– Claro está -añadió Edgemar-, todo eso depende de que usted tome la píldora.
Cuando ya estaba a punto de sucumbir a su lógica, las sospechas de Quaid renacieron. ¿Por qué todo debía depender de que se tragara la pastilla? ¿Por qué no podía, simplemente, declarar: «¡He terminado de soñar! ¡Quiero regresar a la realidad y a Lori!», y estar allí? En muy contadas ocasiones había experimentado lo que creía que llamaban un sueño lúcido, en el que se daba cuenta de que estaba soñando y que, de alguna manera, podía controlar. Generalmente, cuando le ocurría eso, el sueño perdía su sustancia y se despertaba. De modo que, en vez de lanzarse hacia una chica desnuda de un anuncio, se despertaba con una erección y nadie con quien desfogarse. Aquello fue durante su adolescencia, antes de conocer a Lori. Sin embargo, el principio seguía siendo válido: si no conseguía salir sin la ayuda del símbolo, ¿por qué debería funcionar con el símbolo? ¿Por qué estaban tan ansiosos por ese símbolo?
– Digamos que tiene razón -comentó Quaid-. Que todo esto es un sueño. -Alzó la pistola a la cabeza de Edgemar-. Entonces, podría apretar el gatillo y no importaría.
Empezó a presionar el gatillo. Ésta era una prueba importante. ¡Si no se trataba de un sueño, Edgemar estaría muy ansioso por evitarla!
– ¡No lo hagas, Doug! -exclamó Lori.
No obstante, Edgemar permaneció con una calma preternatural. Sus ojos y su voz mostraban la preocupación altruista que sentía por su paciente.
– Para mí no significará ninguna diferencia, Doug; sin embargo, las consecuencias para usted serán devastadoras. En su mente, yo estaré muerto. Y, sin nadie que le guíe para salir, usted quedará estancado en una psicosis permanente.
¿Era posible? La psicosis era una enfermedad de la mente. ¿Su propia acción podía determinar el camino que seguiría su mente? ¿La decisión de dispararle a Edgemar representaría su decisión de evitar la realidad, más que cualquier hecho tangible de abrazarla, como el tomar la pastilla?
– ¡Por favor, Doug, deja que el doctor Edgemar te ayude! -rogó Lori.
Con el dedo en el gatillo, Doug se debatió entre la duda. Sabía que podía desperdigar por la estancia los sesos del doctor. Pero, ¿quería hacerlo? ¿Si eso significaba que se encerraría en un sueño de violencia, incertidumbre y amor frustrado?
– Las paredes de la realidad se derrumbarán -dijo Edgemar-. En un instante, usted será el salvador de la causa rebelde; luego, lo siguiente que verá es que usted es el camarada de Cohaagen. Hasta que, finalmente, en la Tierra le harán una lobotomía.
Quaid se sentía desmoralizado por completo. Debía de ser cierto: si, de verdad, se hallaba en un estado de semicoma allá en la Tierra y no le podían sacar de él, le harían una lobotomía. No tenía ningún sentido mantener a un vegetal. Era antieconómico. Un hombre lobotomizado quizá no fuera muy creativo; sin embargo, podía manejar un martillo perforador. Así que lo mejor era que tomara la decisión correcta; sería un desastre continuar con la ilusión, en cualquier dirección.
– De modo que contrólese firmemente, Doug -prosiguió Edgemar con voz severa-. Y baje la pistola.
Vacilante, Quaid bajó el arma. Si esto era un sueño, y él le disparaba a alguien, sería él quien moriría (o le harían una lobotomía, que era lo mismo) en vez de la otra persona.
– Eso es. Ahora tome la píldora, vamos… -Edgemar se detuvo unos instantes cuando la mano de Quaid, lentamente, cogió la pastilla-. Llévesela a la boca.
Quaid se llevó la píldora a la boca. Sabía exactamente igual que cualquier otra píldora. Por supuesto, siempre sería así, tanto en un sueño como en la realidad.
– Y tráguela -continuó Edgemar, como si le estuviera dando instrucciones para aterrizar a un piloto ciego.
Quaid titubeó. Edgemar y Lori le contemplaban con gran expectación.
– Adelante, Doug -comentó Lori.
Sin embargo, aún se sentía desgarrado por la duda. ¿Y si esto no era un sueño? Entonces, la pastilla sería -de hecho, probablemente lo era- un tranquilizante potente o incluso algo letal.
En ese momento vio que una única gota de sudor bajaba por la frente de Edgemar.
Su reflejo Hauser se apoderó de él. Bruscamente, apuntó a Edgemar con la pistola y disparó.
El explosivo plástico de la pistola de plástico envió la bala de plástico a través de la cabeza del hombre. La sangre salpicó la pared, formando un círculo de espeso líquido.
Entonces la mancha de sangre explotó, arrojando a Quaid hacia atrás por los aires. Un agujero grande apareció en la pared. ¡Había tomado la decisión equivocada! Su mundo de sueños se estaba derrumbando, ¡exactamente de la forma en que el doctor Edgemar le había dicho que sucedería!
En ese momento chocó contra la pared, y cayó atontado al suelo. Cuatro agentes de Marte irrumpieron a través del agujero y le sujetaron.
¡Pero éste no era el fin del sueño! ¡Se trataba de la confirmación de la realidad de Marte! No le habían atacado antes porque intentaban cogerle vivo, con el fin de averiguar lo que sabía. Cuando no cayó en el engaño de la píldora, entraron a la fuerza para prenderle. ¡Encajaba a la perfección!
Tranquilizado, empezó a luchar. Trataban de esposarle, pero le dio con el codo a una mandíbula, dislocó un hombro, y se liberó de ellos a patadas y empujones. Se soltó de un agente que le aferraba el tobillo. ¡No estaban empleando armas, sólo querían abatirle!
Con las manos apoyadas en el suelo para recuperar el equilibrio, trastabilló en dirección a la puerta. ¡Pensaba largarse, y que el sueño se fuera al infierno!
Sin embargo, había alguien delante de él. Alzó la vista. Lori bloqueaba su camino. Oh, de acuerdo. Reemprendió la marcha…, y el pie de ella se aplastó contra su cara.
Se tambaleó, más herido por su odio que por el golpe. ¡No quería volver a pegarle! Ya había sido bastante desagradable allá en la Tierra.
Sólo se detuvo un momento; sin embargo, eso les brindó tiempo a los otros para cogerle y frenarle. Se puso tenso, preparándose para que las cabezas de los dos tipos que le sujetaban los brazos chocaran.
Entonces Lori le pateó los testículos, y el planeta estalló en una onda de dolor. Dejó de resistirse; sólo existían la agonía y la traición de ella. ¡Le había dicho que le amaba!
Como desde la distancia, de algún lugar más allá del radio del dolor, la escuchó hablar:
– Eso es por haberme obligado a venir a Marte. ¡Sabes cuánto odio este jodido planeta!
No, no lo sabía. Había pensado que sólo se trataba de una postura para desalentarle en su deseo de venir hasta aquí. Evidentemente, no todo lo referente a ella había sido una actuación.
Los agentes le esposaron las manos a la espalda. Estaba indefenso. Entonces Lori le lanzó un rodillazo en la cara, haciéndole perder el poco sentido que le quedaba.
Vagamente sintió que le arrastraban por el suelo hacia la puerta. Lori, al final, le había hecho un favor. Le había convencido definitivamente de sus auténticos sentimientos hacia él. Nunca más lograría engañarle. Aunque no creía que tuviera oportunidad de demostrarlo. Perdió el conocimiento.
Lori habló por un teléfono inalámbrico.
– Lo tengo -dijo, sonriéndole al rostro de Richter que apareció en la pantalla.
– Tráelo -indicó Richter.
Lori frunció los labios en un silencioso beso.
– Ciao. -Cortó la transmisión.