26 – Decisión
Las calles de Venusville estaban desiertas. De alguna forma, la gente del lugar había hallado las fuerzas necesarias para arrastrarse a sus miserables hogares para morir. En el Último Reducto, un pequeño depósito de aire era pasado de mano en mano. Tony permanecía sentado en el suelo, espalda contra espalda con el camarero, con la cabeza de Thumbelina en su regazo. No había nada que pudieran hacer excepto esperar el final.
En la Mina Pirámide, Richter y dieciséis soldados estaban sobre una de las plataformas, mirando hacia abajo. Richter iluminó con una potente linterna los bordes del agujero abierto por la excavadora de Quaid. Recorrió la zona con la luz y vio el armazón que surgía de la pared de piedra y conducía a la siguiente plataforma más baja.
Prestó atención a todo lo que pudiera captar y creyó descubrir algo. Podía verse a Quaid y a Melina andando por el armazón como si fueran dos hormigas.
Richter sonrió. En esta ocasión la presa no se le escaparía. En lo referente a la mujer…, sabía qué hacer con ella. Quaid era responsable de la muerte de Lori, así que Richter se lo haría pagar como correspondía. Ojo por ojo. Pero la asquerosa rebelde no moriría tan limpiamente, tan rápidamente, como Lori. Oh, no. Y Richter se aseguraría de que Quaid contemplara cada minuto de lo que le ocurría antes de que la matara. Antes de terminar con ella, Richter haría que Quaid le suplicara que la matara de una vez. Subió al montacargas con los soldados.
Quaid y Melina treparon con dificultad del armazón a la plataforma. En el centro había un montacargas, cuyos cables se perdían en la penumbra. Le pareció extraño, ya que los No'ui, normalmente, no utilizaban esos aparatos. Pero, evidentemente, lo habían hecho para los seres humanos. Vagaron por entre el bosque de columnas, dominados aún por la impresionante construcción en la que se hallaban. Eran como secoyas metálicas con la corteza corroída.
– Todo esto es un reactor nuclear gigantesco -repitió Quaid-. Las varillas de turbinio salen de estas vainas para caer en los agujeros del glaciar de abajo. Eso inicia una reacción en cadena. La radiación convierte el hielo en oxígeno e hidrógeno. El gas asciende, es atrapado por la gravedad…
– Y Marte adquiere una atmósfera -finalizó Melina.
– Todavía no. Sólo es vapor de agua: hidrógeno y oxígeno. No podríamos respirarlo. El hidrógeno se emplea para la fusión nuclear, se mezcla para formar helio, igual que la bomba atómica antigua. Eso suministra la energía necesaria para el proceso mayor. El ácido hidrazoico almacenado debajo del glaciar se ve separado en sus componentes, y su nitrógeno se une al oxígeno del agua para conformar el aire que respiramos. La mezcla será un poco rica en oxígeno, pero eso es para compensar la reducida presión del principio. Se reajustará cuando la atmósfera haya sido completada. Todo ocurrirá rápidamente…, mucho más rápido de lo que pueda hacerlo cualquier proceso que nosotros conozcamos. -A medida que el resto de la información de los No'ui salía a la superficie, le sorprendió todo lo que sabía-. No obstante, eso aún es sólo una fase. Marte es frío, de modo que necesita ser calentado para que las plantas puedan crecer y la gente vivir en la superficie sin necesidad de trajes espaciales, tal como lo hacen en la Tierra. Hay conductores de calor que se extienden por toda la…
Se interrumpió al escuchar algo. El montacargas se estaba deteniendo. Oyó el ruido de puertas al abrirse y de botas sobre rejillas metálicas. En la distancia vislumbraron unos haces luminosos procedentes de linternas.
Quaid empujó a Melina detrás de una columna; pero, cuando la rozaron, una capa de metal oxidado cayó ruidosamente sobre el suelo de la plataforma. De repente, todas las linternas apuntaron en su dirección.
– Ha llegado el momento para el Plan B -murmuró Quaid.
– ¿Plan qué?
– Ya lo verás.
A medida que avanzaban, los soldados vieron que Quaid corría y se ocultaba detrás de una columna. Richter y los guardias se lanzaron tras él, rodearon la columna y abrieron fuego a medida que se cerraban sobre ella.
Sorprendentemente, Quaid no estaba allí. ¡Sin embargo, cuatro soldados recibieron una ráfaga de balas y murieron!
Richter rugió, sin saber cómo había ocurrido eso.
– ¡Separaos!
Peinaron la zona. Un soldado se dirigía hacia Quaid, aunque aún no lo había visto.
Quaid tocó unos botones de su reloj, y un holograma se hizo visible a poca distancia. Los ojos de Melina se abrieron mucho al comprender la situación. ¡Así era como lo había hecho! La primera vez no se dio cuenta. Tenía un proyector de hologramas con la imagen de quien lo usaba. ¡Un buen truco!
El soldado vio el holograma. Mientras cargaba contra él para no fallar, abrió fuego.
El Quaid verdadero apareció por la espalda del soldado y le rompió el cuello. Puede que Hauser no fuera una buena persona durante la mayor parte de su vida pero, sin lugar a dudas, sabía cómo luchar. Sus reflejos hacían que a Quaid le resultara fácil algo ante lo cual él habría titubeado.
La búsqueda de Richter continuó. Quaid salió de detrás de otra columna.
En esta ocasión, varios soldados vieron a la figura. La rodearon. Sus balas la atravesaron, y se abatieron entre sí. Otros cuatro cayeron muertos.
– ¡Alto el fuego! -gritó Richter-. ¡Es un holograma! ¡Parad!
No obstante, había llegado demasiado tarde para los nueve soldados muertos.
Dos soldados, desde diferentes lugares, vieron a Melina cerca de ellos. Los dos abrieron fuego sobre su holograma… y se mataron entre ellos.
Tres soldados cayeron sigilosamente sobre Quaid. Lo tenían cubierto desde todos los ángulos. Él sonrió.
– Creéis que me habéis encontrado, ¿verdad?
Pero no les miraba a ellos, sino hacia un lado. Eso era extraño. Se dieron cuenta de que debía de tratarse de un holograma. Observaron a su alrededor en busca del verdadero Quaid.
Sin embargo, ése era el verdadero Quaid. Se volvió a ellos y los abatió.
– Pues así es.
Dos soldados avanzaron dispuestos a todo. Melina salió delante de ellos. Le dispararon, y sus balas la atravesaron. Unos cráteres irregulares aparecieron en sus pechos a causa de las balas que la verdadera Melina les disparó por la espalda.
El verdadero Quaid se reunió con la verdadera Melina, aunque se tocaron las manos para cerciorarse de ello. Corrieron con cautela, ocultándose entre las columnas en dirección al montacargas. Estaba abierto y vacío. Entraron en él a toda velocidad.
Quaid cerró las puertas. El montacargas subió a una velocidad sorprendente. Se abrazaron, aliviados.
– No sabía que hubieran conseguido activar parte de este sistema alienígena -comentó él-. Debe de tratarse de alguna energía residual, o tal vez introdujeron una conexión. Seguro que Cohaagen sintió gran curiosidad por este artefacto.
– Cállate y bésame -dijo ella, alzando el rostro.
De repente, abrió mucho los ojos y se puso rígida. ¿Qué pasaba?
Entonces, Quaid escuchó un leve ruido encima de ellos; alzó la vista. Uno de los paneles del techo se estaba abriendo unos centímetros. ¡Richter se hallaba en el techo! El cañón de su arma se asomó por la rendija. Disparó. La bala rebotó en el interior, sin llegar a darles.
Quaid apartó a Melina de una forma menos romántica de lo que le hubiera gustado y extrajo su arma. Él y Melina devolvieron el fuego; sin embargo, sus balas rebotaron contra ellos. ¡Si seguían disparando se matarían a sí mismos!
Richter no había seguido a sus soldados. Los dejó como una fuerza de distracción mientras él preparaba esa astuta emboscada, seguro de que Quaid sobreviviría y vendría al montacargas. Richter estaba protegido, mientras que ellos dos no. Había mejorado.
Quaid y Melina se movieron de forma errática por la cabina, intentando no ser unos blancos fijos. Pero con eso no bastaba. Seguían siendo unos peces en un tonel. Richter no cesaba de disparar, y una bala rozó el hombro de Quaid.