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– Lori -llamó con suavidad-. ¡Lori! -Los ojos de ella aletearon y se abrieron, y gruñó mientras se acariciaba el hematoma en su sien-. ¿Estás bien?

Ella asintió cuidadosamente.

– Lo siento -dijo con voz débil-. Creo que lo estropeé.

– ¿Qué es lo que recuerda?

– Hasta ahora nada.

Mientras tanto, Helm había sacado un pequeño aparato de rastreo y lo había activado oprimiendo un botón. Lo sostuvo en la mano y lo giró, con unos movimientos de búsqueda. De repente, un punto rojo empezó a parpadear cuando el aparato apuntó a la ventana. Lo mantuvo en esa posición y apretó otro botón.

En ese momento la pequeña pantalla del rastreador cobró vida, mostrando un plano tridimensional del edificio desde el lugar donde se encontraban. Parecía un modelo hecho de cristal transparente. Cerca del extremo inferior, el parpadeante punto rojo se movía en una frenética espiral, como si fuera una mosca envenenada. Estaba bajando por las escaleras, y a una buena velocidad.

De pronto, el punto abandonó el edificio. Richter cruzó hasta la ventana, con Helm pisándole los talones. Vieron a Quaid descender por el plano inclinado de un tejado en dirección a la zona de uso común.

– ¡Mierda! -exclamó Richter-. ¡El metro! ¡Vamos! ¡Vamos!

Helm y los otros dos agentes se lanzaron hacia la puerta, pero Richter se quedó atrás. En silencio, ayudó a Lori a ponerse en pie y la abrazó. Había transcurrido demasiado tiempo desde la última vez que la había tenido en sus brazos, y sólo Dios sabía cuándo dispondrían de la próxima oportunidad.

– Recoge tus cosas y márchate -dijo, liberándola con pesar de su abrazo.

– ¿Y si lo traen de vuelta? -preguntó Lori mientras él se encaminaba hacia la puerta.

Richter se detuvo en la puerta. Se volvió, y Lori sintió miedo ante la expresión en sus ojos.

– No lo harán -dijo. Se dio bruscamente la vuelta y desapareció.

Quaid emitió un silencioso suspiro de alivio cuando llegó a salvo a la estación del metro. Había dispuesto de su minuto de ventaja, quizá más. ¿Qué habían hecho los imbéciles ahí arriba, entretenerse con Lori? Si ése era el caso, de forma irónica, le debía a ella un favor, aunque tenía la convicción de que no había sido algo voluntario por su parte. Lamentaba haber tenido que golpearla, pero fue el único modo de impedir que diera la alarma antes incluso de que llegaran los matones. No la había amado, aunque sí le gustaba, y no la hubiera herido por nada en el mundo…, antes de que estallara esta situación. Ella le había parecido demasiado buena para ser verdad, y ahora ya sabía que era demasiado buena para ser verdad. Simplemente, cumplía una misión. Seis semanas…, ¡no le asombraba que el recuerdo de sus ocho años con ella no cambiara nunca! En realidad, se trataba de una experiencia de seis semanas.

Había creído que su vida era monótona. ¡En este instante, ya no parecía aburrida! No obstante, la hubiera cambiado con gusto para recuperarla. Por lo menos estaría a salvo, en vez de huir para salvar la vida, sin tener ninguna idea de adonde ir o de quién era. Si pudiera volver atrás, se mantendría bien apartado de Rekall, y tendría los ojos y los oídos bien abiertos para investigar la situación sin llamar la atención, hasta que supiera lo suficiente como para actuar evitando que le persiguieran los matones.

La gente le miraba. Quaid frenó la marcha y, de vez en cuando, observaba por encima del hombro. Si no tenía a los matones pisándole los talones, lo mejor era que se perdiera entre la multitud. ¿Cuan lejos se encontraban de él? Había rogado un minuto de ventaja, y lo había conseguido; pero tenía la certeza de que no abandonarían la búsqueda. Debía coger un coche hacia ninguna parte en especial y perderlos por completo.

Naturalmente, transcurrieron varios minutos antes de que llegara el metro. Esperó más allá de la zona de seguridad, sin desear comprometerse antes de que fuera absolutamente necesario. Tres, cuatro minutos…, ¿cuánto tiempo se mantendría la situación? ¡Era un blanco perfecto! Obtuvo ventaja al escapar del edificio, pero en este momento la suerte se le ponía en contra.

Entonces escuchó el ruido del metro. ¡Lo iba a conseguir! Se encaminó hacia la entrada.

Se dio cuenta de que sería mejor que se deshiciera del arma; quizá tuviera un dispositivo por el que pudieran rastrearla. Ciertamente, no lograría pasarla por la zona de seguridad, de modo que no conseguiría subir al vagón con ella.

Miró hacia atrás una vez más…, y vio a Richter y compañía entrar corriendo en la estación. ¡Maldición! ¡Otros treinta segundos, y los habría dejado atrás!

Modificó de inmediato el plan. Se quedó en la cola, pero se guardó el arma. ¿Qué importancia tenía una alarma, cuando los asesinos lo habían encontrado? Se metió entre los paneles.

Contempló el pequeño monitor que había delante de la fila de los usuarios. ¡Era un esqueleto andante, y la pistola que llevaba en la mano brillaba con un rojo intenso! Las alarmas aullaron y se encendieron unas luces rojas. Unos guardias salieron a interceptarle. ¡No había nada relajado en esta zona de seguridad!

Todavía no podía correr, porque la gente que tenía delante le bloqueaba el estrecho canal. Había pensado que ya no estarían allí cuando saltaran las alarmas, pero parecían confusos y permanecían quietos. Mientras tanto, los guardias atravesaban la pantalla, con sus propias armas convertidas en otros tantos destellos rojos.

¿Podía ir hacia el otro lado? En el monitor, su esqueleto se detuvo y dio media vuelta, mostrando su propia indecisión. Vio que Richter y Helm se acercaban. ¡Eso era peor!

No había ninguna salida, ni hacia delante ni hacia atrás. Se volvió a un lado, saltó el pasamanos que servía de guía y cargó contra el mismo panel de rayos X. De repente, en el monitor, su esqueleto se hizo más grande; luego atravesó su propia imagen esquelética, destrozando la pantalla. Las mujeres que había en la estación prorrumpieron en gritos.

Esa maniobra le consiguió una salida…, pero no en dirección al metro. Tenía que escapar de los matones. Y, ahora, ¿adonde podía ir?

Su otro yo oculto tomó el mando. Emprendió la carrera hacia delante, esquivando a la gente inmóvil y con la boca abierta, hasta que llegó a unas escaleras mecánicas. Lo llevarían hasta los trenes que viajaban en ángulo recto con los de allí, en el siguiente nivel inferior. Pero aún no sabía adonde iba. Podía tomar un tren, seguro, pero…, ¿hacia dónde?

Richter y sus matones llegaron al arranque de las escaleras mecánicas. Consultó el dispositivo de rastreo. El parpadeante punto rojo que era su presa aparecía en la pantalla, avanzando firmemente hacia abajo. Richter hizo girar el dispositivo, comprobando los alrededores. Cerca del fondo de la escalera había varias otras escaleras mecánicas que indicaban arriba.

Su presa tomaría una de ésas, con la intención de deslizarse hasta el nivel de la calle y perderse allí. No desearía tomar un metro, porque no había ningún lugar donde ir. Así que, en vez de perseguirle y llegar demasiado tarde, lo rodearían. Entonces sí que no tendría realmente ningún lugar donde ir. Aquél era un trabajo asqueroso; resultaba malditamente difícil intentar atrapar a un hombre en un lugar público. Pero pronto estaría hecho, y desaparecerían.

Indicó que todo el mundo menos Helm siguiera en el mismo nivel.

– ¡Vamos, vamos, vamos! -aulló, y a Helm-: Tú, ven conmigo. -Echaron a correr escaleras abajo detrás de Quaid.

Quaid alcanzó el final de las escaleras y miró cautelosamente a su alrededor. Ningún matón. Corrió hacia delante, vio unas escaleras mecánicas que subían y se encaminó hacia ellas. Seguía sin ver ningún matón. Pero no confiaba en esto. En cualquier momento aparecerían a la carga doblando alguna esquina, con las pistolas llameando. Decididos a eliminarle…, ¿porque soñaba con Marte? No, porque no era lo que él creía que era.