Entonces, se callará hasta hoy.

Sea quien sea, Jesús ya sabe, sin necesidad de preguntar, que su enigmático compañero no es un ángel del Señor, pues los ángeles cantan a todas horas del día y de la noche las glorias del Señor, no son como los hombres, que sólo lo hacen por obligación y en las ocasiones reglamentadas, también es cierto que los ángeles tienen razones más próximas y justificadas para cantar tanto, pues con el dicho Señor viven ellos en el cielo, por así decir, a pan y manteles.

Lo que primero extrañó a Jesús fue que, al salir de la cueva de madrugada, no hubiera Pastor procedido como él procedió, agradeciendo a Dios aquellas cosas que sabemos, haberle restituido el alma, haber dado inteligencia al gallo y, como tuviese necesidad de ir tras unos matojos para aliviar urgencias, agradecerle los orificios y los vasos existentes en el organismo humano, providenciales en el sentido absoluto de la palabra, pues qué sin ellos.

Pastor miró al cielo y a la tierra como hace cualquiera tras saltar de la cama, murmuró algunas palabras sobre el buen tiempo que los aires prometían y, llevándose dos dedos a la boca, soltó un silbido estridente que puso a todo el rebaño en pie como un solo hombre. Nada más. Pensó Jesús que habría sido un caso de olvido, siempre posible cuando una persona anda con el espíritu ocupado, por ejemplo, que estuviera Pastor pensando en la mejor manera de enseñarle el rudo oficio a un mozo habituado a las comodidades de un taller de carpintero. Sabemos nosotros que, en una situación normal, entre gente común, Jesús no tendría que esperar mucho para enterarse del grado efectivo de religiosidad de su mayoral, pues los judíos de aquel tiempo emitían oraciones unas treinta veces al día, por un quítame ahí esas pajas, como ya se ha visto ampliamente a lo largo de este evangelio sin necesidad ahora de mejor demostración. Pasó el día, y nada de oraciones, vino la noche, dormida al relente, en un descampado, y ni la majestad del cielo de Dios fue capaz de despertar en el alma y en la boca de Pastor una sola palabrita de alabanza y gratitud, que el tiempo podía estar de lluvias y no lo estaba, cosa que era, a todo título, tanto humano como divino, señal indudable de que el Señor velaba por sus creaturas. A la mañana siguiente, después de comer, cuando el mayoral se disponía para dar una vuelta al rebaño, a modo de reconocimiento, para ver si alguna inquieta cabra había decidido salir a la ventura por los alrededores, Jesús anunció con voz firme, Me voy. Pastor se detuvo, lo miró sin cambiar de expresión, sólo dijo, Buen viaje, no hace falta decirte que no eres mi esclavo ni hay contrato legal entre nosotros, puedes marcharte cuando quieras, Y no quieres saber por qué me voy, Mi curiosidad no es tan fuerte que me obligue a preguntártelo, Me voy porque no debo vivir al lado de alguien que no cumple sus obligaciones con el Señor, Qué obligaciones, Las más elementales, las que se expresan por medio de oraciones y acción de gracias.

Pastor se quedó callado, con una media sonrisa que se revelaba más en los ojos que en la boca, luego dijo, No soy judío, no tengo que cumplir obligaciones que no son mías.

Jesús retrocedió un paso, escandalizado. Que la tierra de Israel estuviese llena de extranjeros y seguidores de dioses falsos era algo sabido, pero nunca había dormido junto a uno de ellos, comido de su pan y bebido de su leche. Por eso, como si sostuviera ante sí una lanza y un escudo protector, exclamó, Sólo el Señor es Dios. La sonrisa de Pastor se extinguió, la boca se contrajo en una mueca amarga, Sí, si existe Dios tendrá que ser un único Señor, pero mejor sería que hubiese dos, así habría un dios para el lobo y otro para la oveja, uno para el que muere y otro para el que mata, un dios para el condenado y otro para el verdugo, Dios es uno, completo e indivisible, clamó Jesús, a punto de echarse a llorar de piadosa indignación, a lo que el otro respondió, No sé cómo puede Dios vivir, la frase no pasó de aquí porque Jesús cortó con la autoridad de un maestro de la sinagoga, Dios no vive, es, En esas diferencias no soy entendido, pero lo que sí te puedo decir es que no me gustaría verme en la piel de un dios que al mismo tiempo guía la mano del puñal asesino y ofrece el cuello que va a ser cortado, Ofendes a Dios con esos sentimientos impíos, No valgo tanto, Dios no duerme, un día te castigará, Menos mal que no duerme, de esa manera se evita las pesadillas del remordimiento, Por qué me hablas tú de pesadillas y remordimiento, Porque estamos hablando de tu dios, Y el tuyo, quién es, No tengo dios, soy como una de mis ovejas, Ellas al menos dan hijos para los altares del Señor, Y yo te digo que como los lobos aullarían esas madres si lo supieran. Jesús se quedó pálido, sin respuesta. El rebaño los rodeaba, atento, en un gran silencio. El sol había nacido ya y su luz tocaba como una pincelada de rojo rubí el vellón de las ovejas y los cuernos de las cabras. Jesús dijo, Me voy, pero no se movió. Apoyado en su bordón, tan tranquilo como si supiera que todo el tiempo futuro estaba a su disposición, Pastor esperaba. Al fin, Jesús dio algunos pasos, abriéndose camino entre las ovejas, pero se paró de repente y preguntó, Qué sabes tú de remordimientos y pesadillas, Que eres el heredero de tu padre. Estas palabras no las pudo soportar Jesús. En el mismo instante se doblaron sus rodillas, le resbaló del hombro la alforja, de donde, por obra del azar o de la necesidad, se cayeron las sandalias del padre, al tiempo que se oía el ruido de la escudilla del fariseo al romperse. Jesús se echó a llorar como un niño abandonado, pero Pastor no se acercó, sólo dijo desde donde estaba, Recuerda siempre que lo sé todo sobre ti desde que fuiste concebido, y ahora decídete de una vez, o te vas, o te quedas, Dime primero quién eres, Todavía no ha llegado el tiempo de que lo sepas, Y cuando lo sepa, Si te quedas, te arrepentirás de no haber marchado, y si te vas, te arrepentirás de no haberte quedado, Pero si me fuera ahora nunca llegaría a saber quién eres, Te equivocas, tu hora ha de llegar y en ese momento estaré presente para decírtelo, y basta ya de charla, el rebaño no puede quedarse aquí todo el día a la espera de lo que tú decidas.

Jesús recogió los trozos de la escudilla, los miró como si le costara separarse de ellos, realmente no había motivo para eso, ayer, a esta hora, aún no había encontrado al fariseo, además las escudillas de barro son así, se rompen con mucha facilidad. Tiró los fragmentos al suelo como si los sembrase, y entonces Pastor dijo, Tendrás otra escudilla, pero esa no se romperá mientras vivas. Jesús no lo oyó, tenía las sandalias de José en la mano y pensaba si debería ponérselas, es cierto que en tan poco tiempo pasado los pies no podían haberle crecido hasta la medida, pero el tiempo, bien lo sabemos, es relativo, parecía que Jesús hubiera andado con las sandalias del padre en la alforja durante una eternidad, qué sorpresa si todavía le quedaran grandes. Se las puso y, sin saber por qué lo hacía, guardó las suyas. Dijo Pastor, Pies que crecieron no vuelven a encoger y tú no tendrás hijos que de ti hereden la túnica, el manto y las sandalias, pero Jesús no las tiró, el peso ayudaba a que la alforja casi vacía se aguantara en el hombro. No fue preciso dar la respuesta que Pastor había pedido, Jesús ocupó su lugar detrás del rebaño, divididos sus sentimientos entre una indefinible sensación de terror, como si su alma estuviese en peligro, y otra aún más indefinible, de sombría fascinación. Tengo que saber quién eres, murmuraba Jesús mientras, en medio del polvo levantado por el rebaño, hacía avanzar a una oveja retrasada y, de este modo, creía explicarse el motivo por el que al fin decidió quedarse con el enigmático pastor.