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Durante unos minutos, se quedaron mirándose sin moverse. Al final, fue Laurie la que tomó la iniciativa y le dio un cariñoso apretón en la pierna.

– Esto no implica que dejemos de hablar de otras cosas. No quiere decir que vayamos a dejar de ser amigos. Solo significa que, a menos que estés decidido a comprometerte, yo estoy mejor en mi apartamento. Ah, y entretanto, seguiré con mi «distracción».

Laurie se levantó, sonrió a Jack sin rencor y salió cruzando la sala de comunicaciones camino del ascensor.

7

Con un profundo bostezo que la hizo lagrimear, Laurie dejó el bolígrafo, se estiró y contempló el resultado de su labor. En una hoja de papel cuadriculado había trazado un esquema en cuyo margen izquierdo figuraban los nombres de los cuatro pacientes de su supuesta serie; en la parte superior y distribuidos en columnas figuraban los parámetros que consideraba relevantes de los casos y que incluían: edad, sexo del paciente, tipo de cirugía, nombre del cirujano, del anestesista, tipo de anestesia empleada, sedantes y calmantes recetados, dónde había sido ingresado el paciente, cómo había sido encontrado y por quién, quién había realizado la autopsia, las patologías relevantes descubiertas y los resultados de Toxicología.

En esos momentos, Laurie tenía hechas anotaciones preliminares en todas las casillas salvo en las que se referían a los nombres de los cirujanos y anestesistas, el tipo de anestesia y medicación empleada, los resultados de Toxicología de los dos casos que había enviado y la patología relevante en el caso de Darlene Morgan. Para completarlas, iba a necesitar los historiales del hospital y la constante cooperación de Maureen y Peter. En las casillas de Toxicología de los dos casos de Kevin y George, Laurie había escrito: «Negativa. Pendiente de más pruebas».

Una información relativamente importante, que se desprendía del esquema y que ya había llamado su atención, refutaba su teoría del asesino múltiple: los casos no se habían dado en el mismo pabellón. Dos de los pacientes habían ingresado en el de cirugía general, mientras que los otros lo habían hecho en el de traumatología y en el de neurocirugía. Dado que ninguno de ellos había sido operado de neurocirugía, y puesto que uno de los casos de traumatología había pasado por cirugía general, Laurie había llamado a Admisiones del Manhattan General. La explicación había resultado de lo más sencilla: el hospital funcionaba a plena capacidad, y las camas se asignaban con frecuencia al margen del tipo de cirugía.

Laurie se había convertido en una máquina de investigar a sus cuatro pacientes desde el momento en que había dejado a Jack en la sala de identificación. Su motivación era doble: por una parte estaba su necesidad de hallar una distracción para sus problemas personales, tal como Jack había supuesto acertadamente; eso no había cambiado. Lo que sí había cambiado era su deseo de justificar que su intuición con respecto a esos casos no se basaba en la simple coincidencia. El despreocupado rechazo de su idea por parte de Jack le había parecido despectivo y presuntuoso.

Primero había ido a Histología, a ver a Maureen, que se mostró encantada de entregarle en menos de veinticuatro horas un conjunto de secciones microscópicas teñidas con hematoxilina. Con la carga de tener que ocuparse de ocho mil autopsias al año, un servicio de diapositivas de histología de un día para otro era algo desconocido. Laurie le dio las más efusivas gracias por las molestias y se llevó las diapositivas a su despacho, donde las estudió a fondo. Como había sospechado, no halló patología general alguna; en concreto, comprobó que el corazón estaba perfectamente normal. No había indicios de inflamación presente o pasada del músculo cardíaco ni de los conductos coronarios y tampoco vio anomalías en las válvulas ni en el sistema de conducciones.

Luego, había bajado al tercer piso, al laboratorio de Toxicología donde tuvo el pequeño disgusto de tropezarse con John de Vries. Gracias al mal ambiente que había entre los dos y al hecho de que Laurie se hallaba en su territorio, él le preguntó sin miramientos qué estaba haciendo paseándose por su laboratorio. Dado que no quería complicar la vida a Peter, Laurie tuvo que echar mano de la inventiva, y, como se hallaba cerca de un espectrómetro de masa, contestó que nunca había comprendido del todo cómo funcionaban aquellos aparatos y deseaba saber algo más. Apaciguado, De Vries le entregó unos cuantos documentos antes de excusarse y dirigirse al laboratorio de serología.

Laurie encontró a Peter en su liliputiense despacho desprovisto de ventanas. Cuando él la vio, los ojos se le iluminaron. Aunque Laurie no recordaba a Peter de antes de su incorporación al departamento, él sí se acordaba de ella, de cuando ambos estaban en la Wesleyan University, a principio de los años ochenta. Él iba dos cursos detrás de ella.

– He hecho una exploración toxicológica a McGillin, pero no encuentro nada -le dijo Peter-. No obstante, debo advertirte que a veces ciertos compuestos pueden ocultarse en los picos y valles de los gráficos de lectura, especialmente si la concentración es muy baja. Sería de gran ayuda si me pudieras dar una pista de lo que andas buscando.

– Desde luego -repuso Laurie-. Dado que las autopsias de esos pacientes sugieren que ambos sufrieron una muerte muy rápida, sus corazones tuvieron que dejar de bombear sangre bruscamente. Quiero decir que en un momento dado todo iba bien y, al instante siguiente, ya no había circulación. Eso significa que debemos eliminar toxinas cardíacas como la cocaína y los digitálicos, además de otras drogas capaces de alterar el ritmo cardíaco ya sea afectando el centro que inicia los latidos o el sistema conductivo que envía el impulso al corazón. Por si fuera poco, debemos descartar los medicamentos utilizados para el tratamiento de los ritmos cardíacos anormales.

– ¡Vaya! Eso hace una larga lista -comentó Peter-. La cocaína y los digitálicos los habría visto porque sé dónde mirar en la lectura y son necesarios en grandes dosis para conseguir lo que me has contado. Con respecto a los otros, no lo sé; pero seguiré buscando.

A continuación, Laurie le preguntó sobre Solomon Moskowitz y Antonio Nogueira, cuyas autopsias habían sido hechas unas semanas antes. Le contó que ambos casos eran idénticos al de McGillin. Utilizando su contraseña y el ordenador, Peter accedió al banco de datos del laboratorio. Ambas exploraciones habían resultado normales; pero, teniendo ya una idea de lo que buscaba, se ofreció a repetirlas.

– Una cosa más -le pidió Laurie cuando se disponía a marcharse-. Esta mañana me he ocupado de otro caso cuyas muestras están en camino. De nuevo, se parece curiosamente a los demás; lo cual me hace pensar que algo raro ocurre en el Manhattan General. Ya que no he podido encontrar ninguna patología, me temo que la responsabilidad de descubrir qué ha sido va a recaer en ti.

Peter le dijo que haría todo lo posible.

Tras su visita a Toxicología, Laurie había subido al despacho de George Fontworth para echar una mirada al expediente de Nogueira. George la sorprendió entregándole una copia con un resumen de lo más significativo. Por su parte, Kevin no se mostró tan entusiasta, aunque tampoco puso objeciones a que ella hiciera copias. De regreso a su despacho con todo el material, Laurie lo había repasado a fondo, rellenando las casillas del esquema a medida que iba avanzando.

Cogiendo la hoja con el esquema y haciendo girar su silla, Laurie esperó a que Riva acabara la conversación que mantenía con un médico local sobre el caso de atropello y fuga de aquella mañana.

– Echa un vistazo a esto -le dijo tendiendo la hoja a su compañera de despacho tan pronto como esta hubo colgado.

– Te veo muy trabajadora. Es una manera estupenda de organizar la información.