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De las ocho mesas, tres se hallaban ocupadas. Una sostenía el cuerpo de Sean McGillin, o eso supuso Laurie, ya que Marvin se afanaba en ella con sus últimos preparativos. Las otras dos, más próximas a donde se encontraba Laurie, contenían cuerpos en pleno procedimiento. Justo delante de ella yacía un hombretón de piel oscura. Cuatro personas ataviadas con trajes lunares idénticos a los de Laurie trabajaban en él. A pesar de que el reflejo de las curvadas pantallas de las máscaras dificultaban la identificación, Laurie reconoció a Calvin Washington: su metro noventa y ocho y sus ciento veinte kilos no eran fáciles de disimular. Por contraste, la baja estatura y maciza complexión de su acompañante le indicó que era seguramente Harold Bingham. Los otros dos debían de ser George Fontworth y el técnico Sal D'Ambrosio, aunque ambos eran de la misma estatura y no podía diferenciarlos.

Laurie se acercó a la base de la mesa. Justo delante había un drenaje que emitía un sonido de succión. Bajo el cuerpo, el agua corría constantemente, arrastrando los fluidos corporales.

– ¡Fontworth! ¿Dónde demonios ha aprendido a usar el escalpelo? -gruñó Bingham.

Estaba claro cuál de las dos figuras embozadas era George. Se encontraba a la derecha del cuerpo, con las manos metidas en algún rincón del espacio retroperitoneal del difunto, aparentemente intentando establecer la trayectoria de una bala. Laurie no pudo evitar sentir un impulso de simpatía hacia él. A Bingham le gustaba adoptar un aire profesoral cada vez que acudía a la sala de autopsias; no obstante, siempre acababa impacientándose y enfadándose. A pesar de que Laurie sabía que no había ocasión en que no pudiera aprender algo de él, no le gustaba trabajar para Bingham. Resultaba demasiado estresante.

Percibiendo que el ambiente alrededor de la mesa estaba demasiado tenso para hacer preguntas, Laurie fue hasta la mesa número dos. Allí no tuvo problemas para reconocer a Jack, Lou y Vinnie. De inmediato notó que el ambiente era todo lo contrario y oyó risas que se apagaban. No se sorprendió: Jack era conocido por su humor negro. El cadáver era el de una flaca, casi descarnada mujer de mediana edad de cabellos rubios muy blanqueados por el sol. Laurie supuso que se trataba de Sara Cromwell. Especialmente notable resultaba el mango del cuchillo de cocina que sobresalía en marcado ángulo de la parte superior y exterior de su muslo derecho. No le sorprendió que el utensilio estuviera en su sitio. En los casos como aquel, los forenses preferían que semejantes objetos permanecieran donde estaban.

– Espero que estéis mostrando el debido respeto por los muertos -bromeó Laurie.

– No hemos tenido ni un momento de aburrimiento -respondió Lou.

– Y yo no sé por qué me sigo riendo de los mismos chistes de siempre -protestó Vinnie.

– Dígame, doctora Montgomery -preguntó Jack en tono muy académico-, en su muy profesional opinión, ¿diría usted que esta herida penetrante del muslo es mortal?

Inclinándose mejor para ver el ángulo de entrada, Laurie examinó de cerca el cuchillo. Parecía tratarse de un pequeño cuchillo de cocina, y supuso que su hoja, que había penetrado lateralmente hasta el mango y el fémur, tendría unos diez centímetros de largo. Y lo que era más importante: estaba por debajo del hueso iliaco, pero alineada con él.

– Yo diría que no resultó fatal -contestó Laurie-. Su situación sugiere que los conductos femorales no fueron afectados, de modo que la hemorragia tuvo que ser mínima.

– Y dígame, doctora Montgomery, ¿qué le sugiere el ángulo de entrada del arma?

– Yo diría que es una manera francamente poco ortodoxa de apuñalar a alguien.

– Aquí lo tienen, caballeros -comentó Jack burlonamente-, la confirmación de mi análisis por parte de la eminente doctora Montgomery.

– ¡Pero si había sangre por todas partes! -se quejó Lou-. ¿De dónde salió? No hay otras heridas.

– ¡Ajá! -exclamó Jack con un exagerado acento francés y alzando un dedo-. Creo que lo veremos en unos minutos. Monsieur Amendola, le couteau, s'il vous plaît!

A pesar del resplandor de los fluorescentes que se reflejaban en la pantalla de Vinnie, Laurie lo vio alzando los ojos al cielo mientras pasaba el escalpelo a la mano de Jack, que esperaba. Él y Jack tenían una curiosa relación: a pesar de que se basaba en el mutuo respeto, fingían que era todo lo contrario.

Laurie se alejó, dejándolos para que se las apañaran. Sentía una ligera decepción por ver a Jack tan alegre y bromista y no pudo evitar pensar que era mala señal, como si no le importara lo que había pasado.

Mientras se acercaba a la tercera mesa hizo un esfuerzo por dejar a un lado sus problemas con Jack. Tumbado sobre la ligeramente inclinada superficie, se hallaba el cuerpo de un musculoso joven de unos veinte años, con la cabeza levantada sobre un bloque de madera. Casi por instinto empezó inmediatamente su examen externo. El sujeto parecía sano. Su piel, aunque con la marmórea palidez de la muerte, se veía libre de lesiones.

Su cabello era negro y espeso. Las únicas anomalías visibles eran la suturada incisión con el correspondiente drenaje de la pierna, el destapado extremo de una vía intravenosa de su brazo derecho y el tubo endotraqueal que le sobresalía de la boca, los restos de los intentos de reanimación.

Con Marvin ocupado todavía en poner etiquetas en los recipientes de muestra, Laurie comprobó el nombre y número de ingreso del cadáver. Una vez segura de que se estaba ocupando de Sean McGillin, prosiguió con su examen externo inspeccionando cuidadosamente la intravenosa. Parecía perfectamente normal y no mostraba hinchazón ni señales de derrame de sangre o fluidos. Miró más de cerca la herida suturada de la pierna, la zona donde habían sido operados la tibia y el peroné fracturados. Tampoco allí se apreciaba inflamación o decoloración alguna, lo cual sugería que no existía ninguna infección. El drenaje estaba suturado en la herida mediante una sola vuelta de hilo, y se veían señales de una mínima descarga de líquido seroso. La pierna lesionada parecía igual que la otra y no presentaba muestras evidentes de trombosis venosa o coagulación.

– Externamente no he visto nada raro -dijo Marvin cuando volvió con un puñado de jeringas esterilizadas y recipientes de muestra, algunos de ellos aún envueltos. Lo dejó todo en una esquina de la mesa para tenerlo a mano.

– Hasta ahora tengo que estar de acuerdo -contestó Laurie. Aunque variaba en función de las distintas personalidades, entre los técnicos y los médicos había mucho toma y daca. Laurie siempre animaba los comentarios y sugerencias, especialmente los de Marvin. En lo que a ella concernía, los técnicos eran una gran fuente de experiencia.

Marvin fue hasta los aparadores de cristal para coger el instrumental adecuado. A pesar del zumbido del ventilador, Laurie lo oyó silbar. Siempre estaba de buen humor, y esa era otra de las cosas que a ella le gustaban de él.

Después de buscar señales del uso de alguna droga intravenosa y no hallar ninguna, Laurie utilizó un espéculo nasal para mirar dentro de la nariz de Sean. No había indicios de consumo de cocaína. Las drogas debían tenerse en cuenta en cualquier muerte que pareciera misteriosa, dijeran lo que dijesen los padres. Acto seguido abrió los párpados para examinar los ojos. Parecían igualmente normales, sin señales de hemorragia en la esclerótica. Abriéndole la boca, se aseguró de que el tubo estuviera en la tráquea y no en el esófago. Era algo que había visto en más de una ocasión, con desastrosos efectos.

Una vez completados los preparativos, Marvin regresó al lado de la mesa, frente a Laurie, y se quedó expectante, esperando que diera comienzo la fase interna de la autopsia.

– De acuerdo, ¡vamos allá! -dijo Laurie extendiendo la mano al tiempo que Marvin le entregaba el escalpelo.

A pesar de que Laurie había hecho cientos de post mórtem, siempre que daba comienzo a otro le producía una punzada de nerviosismo. Empezar equivalía a abrir un libro sagrado cuyos misterios se disponía a desvelar. Presionando con el dedo índice la parte superior de la hoja, Laurie realizó con mano experta la clásica incisión en forma de «Y» empezando por los dos cortes en los extremos de los hombros que se unían en el esternón y se prolongaban en uno solo hasta el pubis. Con ayuda de Marvin, apartó rápidamente la piel y los músculos antes de retirar el esternón con unas cizallas.