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– Puede ser -contestó Laurie refrenando su optimismo-, pero no hay prueba que confirme esa afirmación, que no tiene en cuenta el aumento del riesgo de tener un cáncer de ovarios.

– En tu familia, ¿se ha dado algún caso de cáncer de ovarios?

– No que yo sepa.

– Pues me parece una estupenda información.

– Puede -repuso Laurie jugando nuevamente con los cubiertos.

Jack tomó otro trago de su helada cerveza. Se sentía acalorado y se preguntó si su rostro lo reflejaría. Metió un dedo por el cuello de la camisa y se lo apartó del sudoroso cuello. Se moría de ganas de quitarse la corbata, pero con lo elegante que iba Laurie no se atrevió. Lo que lo inquietaba era la forma en que ella había planteado el asunto del BRCA-1. Había dicho «primero» y eso le hacía temer que hubiera un «segundo».

En ese momento llegaron la ensalada y los calamares. El camarero sirvió la comida, arregló la mesa y la limpió rápidamente de migas antes de alejarse. El hombre no había protestado por lo exiguo del pedido, lo cual recordó a Jack que una de las cosas que le gustaba de Elios era que nadie le metía prisas para que acabara y poner un nuevo cliente a la mesa, como sucedía a menudo en los restaurantes de moda.

Tras saborear algunos calamares y tomar un poco más de cerveza, Jack se aclaró la garganta. Por superstición no deseaba formular la pregunta, pero la intriga lo estaba matando.

– ¿Había algo más que querías contarme esta noche o era solo el problema del BRCA-1?

Laurie soltó el tenedor y lo miró a los ojos.

– Hay algo más. Quería decirte que estoy embarazada.

Jack tragó saliva, ladeó ligeramente la cabeza como si algo acabara de rozarle el cuero cabelludo y dejó la cerveza en la mesa sin dejar de mirar a Laurie. Que ella estuviera embarazada era lo último que había esperado oír. Su mente era un torbellino de confusión. Volvió a carraspear.

– ¿Quién es el padre?

El rostro de Laurie se ensombreció con la velocidad de una tormenta de verano, y se puso en pie tan bruscamente que tiró la silla hacia atrás. El estruendo hizo que las conversaciones del restaurante cesaran de golpe. Arrojó la servilleta en el plato de la ensalada y dio media vuelta dispuesta a tomar el camino de la puerta. Jack, que inicialmente había retrocedido ante aquella demostración de furia, recobró la iniciativa lo suficiente para coger a Laurie del brazo. Ella dio un tirón, pero él no la soltó.

– ¡Lo…! ¡Lo siento! -balbuceó y añadió apresuradamente-: ¡No te vayas! Tenemos que hablar, y sin duda mi primera pregunta no ha sido la más diplomática.

Laurie dio un nuevo tirón para liberar el brazo, pero con menos energía que antes.

– ¡Por favor, siéntate! -dijo Jack en el tono más calmado y firme del que fue capaz.

Como si de repente tomara conciencia de dónde se hallaba, Laurie miró a su alrededor y vio que los clientes del restaurante estaban inmóviles, con los ojos fijos en ella. Se volvió hacia Jack y asintió. Como si le hubieran hecho una señal, el camarero pareció surgir de la nada, le colocó la silla y se llevó el plato de ensalada con la servilleta. Laurie tomó asiento. Tan pronto como lo hubo hecho, las conversaciones en la sala se reanudaron como si nada hubiera ocurrido. Los neoyorquinos eran gente acostumbrada a los imprevistos y los tomaban tal como llegaban.

– ¿Desde cuándo lo sabes? -preguntó Jack.

– Lo sospeché ayer, pero no he tenido la confirmación hasta esta mañana.

– ¿Estás preocupada por ello?

– ¡Claro que lo estoy! ¿No lo estás tú?

Jack asintió y se produjo una pausa mientras reflexionaba.

– ¿Qué piensas hacer?

– ¿Te refieres a si pienso tener el niño? ¿Es eso lo que estás planteando con tu maldita pregunta?

– Laurie, solo estamos hablando. No tienes por qué enfadarte.

– Tu primera pregunta, tal como la llamas, dio en el blanco equivocado.

– Es evidente que sí; pero, si tenemos en cuenta que has estado teniendo lo que desde fuera parece un apasionado romance, mi pregunta no resulta tan inapropiada.

– Pues teniendo en cuenta que no he tenido relaciones con Roger Rousseau, a mí me parece de lo más grosera.

– ¿Y cómo quieres que lo sepa? Durante las últimas semanas he intentado varias veces llamarte por la noche. Una noche estuve insistiendo hasta tarde y sin éxito, lo cual me hizo pensar que no estabas en casa.

– Me he quedado en casa de Roger en un par de ocasiones -reconoció Laurie-, pero nunca hubo sexo de por medio.

– Eso suena a curiosa distinción, pero sigamos con el asunto.

El camarero reapareció con un nuevo plato de ensalada y una servilleta limpia. En un alarde de perspicacia, lo dejó todo y se marchó.

– ¿De cuánto estás? -preguntó Jack.

– De seis semanas, aunque mi ginecóloga diría que de siete. No tengo la menor duda de que ocurrió la última noche que estuvimos juntos, lo cual resulta bastante irónico, ¿no te parece?

– Sorprendente es el adjetivo que mejor se me ocurre. ¿Cómo pudo pasar?

– Espero que no me estés echando la culpa. No sé si lo recuerdas, pero el día antes me preguntaste sobre mi período. Yo te dije que era seguro hacerlo, pero por poco. Cuando hicimos el amor era ya al día siguiente, y desde luego ya no era seguro.

– ¿Y por qué no pusiste un límite a nuestras relaciones?

Laurie fulminó a Jack.

– Estás consiguiendo ponerme furiosa de nuevo. Parece que me hagas responsable. Sin embargo, ¿sabes una cosa?, la decisión de hacer el amor la tomamos los dos, no solo yo; y los dos conocíamos la situación.

– Tranquilízate -dijo Jack con ánimo de apaciguar-. No te estoy culpando. De verdad. Únicamente intento entenderlo. Tu embarazo me ha pillado totalmente por sorpresa. En el pasado habíamos hecho lo necesario para evitarlo. ¿Por qué la hemos pifiado ahora?

La mirada de Laurie se suavizó. Respiró hondo y dejó escapar un largo suspiro.

– Bueno, llegados a este punto, lo mejor es que seamos completamente sinceros. Aquella mañana, cuando se me ocurrió que quizá podíamos acabar haciendo el amor, pensé que corríamos un riesgo y estaba segura de que tú también lo sabías. En mi opinión, y teniendo en cuenta que estaba en mi décimo día, las posibilidades no eran muchas, pero existían de todos modos. El riesgo me pareció aceptable por lo mucho que deseaba tener una familia contigo. En cuanto a ti, pensé que en el fondo del corazón compartías mi misma idea de que un niño te ayudaría a dejar atrás definitivamente el pasado para poder empezar una nueva vida. Puede que estuviera proyectando en exceso mis sentimientos en ti. No lo sé, pero este es el resumen de lo que sentía.

Jack meditó con aire abstraído sobre lo que Laurie había dicho. La vida le había planteado alguna que otra situación complicada, y aquella era una más. La sorpresa de ser probablemente padre de una criatura lo había pillado con la guardia baja. También le aterrorizaba, principalmente porque temía quererla demasiado y que eso le hiciera tanto daño como en el pasado. Perder a toda su familia había sido el trago más amargo de su vida, y dudaba que pudiera sobrevivir a otro. Sin embargo, por encima de aquellas angustiosas reflexiones, había un pensamiento más positivo. Si algo había aprendido en las últimas y desdichadas cinco semanas, era que amaba a Laurie más de lo que estaba dispuesto a reconocer. Cómo iba a pesar eso en aquella situación, no lo sabía; como tampoco sabía qué sentía ella acerca de su pareja de entonces.

– No sé si me gustan estos silencios tuyos -dijo Laurie-. No solamente no son propios de ti, sino que necesito una respuesta; lo que sea, aunque resulte mala. Necesito saber qué sientes. Tenemos que tomar algunas decisiones; pero, si no quieres saber nada de esto, dímelo porque entonces las tomaré yo sola.

Jack asintió.

– Claro que quiero participar, pero esto es un poco injusto. Se me hace difícil asimilar semejante noticia de golpe y tener que responder en el calor del momento. De hecho, me parece poco razonable por tu parte que lo esperes. Habría preferido que me lo dijeras cuando lo supiste, y haber tenido así la oportunidad de meditarlo los dos juntos. De ese modo, en esta cena podríamos haber compartido nuestros pensamientos.