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Monk cerró la puerta de la casa y siguió al hombre hasta el salón.

– Esto quiere decir que usted ya se lo ha preguntado, ¿verdad, señor? -Dejó que su cara reflejase el interés que sentía.

– Sí, en efecto. -Scarsdale estaba empezando a recuperar el aplomo ahora que se veía rodeado de sus cosas.

Encendió la lámpara de gas y subió su intensidad; la luz se reflejaba ligeramente sobre el cuero bruñido, la antigua alfombra turca y las fotografías con sus marcos de plata. Un caballero que departía con un simple agente de policía de Peel.

– Por descontado que, de haber algún detalle que hubiera podido ayudarles en su trabajo, se lo habría comunicado.

Había empleado la palabra «trabajo» con una vaga condescendencia, una alusión al abismo que los separaba. No invitó a Monk a sentarse y también él permaneció de pie, un tanto incómodo, entre el aparador y el sofá.

– En cuanto a esa señorita, ¿la conoce usted bien? -Monk no trató de eliminar el desprecio sarcástico que evidenciaba su voz.

Scarsdale quedó confundido, sin saber si debía mostrarse insultado o mentir, debido a que no se le ocurría nada lo bastante tajante. Optó por lo último.

– ¿A qué se refiere? -preguntó con una cierta altivez.

– A si puede responder de su veracidad -respondió Monk mientras clavaba sus ojos en los de Scarsdale y acompañaba la mirada de una sonrisita irónica-. Dejando aparte su… «trabajo» -con toda deliberación había elegido la misma palabra-, ¿se trata de una persona de absoluta probidad?

A Scarsdale se le encendió el rostro y Monk comprendió que acababa de perder cualquier posibilidad de cooperación por su parte.

– ¡Usted se excede en su autoridad! -le escupió Scarsdale-. Y además, es un impertinente. Mis asuntos particulares no le atañen para nada. Váyase con tiento con las palabras o me veré obligado a presentar una queja a sus superiores. -Después de echar una mirada a Monk, decidió que no sería una buena idea-. La señora en cuestión no tiene motivo alguno para mentir -dijo con altanería-. Vino aquí sola y se marchó sola y no vio a nadie al entrar ni al salir, salvo a Grimwade, el portero, lo que usted mismo puede comprobar preguntándoselo a él directamente. Como usted sabe, aquí no entra nadie si él no lo autoriza. -Aspiró ligeramente por la nariz-. ¡Esta casa no es un establecimiento donde se alquilan habitaciones!

Por espacio de un segundo sus ojos se pasearon por el elegante mobiliario para luego posarse en Monk.

– De esto se deduce entonces que Grimwade tuvo que ver al asesino -replicó Monk, sin apartar los ojos del rostro de Scarsdale.

Scarsdale captó la insinuación y palideció. Podía ser arrogante y estar quizá cargado de prejuicios, pero no tenía un pelo de tonto.

Monk aprovechó lo que consideraba su mejor oportunidad.

– Usted es un caballero de posición social similar a la del comandante Grey. -El comentario hipócrita le despertó remordimientos-. Además, es su vecino inmediato. Con seguridad, podría hacerme algún comentario acerca de su persona, ya que no sé nada de él.

Scarsdale pareció contento de cambiar de tema y, pese a su irritación, parecía halagado.

– Sí, por supuesto -admitió él rápidamente-. ¿No sabe nada de él?

– Nada en absoluto -admitió Monk.

– Era un hermano menor de lord Shelburne, ¿sabe usted? -Los ojos de Scarsdale se dilataron y por fin decidió desplazarse hasta el centro del salón y sentarse en un sillón de madera tallada y respaldo duro. Con un gesto vago del brazo autorizó a Monk a hacer lo propio.

– ¿Ah, sí?

Monk escogió otro sillón de respaldo duro para no estar a un nivel inferior al de Scarsdale.

– Sí, por supuesto, una familia muy antigua -explicó Scarsdale con fruición-. Lady Shelburne, viuda de lord Shelburne, era la hija mayor del duque de Ruthven… o eso creo. Si no era ese ducado era otro de nombre parecido.

– Hábleme de Joscelin Grey -le recordó Monk.

– ¡Ah, era un tipo muy cordial! Fue oficial en Crimea, no me acuerdo de qué regimiento, pero sé que poseía un brillante historial militar -asintió vigorosamente-. Creo que me dijo que lo habían herido en Sebastopol y había pasado a la reserva. Tenía una ligera cojera, el pobre, aunque no lo afeaba, si quiere que le sea franco. Era muy bien parecido y tenía un gran encanto, gustaba mucho a la gente, ¿sabe usted?

– ¿La familia es rica?

– ¿Los Shelburne? -A Scarsdale pareció divertirle la ignorancia de Monk, se veía que estaba recuperando su aplomo-. ¡Y tan rica! Pero supongo que usted ya lo sabe… bueno, quizá no. -Miró a Monk de arriba abajo con aire despectivo-. Por supuesto que todo el dinero fue a parar al hijo mayor, el actual lord Shelburne. Ya se sabe, siempre ocurre igual, toda la fortuna es para el hijo mayor, incluso el título. De este modo no se fragmenta el patrimonio, de lo contrario quedaría todo desperdigado, ¿comprende usted? La propiedad perdería todo su poder.

Monk reprimía el deseo de demostrarle que no necesitaba lecciones y de que estaba perfectamente al corriente de las leyes que rigen la primogenitura.

– Sí, gracias. ¿De dónde procedía el dinero de Joscelin Grey?

Scarsdale agitó las manos, pequeñas pero con gruesos nudillos y uñas muy cortas.

– Pues de ganancias de negocios, supongo. No creo que tuviera mucho dinero, pero tampoco estaba necesitado. Siempre iba muy bien vestido. La indumentaria de una persona dice mucho de ella, ¿sabe usted?

Volvió a mirar a Monk torciendo ligeramente los labios, pero al percatarse de la calidad de la chaqueta de Monk y de la porción de la camisa que quedaba a la vista cambió de opinión y sus ojos reflejaron cierta confusión.

– Que usted supiera, este señor no estaba ni casado ni comprometido, ¿no es así?

Monk lo dijo con una cara muy seria, con la que disimuló en parte su satisfacción.

Scarsdale pareció sorprendido ante su ineficiencia.

– ¿Será posible que no lo sepa?

– Sí, sabemos que no mantenía ninguna relación de tipo oficial -dijo Monk apresurándose a enmendar el error-, pero usted se encuentra en unas circunstancias favorables para saber si existía alguna relación, alguna persona en la que él tuviera… algún interés.

Las comisuras de los gruesos labios de Scarsdale se torcieron hacia abajo.

– Si se refiere a una relación de conveniencia, no estoy enterado, aparte de que las personas de buena cuna no indagan en los gustos personales… o acomodos de otro caballero.

– No, no me refiero a una relación con intereses de tipo económico -respondió Monk no sin una sombra de desdén-, sino a alguna señora a la que pudiera haber… admirado… o incluso cortejado.

La indignación que hizo presa en Scarsdale le hizo subir los colores.

– Que yo sepa, no.

– ¿Era jugador?

– No tengo ni idea. Tampoco yo lo soy, aunque algunas veces juego con amigos, por supuesto, aunque Grey no se contaba entre ellos. No he oído nunca ningún comentario al respecto, si es a esto a lo que se refiere.

Monk comprendió que aquella tarde no le sacaría más y, además, estaba cansado. Por otra parte, su propio misterio personal pesaba como una losa sobre sus pensamientos. ¡Qué extraño que el vacío pudiera ser tan acaparador! Se puso en pie.

– Gracias, señor Scarsdale. Si se entera de algo que pueda arrojar alguna luz sobre los últimos días de vida del comandante Grey o si sabe de alguien que pudiera desearle algún mal, espero que nos lo haga saber. Cuanto antes detengamos al sujeto que buscamos, más seguros estaremos todos.

También Scarsdale se puso en pie, ahora con el rostro tenso ante aquel sutil y desagradable recordatorio del hecho ocurrido en su mismo rellano y que había amenazado su seguridad mientras él estaba en su casa.

– Sí, naturalmente -dijo en tono algo perentorio-. Y ahora, si tiene la bondad de permitirme que me cambie de ropa, tengo que ir a una cena, como ya le he dicho.