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Hay tensión en sus ojos, síntoma de que un largo día está a punto de acabar. Lleva el pelo suelto y las ráfagas de viento juguetean con sus bucles. Me podría quedar así, mirándola desde lejos, empapándome de su imagen. Pero cuando doy un paso adelante, acercándome a ella, Katie me ve y me hace gestos de que vaya a su lado.

– ¿Qué ha sido todo eso? -Me pregunta-. ¿Quién era el tipo de la conferencia?

– Richard Curry.

– ¿Curry? -Katie toma mi mano entre las suyas al tiempo que se muerde el labio-. ¿Y Paul está bien?

– Creo que sí.

Observamos la multitud en un instante de silencio. Hombres vestidos con anoraks de lona ceden sus chaquetas a sus novias desabrigadas. Tara, la rubia de la mesa, ha logrado que un desconocido le preste la suya.

Katie hace un gesto hacia el auditorio.

– ¿Qué te ha parecido?

– ¿La conferencia?

Katie asiente mientras empieza a recogerse el pelo en un moño.

– Un poco sangrienta.

– No seré yo quien elogie al ogro.

– Pero más interesante que de costumbre -dice ella, alargándome su taza de chocolate-. ¿Me la sostienes?

Se hace un nudo en el pelo y lo atraviesa con dos prendedores alargados que se saca de un bolsillo. La fácil destreza de sus manos al darle forma a algo que no puede ver me hace pensar en la forma en que mi madre se ponía detrás de mi padre para arreglarle la corbata.

– ¿Qué ocurre? -dice, leyéndome el rostro.

– Nada. Estoy pensando en Paul, eso es todo.

– ¿Crees que terminará a tiempo?

La fecha de entrega. Incluso ahora, Katie sigue pensando en la Hypnerotomachia. Mañana por la noche podrá, por fin, dar sepultura a mi antigua amante.

– Eso espero.

Sigue otro silencio, pero éste resulta menos agradable. Y justo cuando estoy intentando pensar en algo para cambiar de tema -algo relacionado con su cumpleaños, con el regalo que la espera en la habitación- llega un golpe de mala suerte en la forma de Charlie. Después de dar veinte vueltas alrededor de la mesa donde está la comida, decide acercarse a nosotros.

– Llego tarde -anuncia-. ¿Recapitulamos?

De todas las cosas curiosas de Charlie, la más curiosa es cómo puede comportarse como un gladiador temerario entre hombres, pero como un perfecto zopenco entre mujeres.

– ¿Recapitulamos? -dice Katie, entretenida.

Charlie se mete una galletita en la boca, luego otra, recorriendo con la mirada la multitud en busca de perspectivas.

– Ya sabéis. Cómo van las clases. Quién está saliendo con quién. Qué haces el año que viene. Lo de siempre. Katie sonríe.

– Las clases van bien, Charlie. Tom y yo estamos saliendo todavía. -Le dedica una mirada de reprobación-. Y el año que viene haré tercero. O sea, que seguiré aquí.

– Ah -dice Charlie, porque nunca ha sido capaz de recordar su edad. Saca una galleta de entre sus manos de gigante y busca el registro idiomático apropiado entre un estudiante de cuarto y otra de segundo-. Tercero es tal vez el año más difícil -dice, optando por el peor registro: los consejos-. Dos trabajos. Los prerrequisitos de la especialización. Y hablar por conferencia con este tío -dice, señalándome con una mano y comiendo con la otra-. No, no será fácil. -Se pasa la lengua por el interior de la mejilla, saboreando todo lo que se ha metido a la boca y al mismo tiempo rumiando nuestro futuro-. No puedo decir que esté celoso.

Hace una pausa para que lo asimilemos. Es un verdadero milagro de economía verbal: Charlie ha empeorado las cosas con menos de veinte palabras.

– ¿Te hubiera gustado correr esta noche? -dice ahora.

Katie, buscándole el lado bueno a la situación, espera que Charlie se explique. Pero yo estoy más acostumbrado a la forma en que funciona su cerebro.

– Las Olimpiadas al Desnudo -dice, tras ignorar las señas que le hago para que cambie de tema-. ¿No te hubiera gustado correr?

La pregunta es un tiro de gracia. Lo veo venir, pero soy incapaz de defenderme. Para demostrar que ha comprendido bien el hecho de que Katie esté en segundo, y acaso también el hecho de que vive en Holder, Charlie le ha preguntado a mi novia si no se ha sentido desilusionada por no poder desfilar desnuda frente al resto del campus. El piropo subyacente, me parece, es que una mujer con los atractivos de Katie debería estar muriéndose de ganas de enseñarlos. Charlie parece no ser consciente de las mil formas en que esta conversación puede acabar mal.

El rostro de Katie se tensa: ha seguido el hilo del razonamiento perfectamente.

– ¿Por qué? ¿Debería?

– Es sólo que no conozco demasiados estudiantes de segundo que dejen pasar esta oportunidad -dice. A juzgar por su tono, más diplomático, se ha dado cuenta de que ha metido la pata.

– ¿Y de qué oportunidad se trata?

Trato de ayudar a Charlie, buscando eufemismos para hablar de un estado de desnudez ebria, pero mi cabeza es una bandada de palomas que levanta el vuelo. Las ideas que se me ocurren no son más que mierda y plumas.

– La de quitarse la ropa por lo menos una vez en cuatro años.

Katie nos mira a ambos, lentamente. Tras evaluar el atuendo de túnel de vapor que lleva Charlie, y mi traje de fondo de armario, decide no gastar más palabras de las necesarias.

– Pues entonces creo que estamos en paz. Porque no hay demasiados estudiantes de último año que dejen pasar la oportunidad de cambiarse de ropa por lo menos una vez en cuatro años.

Reprimo el impulso de alisarme las arrugas de la camisa. Charlie interpreta los signos correctamente y decide darse otra vuelta por la mesa. Su trabajo aquí ha terminado.

– Qué par de tíos tan carismáticos que sois -dice Katie-. ¿Sabes qué?

Trata de parecer divertida, pero algo le pesa y no puede ocultarlo. Me pasa los dedos por el pelo, tratando de cambiar las cosas, pero en ese instante una chica del Ivy se presenta ante nosotros del brazo de Gil. Comprendo, por la expresión de disculpa que veo en el rostro de mi amigo, que ésta es la Kelly que nos había aconsejado evitar.

– Tom, conoces a Kelly Danner, ¿no es cierto?

Antes de que pueda decir que no, la cara de Kelly se llena de ira. Su atención está fija en algo que sucede al otro lado del patio.

– Esos mierdas -maldice, tirando al suelo su vaso de papel-. Sabía que tratarían de hacer algo así esta noche.

Todos nos damos la vuelta. Una troupe de hombres vestidos con túnicas y togas camina hacia nosotros procedente de los clubes.

Charlie silba y se acerca a nosotros para tener mejor vista.

– Decidles que se larguen de aquí -dice Kelly sin dirigirse a nadie en particular.

El grupo avanza por la nieve hasta que lo podemos distinguir con claridad. Ahora está claro que se trata exactamente de lo que Kelly temía: una gran broma coreografiada. Cada toga lleva sobre el pecho una serie de letras escritas en dos líneas distintas. Aunque todavía no puedo distinguir la línea inferior, la superior se compone de dos letras: «T. I».

T. I. es la abreviatura más común de Tiger Inn, el tercer club más antiguo y el único lugar del campus donde los locos están al mando del manicomio. El Ivy nunca parece tan vulnerable como cuando el T. I. concibe una nueva broma que gastarle a su venerable hermano. Esta noche es la oportunidad perfecta.

En el patio hay risas aisladas, pero no logro ver por qué hasta que entrecierro los ojos. El grupo entero se ha disfrazado con barbas y pelucas largas y grises; a nuestro alrededor, las carpas más cercanas se inundan de estudiantes ansiosos por ver.

Tras un breve abrazo, los hombres del T.I. se despliegan formando una larga fila india. En ese momento logro identificar la segunda línea de palabras escritas sobre las togas. Se trata, en todos los casos, de una sola palabra: un nombre. El nombre que lleva el más alto, el que ocupa el puesto central de la fila, es Jesús. A su izquierda y a su derecha están los doce apóstoles, seis a cada lado.