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– Hace poco que la conozco -decía Bernie-, pero me parece encantadora.

– Es una persona interesante -dijo Leaphorn-, una auténtica amiga, creo. -Soltó una risita-. Al menos, me escucha atentamente cuando le hablo. Cosa que se agradece, sobre todo cuando uno enviuda ya anciano y no se acostumbra a vivir solo.

«Y justo por eso -pensaba Chee- Leaphorn habla así». Siempre le había parecido taciturno, difícil de abordar, un hombre silencioso. Pero, claro, Bernie era Bernie; a él también le gustaba hablar con ella. O, pensándolo bien, le gustaba hablar y que Bernie le escuchara. Volvió a recordar retazos de conversaciones con Janet Pete. Sin problemas por ese lado. Luego llegó otro recuerdo y otra comparación. Bernie poniéndole hielo en el tobillo inflamado, inclinándose sobre él, rozándole la cara con su suave cabello. Janet besándolo; el pelo de Janet olía a perfume de flores, el de Bernie, a enebro y a viento.

– Pues a mí no me parece viejo -decía Bernie-. No es mayor que mi padre, y mi padre todavía es joven.

– No es sólo la edad -contestó Leaphorn-. Emma y yo estuvimos casados más años de los que tú has vivido. Fue una amor a primera vista, cuando estudiábamos en el estado de Arizona. Y cuando murió… -No terminó la frase.

Dejó de llover. Bernie paró el limpiaparabrisas.

– Seguro que a ella no le habría parecido bien que viviera solo, como un ermitaño. Seguro que quería que se casara de nuevo.

«¡Vaya! -pensó Chee-. Hace falta valor. A ver cómo reacciona ahora el lugarteniente Leaphorn».

Leaphorn se rió.

– Exactamente, así lo quería; pero no con la profesora Bourebonette. En el hospital, antes de la intervención, me dijo que si las cosas salían mal, me acordara de la tradición de los navajos.

– ¿Casarse con su hermana? -preguntó Bernie-. ¿Tiene una cuñada soltera?

– Sí -dijo Leaphorn-. Los consejos de Emma casi siempre eran buenos, pero a su hermana, la idea le hacía tan poca gracia como a mí.

– Estoy segura de que a su mujer le habría parecido bien la profesora Bourebonette -dijo Bernie-, quiero decir, para casarse con ella.

Si Chee no hubiera estado presente cuando Bernie se negó a entregar el arma de mano a Leaphorn unas horas antes, no habría podido creer lo que oía. Esperó en silencio, hasta que Leaphorn dijo:

– ¿Sabes, Bernie? Ahora que lo dices, yo también lo creo.

«¡Qué mujer, esta agente Bernadette Manuelito!». Chee se acordó de la inquietud que le había producido, inconscientemente, la visita de Bernie a su caravana, el día en que fue a pedirle ayuda para su amigo herido. Eran celos, claro, aunque en aquel momento no quisiera reconocerlo. Y entonces, volvió a sentir lo mismo.

– Bernie -dijo Chee-. ¿Qué tal se encuentra Teddy Bai?

– Mucho mejor -dijo Bernie.

– ¿Has hablado con él?

– Rosemary habló con él -replicó-. Me dijo que se está recuperando tan deprisa que no tendrán que retrasar la boda.

– Bien, bien -dijo Chee-. ¡Vaya, qué gran noticia! -añadió, de todo corazón.

Tony Hillerman

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Tony Hillerman nació en Sacred Heart, Oklahoma, el 27 de Mayo de 1925. Aunque de ascendencia alemana e inglesa, es hijo de granjeros y se crió entre indios de origen seminola. Estudió la primera enseñanza (1930-38) en la St. Mary's Academy, un internado para “Native American Girls”; La secundaria la realizó en la Konawa High School, graduándose en 1942. Tras una breve estancia en la universidad, vuelve a la granja familiar al morir su padre. En 1943 se alista en el ejército, combatiendo en la Segunda Guerra Mundial. Fue condecorado con la Estrella de Plata, la Estrella de Bronce con Racimo de Hojas de Roble y el Corazón Púrpura después de ser herido en 1945. Después de la guerra, regresa a la universidad de Oklahoma, diplomándose en 1948. Ese mismo año se casa con Marie Unzner, con la que tiene seis hijos. Entre 1948 y 1962 trabaja en agencias de prensa y periódicos locales, desempeñando distintas funciones: reportero, redactor de noticias locales, reportero político, editor… En 1963 vuelve a la Universidad de Nuevo México, logrando en 1966 su máster. Se dedica a la docencia en esta universidad hasta 1987. Vivió con su familia en Alburquerque (Nuevo México) hasta su muerte, el 27 de Octubre de 2008.

Tony Hillerman ha escrito en total 18 novelas de misterio, 4 novelas de ficción y 11 de no ficción. Cuatro de sus novelas han sido llevadas al cine y ha recibido numerosos premios: el Edgar Allan Poe, el Grand Prix de la Littérature Policiere de Francia, el Espuela de Plata (a la mejor novela del Oeste) y el premio al Amigo Especial de la Tribu Navajo. En 1987, su obra Skinwalken obtuvo el premio Anthony a la mejor novela policíaca del año. Ha sido presidente de la Asociación de Escritores de Misterio de Estados Unidos.

La obra de Tony Hillerman es sorprendente porque abandona el ambiente eminentemente urbano de la novela policial y nos hace recorrer los desiertos de Nuevo México y Arizona con sus personajes, el teniente Joe Leaphorn y el agente Jim Chee, que forman parte de la Policía Tribal Navajo. Nos encontramos en estas novelas, un buen planteamiento del misterio policíaco, investigamos junto a los personajes y descubrimos un análisis antropológico de la cultura y la religión del mundo navajo.

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