Sin embargo, Ted se comportaba de manera extraña. Estaba fuera del cuartel general de THUNDER tanto tiempo como se hallaba entre nosotros… Le seguí el rastro leyendo sus cuentas de gastos: Cabo Kennedy, Boston, Washington, Kansas City… incluso pasó un fin de semana arribaen el Satélite Espacial del Atlántico (que le costó al proyecto dieciocho mil dólares; los vuelos orbitales seguían siendo caros).
Pero cada vez que teníamos que enfrentarnos a algún trabajo realmente duro, aparecía Ted para dirigir la batalla. A veces llegaba presuroso hasta su escritorio, llevando en una mano su maletín de viaje y en la otra la bolsa con la ropa sucia, pero siempre se encontraba presente cuando las cosas tenían mal aspecto.
— ¿A qué vienen todos estos viajes? — le pregunté una tarde. Se efectuaba el cambio de vigilantes en el centro de control y Barney, Ted y yo comíamos bocadillos y bebíamos refrescos en él escritorio de nuestro jefe técnico.
— Estuve visitando a personas que pueden ayudarnos - Dijo entre bocado y bocado.
— ¿En Kansas City?
Sonrió.
— También tienen meteorólogos en K.C.
— ¿No te parece que eso queda muy tierra adentro para el control de los huracanes? — preguntó Barney. Sentía tanta curiosidad como yo.
— Mirad, a esos individuos no les hablo de THUNDER. Se trata del control del tiempo. Tarde o temprano necesitaremos todas las inteligencias y ayuda que podamos conseguir… cuando empecemos a controlar el tiempo por toda la nación.
— Pero tú no vas a intentar ningún trabajo de control del tiempo hasta que THUNDER se demuestre útil — dije.
— ¿Para qué esperar? — repuso -. Weis y sus comités quieren ir despacio. Si THUNDER fracasa, todos nosotros tendremos que volver a los laboratorios. Aun cuando si THUNDER tiene éxito, ¿qué pensáis que harán? — Antes de que pudiéramos contestarle, prosiguió -: Querrán que montemos otra vez THUNDER el año que viene y quizá cada año. El control de huracanes en grande… pero no suficiente, aun cuando resulte. Yo ambiciono el control del tiempo, no importa lo que sea o lo que tenga que hacer.
Barney me miró de reojo y luego dijo:
— No entiendo cómo tus viajes por la nación nos ayudan para conseguir el control del tiempo, Ted.
— Cuando termine la temporada de los huracanes, quiero sorprender a Weis, Dennis y los demás con una sólida historia sobre el control del tiempo. Pongo de nuestra parte a tantas personas como me es posible. Quiero mostrar a Washington que ya está preparado un gran equipo para luchar.
— ¿Pero qué sucederá si THUNDER fracasa? — pregunté -. Y todo lo que necesitamos es un huracán que se nos escape.
— Aún no hemos fracasado.
— Pero la parte más dura de la temporada está sólo empezando — indicó Barney.
— Lo sé. Hasta ahora nos mantenemos Tul y su gente hacen algo de trabajo colateral para mí… no mucho, sin quitar personal del trabajo regular del Proyecto. Pero obtenemos datos suficientes de las tempestades y de sus sistemas del tiempo para empezar a pensar en un sincero y honrado control. Ya sabéis, mantener en el mar a los huracanes, controlando el tiempo en todo el continente.
— ¿Investigación de control del tiempo? ~ Si se entera el doctor Weis…
— Que no se entere. Y, Barney, concede a Tuli todo el tiempo de computadores que necesite.
— Les hacemos funcionar veinticuatro horas cada día — contestó ella -. Necesitaremos que nos ayuden otros computadores de diversos lugares.
— Está bien, pídelo. Pero procura mantener el género que proporcione Tuli en nuestras propias máquinas; que no se escape del Proyecto.
— Ted, eso no me gusta — dije -. Aún nos queda la parte más difícil de la temporada. Tul nos previno que habrá veces que se presentarán sencillamente demasiadas perturbaciones para que las ataquemos al mismo tiempo. Sabemos por experiencia que no podemos efectuar más de dos o tres misiones cada día… carecemos de hombres y de equipo para otras empresas mayores. Y ahora te llevas a personal valioso, separándolo del verdadero trabajo en el Proyecto, para investigar en donde no nos permiten hacerlo…
— ¿Eh?, ¿De qué bando estáis? Camarada, esta investigación es para el control del tiempo y ésa es nuestra meta. Nada de trastear con los huracanes. THUNDER es sólo una gota en el cubo de agua comparado con lo que realmente podemos hacer.
— Pero si tú no pones esa primera gota en el cubo, ¿qué pasará?
Frunció el ceño.
— Está bien, estamos jugando. Pero que el juego sea grande. Tratemos de saltar la banca.
Pudimos haber discutido toda la noche, pero no lo habríamos desviado de su idea ni un solo minuto. Y el máximo argumento de todos se gestaba en el Atlántico mientras nosotros permanecíamos allí, sentados ante el escritorio de Ted.
Fueron precisos unos cuantos días para que los hechos apareciesen en la gigantesca pantalla de THUNDER. Pero cuando se hicieron evidentes, supimos que todos nuestros sueños iban a desplomarse a causa del viento ululante de un descomunal huracán.
XVII
LA FURIA DEL HURACAN
El mapa de la pantalla visora que se cernía sobre el escritorio de Ted en el Centro de control de THUNDER mostró nuestro campo de batalla: toda Norteamérica y el Océano Atlántico Norte, incluyendo las costas de Europa y Africa. Al entrar septiembre en sus diez días finales vimos cómo las perturbaciones crecían como setas por todo el océano. A la mayoría las dejamos en paz, puesto que no parecían amenazadoras. Una de ellas se convirtió en huracán, al que llamamos Nora, que permaneció bien mar adentro.
Luego llegó por último el día del aviso de Tuli.
Ted nos reunió en torno a su escritorio, con la gigantesca pantalla cerniéndose amenazadora. El huracán Nora bramaba en mitad del Océano Atlántico; no constituía problema. Pero cuatro perturbaciones tropicales, marcadas con símbolos rojos de peligro, crecían a lo largo del paralelo 15, desde las islas Antillas hasta las de Cabo Verde.
— Ahí está la historia — nos dijo Ted,paseando nervioso por debajo de la pantalla. Con un gesto hacia el mapa, indicó: Nora no es problema, ni siquiera molestará mucho a las Bermudas. Pero esos cuatro gusanitos de borrasca vienen a por nosotros.
Tul sacudió la cabeza.
— Es imposible atacar a los cuatro a la vez. Uno, quizá dos, se nos pasarán.
Ted le miró con viveza, luego se volvió a mí.
— ¿Qué te parece, Jerry? ¿Cuál es la imagen lógica?
— Tuli tiene razón — reconocí -. Los aviones y sus tripulaciones han estado trabajando las veinticuatro horas del día durante las dos pasadas semanas y no tenemos bastante…
— Corta la música de flauta. ¿Cuántas de estas balas presiones podemos destrozar?
Encogiéndome de hombros, contesté:
— Dos. Quizás tres, si nos esforzamos.
Barney estaba de pie a mi lado.
— El computador acaba de terminar un análisis estadístico puesto al corriente de las cuatro perturbaciones. Sus rutas tormentosas amenazan todas la Costa Este. Esas dos más próximas tienen muchísimas probabilidades de alcanzar la categoría de huracán. La pareja más lejana está al cincuenta por ciento de probabilidades.
— Cara y cruz en estas dos últimas — murmuró Ted
Pero tienen mucho más período de tiempo para desarrollarse. Sus posibilidades mejorarán mañana al atardecer.
— Si esas dos perturbaciones más próximas son las más peligrosas — dijo Barney -, el orden de sus posibilidades de convertirse en huracanes es de un ochenta por ciento.
— No podemos contener a todas — dijo Tuli -. ¿Qué haremos, Ted?
Antes de que Ted pudiese contestar sonó el teléfono. Se inclinó por encima del escritorio y oprimió un botón.
— El doctor Weis llama desde Washington dijo la operadora.
Ted hizo una mueca.
— Está bien, páselo. — Se instaló en la silla de su escritorio y con un gesto nos señaló nuestros puestos cuando el rostro preocupado del doctor Weiss apareció en la pantalla telefónica.