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– Y lo hay -admitió Laurie-. No lo habría molestado con eso; pero, ya que hablo con usted, será mejor que le informe. -Laurie le explicó la historia de los dos muchachos. Al acabar mencionó a los reporteros del vestíbulo y añadió-: Me gustaría tener su permiso para informarles de mis averiguaciones en ese asunto. Me parece que va en beneficio del público que esa información se difunda para que no haya más chavales a los que se les ocurra la idea de orinar en las vías.

– ¿La prensa se ha enterado del caso del cuerpo sin cabeza?

– Por desgracia sí.

– Si habla con ellos, ¿será capaz de morderse la lengua y evitar mencionar ese cuerpo descabezado y su serie? Sin duda le preguntarán.

– Creo que sí.

– O sí o no, Laurie.

– ¡De acuerdo! ¡Sí! -exclamó, impaciente.

– No se ponga chula conmigo, Laurie, o no le daré permiso para que hable con la prensa.

– ¡Lo siento! Estoy un poco estresada.

– Puede hablar con la prensa sobre el incidente del tren con la condición de que haga hincapié en que sus averiguaciones son preliminares y que están pendientes de confirmación. Quiero que diga eso concretamente.

– Sí, conforme -contestó Laurie, repentinamente deseosa de colgar. Estaba cansada de hablar con Calvin porque le recordaba el lado político de la profesión de forense.

Dejó el teléfono, se volvió para mirar a Lou, que también había terminado sus llamadas, e hizo una mueca ante la súbita punzada de dolor que le atravesó la parte baja del abdomen. Por suerte, estaba lejos de ser como la que había sufrido la noche anterior en el taxi; pero, no obstante, llamó su atención.

– Jack está en camino -dijo, cambiando de postura para aliviar el dolor. Lo consiguió hasta cierto punto, pero no del todo-. Él se ocupará de la autopsia de ese cuerpo sin cabeza.

Lou asintió.

– Lo he oído. Me parece bien porque no creo que debas hacerla tú. También he oído tu plan de ir a hablar con los tíos de abajo. Si quieres, puedo echarte una mano ocupándome yo del asunto del cadáver sin cabeza, así tú podrás limitarte al accidente del tren. De esa manera te ahorrarás problemas con Calvin.

– Me parece un buen plan -dijo Laurie. Se levantó y el dolor disminuyó.

– Además, tengo que decirte que he averiguado algo muy interesante. El tal doctor Najah tiene antecedentes. Fue detenido hace cuatro años intentando subir a un avión para Florida con una pistola en su maletín. Naturalmente, dijo que se había tratado de un accidente y que se la había dejado allí por error. De todas maneras, tenía permiso de armas.

– ¿Era una nueve milímetros?

– Lo era.

– Interesante.

Laurie apoyó la mano en la cadera para poder masajearse disimuladamente el abdomen. Al igual que por la mañana, la maniobra dio resultado al instante.

– Y hay algo más -dijo Lou-: antes de convertirse en anestesista, había sido cirujano.

– Vaya, vaya… -comentó Laurie recordando los limpios cortes del cuerpo donde las manos y la cabeza habían sido seccionados.

– Lo vamos a arrestar y a ponerlo en manos de nuestros mejores interrogadores. También vamos a pedir una orden de registro para ver si encontramos esa nueve milímetros que quería llevarse a Florida.

– Me parece una idea estupenda -convino Laurie.

18

Para sorpresa de Laurie, Jack llegó poco después de que ella y Lou bajaran a enfrentarse con la prensa. Había supuesto que él cogería un taxi, pero la corrigió y le explicó que, a aquella hora de la mañana, su bicicleta era el único vehículo adecuado cuando se trataba de cruzar la ciudad y el tiempo apremiaba.

Para Laurie y Lou, tratar con los periodistas resultó agotador desde el principio. Incluso les fue difícil hacerlos callar de lo alterados que estaban. Las posibilidades que ofrecía la historia de un cuerpo anónimo, sin cabeza ni manos, hallado en el refrigerador de un importante hospital, eran aún mejores que la de dos adolescentes arrollados por un tren. Con su imaginación característica, ya habían trazado un escenario adecuado.

Laurie se dirigió a los periodistas en primer lugar. La idea de que los chicos se habían electrocutado al orinar sobre la vía provocó cierta incredulidad, pero no despertó un desmedido interés. El grupo se mostró mucho más atento y alborotado cuando Lou les habló -aunque sin revelarles nada importante- del cuerpo sin identificar.

Poco después, Jack realizó la autopsia de Rousseau con la ayuda de Marvin mientras Lou miraba. Laurie había insistido en no estar presente, de modo que hizo equipo con Sal y se ocupó del estudiante hallado en el parque. Ambos casos quedaron listos casi al mismo tiempo.

Mientras compartían unos emparedados y unos refrescos de las máquinas expendedores en el comedor, Jack hizo un resumen de lo hallado en la autopsia de Roger: la primera bala le había seccionado la médula espinal y lo habría dejado parapléjico de no haber sido por el golpe de gracia del segundo proyectil, que le atravesó el corazón y, tras rozar una costilla, acabó alojándose en la pared ventricular izquierda.

Durante su breve monólogo, Laurie se esforzó por mantener una apariencia de calma, sin dejar traslucir que los detalles que estaba escuchando afectaban a alguien a quien apreciaba especialmente; y, para mantener la ficción, incluso planteó algunas preguntas técnicas que Jack estuvo encantado de responder. Este explicó que la cabeza y las manos habían sido seccionadas mucho después de que el corazón hubiera dejado de latir, y que tenía la convicción de que el desdichado no había sufrido porque la muerte había sido casi instantánea. En cuanto a las balas, no cabía duda de que eran de nueve milímetros.

Después de llamar a su capitán para ponerlo al corriente de los detalles, Lou propuso a Laurie que lo acompañara al Manhattan General para ayudarlo a identificar cualquier tipo de lista que pudieran hallar en el despacho de Roger. Laurie dijo que sí sin dudarlo. Deseoso de no quedar al margen, Jack preguntó si podía acompañarlos. Según sus palabras, no quería perderse la oportunidad de participar en el castigo que AmeriCare merecía, ya que estaba convencido de que la prensa iba a tener un día especialmente atareado tan pronto intuyera lo que estaba sucediendo de puertas adentro. En especial después del caso de Patricia Pruit, se situaba claramente del lado de Laurie.

Antes de salir, Laurie pasó por la sala de comunicaciones para avisar a la operadora de que se marchaba y se aseguró de dejarle el número de su móvil. Como forense de guardia, debían poder ponerse en contacto con ella en caso de que fuera necesario.

Para dirigirse al Manhattan General, subieron todos en el Chevrolet Caprice de Lou; Laurie, delante; y Jack, detrás. La llovizna matinal se había convertido casi en bruma; aun así, Jack y Laurie prefirieron abrir sus respectivas ventanillas y aguantar la humedad antes que tener que respirar el aire del interior del vehículo. Durante el trayecto, Laurie puso a Jack al corriente del mensaje que Roger le había dejado en el contestador.

– El tal Najah parece buen candidato -comentó Jack-. Puede incluso que demasiado bueno. El hecho de que sea un anestesista quien esté tras el misterio puede explicar en buena parte por qué los de Toxicología no han encontrado nada. Podría haber utilizado algún tipo de gas sumamente volátil.

Lou le informó de lo que ya habían averiguado sobre Najah y su nueve milímetros y añadió que haría analizar la pistola por su gente de Balística, eso si tenían la suerte de encontrarla.

Salvo por la mayor presencia de policías uniformados, el hospital parecía normal, con el ajetreo habitual de gente entrando y saliendo y de pacientes trasladados en sillas de ruedas. Una larga cola de visitantes salía del mostrador de información, y un flujo constante de médicos y enfermeras con sus batas blancas cruzaba el vestíbulo.