– ¿Estaba ella allí? -preguntó, como al descuido.
Oh, oh. ¿Es que disponía de antenas para captar sus pensamientos? Se sintió culpable al pensar en la otra mujer cuando no cabía la menor duda de que todo lo que necesitaba un hombre era Lori. Sin embargo, y a su manera, el interés de Lori por la otra resultaba divertido.
Se hizo el tonto.
– ¿Quién?
– Ya lo sabes. -Lori levantó la cabeza e hizo un mohín contemplativo. Ella también se hacía la tonta, fingiendo que no podía recordar del todo o describir a la otra mujer-. La chica de las… -Ahuecó las manos en el gesto universal que indicaba tetas grandes.
Él sonrió.
– Oh, ésa -como si Lori no perteneciera a ese tipo.
Pero ella se resistió a cambiar de tema.
– Bueno, ¿estaba?
Él se rió.
– ¡Es sorprendente! ¡Te sientes celosa de un sueño!
La cuestión es que le intrigaba el asunto, quizá porque le daba cierta realidad a una figura que él sabía que existía únicamente en su imaginación.
Lori le dio un golpe en el estómago y se volvió para marcharse. Él intentó sujetarla; pero ella se debatió para salir de la cama. Siempre habían jugado a lo bruto; sin embargo, no tan bruto. Él jamás le devolvía el golpe.
– No es divertido, Doug -dijo ella, a medias fuera de la cama-. ¡Suéltame! -En ese momento, la gravedad la ayudaba a ella; si la soltaba, se caería al suelo-. Ahora estás en Marte todas las noches.
¡Cuan cierto era!
– Sin embargo, regreso cada mañana -protestó él, con poca convicción.
Se percató de que estaba llegando al límite en el que la situación iba a hacerse desagradable, ya que era verdad que sentía una secreta pasión hacia aquella mujer inexistente, y Lori lo empezaba a notar.
Consiguió traerla de vuelta a la cama. En este instante Lori ocupaba toda su atención, tal como ella había pretendido. Lucharon, y ella le rodeó con las piernas, apretándole en una presa de tijera, inofensiva pero muy interesante. Él le sujetó los brazos a los costados e intentó besarla. Ella giró la cabeza de un lado a otro para evitar sus labios.
No cabía duda de que había sobrepasado los límites del juego.
– ¡Vamos, Lori, no seas así! -protestó él, retorciéndose entre sus piernas y dándole un suave golpe en una parte oculta-. ¡Tú eres la mujer de mis sueños!
Bruscamente, Lori dejó de debatirse. Le miró con ojos soñadores.
– ¿Lo dices de veras? -Relajó la presa.
– Por supuesto.
Y ahora era verdad. La lucha había completado lo que iniciaran sus mimos y, en ese momento, la deseaba mucho.
Y ella lo sabía. Después de todo, se hallaba en contacto con aquella zona en particular. Le rodeó con sus piernas largas y atléticas, en esta ocasión sin apretar, y tiró de él hacia ella. Se besaron.
– Eres como un toro… -jadeó ella.
Él se rió.
– ¡Bueno, ya sabes lo que hace un toro con una vaca!
– ¡Una vaca! -exclamó ella con fingida indignación-. ¿Has visto alguna vez que una vaca hiciera esto? -Se sentó erguida, montada sobre él, cabalgando sobre sus ingles, y se quitó el camisón. Poseía el cuerpo más hermoso del mundo, y lo sabía-. ¿O esto? -Inició unos saltitos, al tiempo que sus pechos seguían su propio curso mientras su entrepierna le hacía cosas especiales a la parte central de su cuerpo-. ¿O esto? -Bruscamente, dejó caer el torso sobre él y le besó apasionadamente. Las trenzas de su cabello se deslizaron por su cuello y su cara como una suave seda, produciéndole un delicioso cosquilleo.
– No -tuvo que reconocer él-. Las vacas que conozco se quedan quietas, a la espera.
Ella levantó la cabeza, con un destello de humor peligroso en sus ojos.
– ¿Y a cuántas vacas conoces?
– Sólo a una. -Notó que el cuerpo de ella se tensaba en advertencia-. Y únicamente es un sueño.
Lori se relajó. Le gustó la analogía. Había llamado vaca a la chica del sueño, no a la mujer de verdad. Reanudó la actividad. Era verdad que ella no permanecía a la espera; avanzaba más de medio camino para hacerlo. Se trataba de una actitud que a él le encantaba. Él apoyó las manos en sus glúteos y sintió cómo se tensaban alternativamente, provocándole, incitándole a que pusiera algo más que las manos en acción.
Rodaron, y la sujetó debajo de él. Ella gritó como si la estuvieran violando, deteniéndose sólo el tiempo suficiente para besarle mientras él se lanzaba a la culminación. Ella realizó un baile del vientre, aunque su abdomen no se movió; todo fue interno. Metió la lengua en la boca de él, sincronizándola al ritmo de la danza oculta. Oh, no, no era una vaca… pero, en ese momento, él sí que parecía un toro.
Aun así, la imagen de la mujer de su sueño permaneció en su mente, y Quaid deseó que pudiera ser ella la que estuviera con él en ese instante. Cerró los ojos y trató de pensar que la mujer a la que estaba abrazando era la de Marte. Se preguntó qué demonios funcionaba mal en él.
3 – Sueño
Concluyó llegado el momento, como sucede con todo. Lori se puso de pie y se encaminó hacia la ducha; la pulcritud resultaba vital para ella, y él le había revuelto el pelo, manchado los labios y unas cuantas cosas más, con el propósito de disfrutar de un acto espectacular. ¡Lori era la Mujer Plus! ¿Cómo un tipo corriente como él había conseguido capturar a semejante criatura?
Quaid se relajó; luego le tocó su turno, una vez Lori salió de la ducha, con el cuerpo resplandeciente. Su propio cuerpo se sentía muy bien, como ocurría siempre después de hacer el amor con ella; sin embargo, su mente seguía inquieta. ¡Aquel sueño había sido demasiado real! Pese a lo tonto que fuera, no podía quitárselo del pensamiento.
Salió de la bañera, se secó y se enfundó en sus ropas de trabajo, mientras seguía meditando en lo acontecido. No era ningún profesor con un gran coeficiente de inteligencia ni un ejecutivo importante; simplemente era un trabajador de la construcción. Resultaba muy bueno en su trabajo, pero ello no le convertía en un candidato extraordinario. Aun así, Lori se había casado con él, y su ardor seguía intacto después de todos aquellos años de estar juntos. La atracción que ejercía sobre él no tenía ningún misterio: ella atraía a todos los hombres vivos. Pero, ¿cuál era la atracción que ejercía él sobre ella? Oh, era musculoso, y a ella eso le gustaba; sin embargo, seguro que podría haber conseguido a un hombre con músculos y dinero o poder. ¿Por qué se había quedado con un tipo corriente? ¿Y por qué él, el hombre más afortunado, estaba soñando a cambio con una mujer inexistente? En su aspecto más positivo eso parecía una perversidad, y en el más negativo una locura.
No era la primera vez que se le ocurría la pregunta. Procedían de mundos tan distintos. Él era Ingeniero de Construcción, un Especialista en Preparación de Emplazamientos: una forma rimbombante de describir a los trabajadores de bajo nivel que hacían pedazos viejos artefactos para dejar sitio a los nuevos. De hecho, era perforador, igual que su padre. Eso era todo lo que siempre había deseado ser, y se sentía orgulloso de seguir los pasos de su padre. Era bueno en ello también, un verdadero artista con su máquina, que trabajaba dos veces más rápido que cualquier otro, pero eso no le hacía merecedor de un premio como Lori. Oh, tenía músculos, y a ella le gustaba eso, pero no era profesor especializado en nada ni ejecutivo de altura, era simplemente un obrero de la construcción.
¿Y Lori? Lori era la hija mimada de un ejecutivo publicitario. Todavía recordaba el día que se habían conocido, hacía ocho años. Él había estado trabajando duramente en un viejo rascacielos de acero y cristal que estaba siendo demolido para dejar sitio a un nuevo centro de negocios de plasplex. El lugar se hallaba en el distrito financiero, una zona que Quaid no veía mucho normalmente, y había disfrutado con el desfile de hombres y mujeres meticulosamente vestidos, aerocoches último modelo y droides de limpieza que mantenían resplandeciente cualquier superficie. Era un cambio interesante respecto a su destartalado vecindario de clase trabajadora.