decrépitas ciudades europeas, en las que los pueblos viven toda su vida en la esclavitud a cambio de míseros salarios y de una existencia triste y llena de estrecheces. Aquí cada uno de nosotros puede ser un miembro creador de la una sociedad organizada y magnífica. Aquí el trabajo no es únicamente el vano esfuerzo de satisfacer una mezquina necesidad, sino una contribución al gigantesco edificio del porvenir de la humanidad.

– Mamá -preguntó Kira-, ¿dónde has leído todo eso?

– Verdaderamente, Kira -contestó Galina Petrovna encogiéndose de hombros-, no sólo eres impertinente con tu anciana madre, sino que tu actitud puede tener una pésima influencia sobre el porvenir de Leo.

– En su lugar, no me ocuparía de ello, Galina Petrovna -dijo el joven.

– Y naturalmente, Leo, espero que serás lo bastante moderno para superar los viejos prejuicios que todos teníamos.

– ¿Dónde trabaja usted ahora, Galina Petrovna? -preguntó Leo.

– ¿No lo sabes? Soy profesora de la Escuela de Trabajo. Las que antes llamábamos Escuelas Superiores. Enseño costura y bordado. Todos nos damos cuenta de que las cosas prácticas como la costura son mucho más importantes para nuestros ciudadanos futuros que las cosas inútiles y muertas que se les enseñaban antes, como por ejemplo, el latín. ¿Y nuestros métodos? Llevamos sobre Europa un adelanto de varios siglos. Por ejemplo, el método complejo que…

– Mamá -interrumpió Kira, cansada-, todo esto no puede interesar a Leo.

– ¡No digas tonterías! Leo es un joven moderno. Como decía, el método actual… Por ejemplo, ¿qué se hacía antes? Los niños tenían que aprender de memoria, mecánicamente, una serie de asignaturas áridas e inconexas: historia, física, aritmética. ¿Qué hacemos ahora? Seguimos el método complejo. Así, por ejemplo, la semana pasada tomamos por tema "la fábrica". Cada profesor debía basar sus enseñanzas en este tema central. En la clase de historia se explicó el nacimiento y desarrollo de las fábricas; en la de física, se dieron nociones de mecánica; el profesor de aritmética puso problemas sobre la producción y el consumo; en la clase de arte se dibujaron proyectos e interiores de fábricas. Y en mi clase hicimos blusas de trabajo y monos. ¿No os dais cuenta de la inmensa ventaja de este método? ¿De la indeleble impresión que tiene que dejar en el ánimo del niño? Monos y blusas de trabajo, algo práctico, concreto, en lugar de enseñarles una serie de cosas teóricas y de bordados.

La cabeza de Lidia se inclinaba con impaciencia. ¡Había oído tantas veces estas mismas palabras!

– Celebro que esté usted contenta con su trabajo, Galina Petrov-na -dijo Leo.

– Y yo celebro que tengas racionamiento -dijo Kira. -Realmente, lo tengo -dijo con orgullo Galina Petrovna-. Naturalmente, la distribución no ha llegado todavía a la perfección, y el aceite de girasol que me dieron la semana pasada estaba tan rancio que no hubo manera de utilizarlo. Pero éste es un período transitorio de…

– … construcción estatal -gritó de pronto Alexander Dimitrievitch, de prisa, como si recitase una lección de memoria.

– ¿Y usted, qué hace, Alexander Dimitrievitch? -preguntó Leo. -Yo trabajo -y Alexander Dimitrievitch dio un salto hacia delante como para defenderse de algún ataque peligroso-. Sí; trabajo. Soy funcionario soviético.

– Naturalmente -dijo con afectación Galina Petrovna- la posición de Alexander no es una posición de responsabilidad como la mía. Es contable en una oficina cerca de la isla Vasilievsky; tiene que hacer todo un viaje para ir, ¿no es cierto, Alexander? Pero, sea como sea, tiene racionamiento de pan, siquiera no le den el suficiente ni para él solo.

– Pero trabajo -dijo humildemente Alexander Dimitrievitch.

– Naturalmente -reconoció su esposa-. Pero mi ración es mayor porque pertenezco a la clase selecta de los pedagogos. Tengo una gran actividad social. ¿Ya sabes, Leo, que me han nombrado vicesecretaria del Consejo de Maestros? Verdaderamente es un consuelo el saber que este régimen aprecia las cualidades de los dirigentes. Incluso di una conferencia sobre los métodos de la educación moderna, en una reunión de un Centro, en la que Lidia tocó La Internacional muy bien.

– ¿Qué dice que hizo Lidia?

– Es verdad -dijo Lidia con voz sorda-. La Internacional. Yo también trabajo. Directora musical y pianista acompañante en el Centro Obrero. Una libra de pan cada semana y algunas veces incluso dinero, lo que queda después de pagados los impuestos mensuales.

– Lidia no es maleable -suspiró Galina Petrovna.

– Pero toco La Internacional , y la marcha fúnebre roja Caíste como una víctima y los cantos del Centro. Incluso me aplaudieron cuando toqué La Internacional después de la conferencia de mamá.

Kira se levantó perezosamente para preparar el té. Encendió el "Primus", puso la tetera y la estuvo vigilando, pensativa, mientras a través del silbido de la llama la voz de Galina Petrovna resonaba rítmica, como si estuviese dando clase. -… sí, por dos veces, figúrate, he sido elogiada en el diario mural como una de las maestras más modernas y más inteligentes. Sí; tengo cierta influencia. Cuando aquella insolente maestra joven quiso dirigir la escuela, no tardaron en destituirla. Y podéis tener la seguridad de que yo intervine…

Kira no oyó más. Miraba la carta, encima de la mesa, y reflexionaba. Cuando volvió a escuchar, era la voz de Lidia la que estaba diciendo en tono agudo:

– … consuelo espiritual. Lo sé. Tuve una revelación. Son secretos inaccesibles a nuestra comprensión mortal. La salvación de la Santa Rusia está en la fe. Así fue predicho. Soportando con paciencia nuestros largos sufrimientos redimiremos nuestros pecados…

Al otro lado de la puerta, Marisha tocaba John Gray. El. disco era nuevo, y las rápidas notas resonaron alegremente, con breves e imprevistos floreos:

"John Gray -era bravo y valiente. – Kitty – era una preciosidad."

Kira estaba sentada con la barbilla entre las manos y la llama del "Primus" debajo de su nariz; de pronto, sonrió y dijo:

– Me gusta esta canción.

– ¿Esta horrible vulgaridad que todo el mundo toca tanto que ya no se puede oír? -preguntó Lidia, admirada.

– Sí; aunque todo el mundo la toque… tiene un ritmo tan simpático… estridente… como si estuviesen remachando hierro. Hablaba dulcemente, con sencillez, con un poco de tristeza, como raras veces hablaba a su familia. Levantó la cabeza y miró a su alrededor; pero los suyos se habían dado cuenta de su expresión melancólica, suplicante.

– ¿Todavía te acuerdas de la ingeniería? -preguntó Lidia.

– A veces -murmuró Kira.

– No logro comprenderte, Kira -gritó su madre-; nunca estás satisfecha. Tienes un excelente empleo, fácil y bien pagado, y te estás consumiendo por esta tonta ambición infantil. Los "cicerones", lo mismo que los maestros, son considerados actualmente tan importantes como los ingenieros. Es una posición muy honrosa, de responsabilidad, y que contribuye mucho a la construcción social. ¿Acaso no es más interesante construir mentalidades vivas e ideologías que edificios de hierro y ladrillo?

– Es culpa tuya, Kira -dijo Lidia-, siempre serás desgraciada porque rechazas el consuelo de la fe.

– ¿A qué pensar más en ello, Kira? -dijo Alexander Dimitrievitch.

– ¿Quién ha dicho que soy desgraciada? -preguntó Kira en alta voz, sacudiendo bruscamente los hombros. Luego se levantó, tomó un cigarrillo y lo encendió en el "Primus".

– Kira fue siempre difícil de manejar -dijo Galina Petrovna-, pero podría creerse que los tiempos actuales bastarían para hacer bajar de las nubes a cualquiera.

– ¿Qué proyectos tienes para este invierno, Leo? -preguntó Alexander Dimitrievitch, de pronto, con indiferencia, como si no aguardase respuesta.