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Las risas y las ovaciones ya se han vuelto más sonoras.

Kelly aprieta la mandíbula. La expresión de Gil no permite saber si está intentando reprimir su regocijo para no ofenderla, o tratando de dar la impresión de que todo esto lo divierte aunque no sea así.

La figura de Jesús da un paso adelante y levanta los brazos para acallar a la audiencia. Cuando el patio está en silencio, vuelve atrás, da una orden, y la fila se rompe para adoptar la disposición de un coro. Jesús dirige el coro desde un costado. Se saca una flauta de la toga y toca una nota solitaria para dar el tono. La fila sentada responde tarareando con la boca cerrada. La fila que está de rodillas se une con una tercera perfecta. Finalmente, justo cuando las dos filas parecen estar quedándose sin aliento, los apóstoles que están de pie contribuyen con una quinta.

La multitud, impresionada por la preparación que el espectáculo debe haber requerido, aplaude y vuelve a ovacionarlos.

– ¡Bonita toga! -grita alguien desde una tienda cercana.

Jesús vuelve la cabeza, levanta una ceja en la dirección del sonido, y sigue dirigiendo. Finalmente, tras alzar la batuta tres veces en el aire con un giro de la muñeca, echa los brazos hacia atrás de manera teatral, los vuelca otra vez hacia delante, y el coro rompe a cantar. Sus voces llenan el patio con la música del Himno de Batalla de la República.

Os contaríamos la historia de la escuela del Señor,

Mas las uvas de la ira han fermentado en el alcohol.

Así pues, si estamos ebrios, perdonadnos, por favor.

Los santos son así.

Gloria, Gloria, somos fósiles,

De Nazaret los apóstoles,

Sin Cristo, estaríamos aún

Pescando en Cafarnaún.

Nuestra historia se canta así.

Jesús era un varón americano muy normal.

Asistió a la escuela pública, pero tenía su Santo Grial:

Yale o Harvard, para él, eran epítomes del mal.

La opción era una sola.

Gloria, Gloria, Dios lo convenció

Y Él en Princeton se inscribió.

Tomó la mejor decisión

Al graduarse en Religión,

Lo demás es pura historia

.

En el otoño del 18 comenzó Cristo a estudiar,

Y en el campus no había nadie tan admirado y popular.

Los del Ivy nos tuvieron que envidiar

Cuando Cristo fue al T. I.

Ahora dos apóstoles de la primera fila se ponen de pie y dan un paso adelante. El primero despliega un rollo que pone «Ivy» y el segundo uno que pone «Cottage». Se hacen mutuamente una mueca de desprecio y se pavonean con aire arrogante alrededor de Jesús y luego continúa la canción.

Coro: Gloria, Gloria, Jesús se presentaba,

Los infieles estirados se burlaban. Ivy:

Un judío no es lo que espero. Cottage:

Yo no quiero un carpintero.

Coro: Y el Señor se unió al T. I.

Kelly aprieta los puños con tanta fuerza que parece querer hacerse sangre. Ahora los doce apóstoles emergen de la formación coral y forman una línea de baile y con Jesús en el centro, se cogen de los brazos, levantan con destreza las piernas en el aire y concluyen:

Jesús, somos tu apostolado.

Gracias a Ti somos graduados.

No hay nada tan divino

Como cambiar agua por vino,

Tu verdad avanza así.

Tras lo cual, los trece hombres se dan la vuelta y con precisión coreográfica, se levantan la parte trasera de las togas para revelar un mensaje escrito en sus traseros a razón de una letra por nalga:

Feliz Semana Santa del T. I.

Sigue una combinación bulliciosa de aplausos desenfrenados, ovaciones escandalosas y abucheos aislados. Enseguida, justo cuando los trece hombres se disponen a marcharse, un ruido fuerte como un estallido cruza el patio, seguido del estrépito de cristales al romperse.

Las cabezas giran en dirección al sonido. En el último piso de Dickinson, el edificio del departamento de Historia, una luz se enciende y se apaga enseguida. Uno de los cristales se ha roto. En medio de la oscuridad se alcanza a ver un movimiento.

Un apóstol del T. I. comienza a lanzar fuertes aclamaciones.

– ¿Qué sucede? -pregunto. Cerca del cristal roto se distingue la figura de una persona.

– Esto no tiene gracia -le gruñe Kelly a Judas, que está cerca de nosotros y la oye.

Judas piensa un instante.

– Va a mear. -Ríe achispadamente y luego repite-: Va a mear por la ventana.

Kelly se dirige, enfurecida, a la figura de Jesús.

– ¿Qué coño pasa, Derek? -dice.

La figura de la oficina aparece y desaparece enseguida. Sus movimientos entrecortados me hacen pensar que quizás esté borracho. En cierto momento parece estar pasando la mano sobre los cristales rotos y luego desaparece.

– Creo que hay alguien más allá arriba -dice Charlie.

De repente, se hace visible todo el cuerpo del hombre. Está apoyado en los cristales emplomados de la ventana.

– Va a mear -repite Judas.

Los demás apóstoles se unen en un grito disparejo:

– ¡Salta! ¡Salta!

Kelly se enfrenta a ellos.

– ¡Callaos, maldita sea! ¡Bajadlo de ahí!

El hombre desaparece de nuevo.

– No creo que sea del T. I. -dice Charlie preocupado-. Creo que es algún borracho de las Olimpiadas al Desnudo.

Pero el hombre está vestido. Escruto la oscuridad, tratando de distinguir las formas, pero el hombre no regresa esta vez.

A mi lado, los apóstoles borrachos lo abuchean.

– ¡Largaos de aquí! -les ordena Kelly.

– Cálmate, nena -dice Derek, y comienza a reagrupar a los discípulos que se han dispersado.

Gil observa todo esto con la misma mirada inescrutable y divertida que tenía antes, cuando los hombres llegaron al patio. Se mira el reloj y dice:

– Bueno, pues parece que en esta fiesta se ha acabado la div…

– ¡Mierda! -grita Charlie.

Su voz llega casi a ahogar el eco del segundo estallido. Esta vez escucho la detonación claramente. Es un disparo.

Gil y yo nos damos la vuelta justo a tiempo para verlo. El hombre es propulsado hacia atrás, a través del cristal, y durante unos segundos lo vemos detenido en plena caída libre. Su cuerpo golpea la nieve con un ruido sordo y el impacto absorbe todo el sonido, toda la conmoción que hay en el patio.

Y luego no hay nada.

Lo primero que recuerdo es el sonido de los pies de Charlie al correr hacia el cuerpo. Luego lo sigue una gran multitud, que se agolpa alrededor de la escena y obstaculiza mi campo visual.

– Dios mío -susurra Gil.

– ¿Se encuentra bien? -gritan las voces de la gente apiñada. Pero no hay señales de movimiento.

Finalmente oigo la voz de Charlie.

– Que alguien llame a una ambulancia. Decidles que tenemos a un hombre inconsciente en el patio de la capilla.

Gil saca su teléfono del bolsillo, pero antes de que marque, dos policías llegan a la escena. Uno de ellos se abre paso a empellones entre la multitud. El otro comienza a pedirle a los espectadores que retrocedan. Durante un instante veo a Charlie agachado junto al hombre, masajeándole el pecho: el movimiento es perfecto, como el de un par de pistones. Qué extraño es ver, de repente, lo que hace todas las noches.

– ¡La ambulancia está en camino!

A lo lejos, apenas perceptible, se oye la sirena.

Las piernas me comienzan a temblar. Tengo la creciente sensación de que algo aciago planea sobre nuestras cabezas.