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– No había fotos.

– ¿En las paredes? Sí, ya lo he notado.

Bosch encendió un cigarrillo. Rider no se lo recriminó, a pesar de que fumar en el coche era una clara violación de las normas del departamento.

– ¿Qué opinas tú? -preguntó ella.

– Aún no estoy seguro. En parte, está lo que tú dices, ese rencor tan profundo, pero hay un par de cosas más que me han llamado la atención.

– ¿Cuáles?

– Pues todo el maquillaje que llevaba y la forma en que me quitó la placa de la mano. Nadie me había hecho eso antes. Es como… no lo sé… como si nos hubiera estado esperando.

Cuando llegaron a la entrada de Archway Pictures, Meachum les aguardaba fumando bajo la réplica a escala del Arco del Triunfo. El ex policía, que vestía una cazadora sobre una camiseta de golf, sonrió con sorpresa al ver a Bosch. Ambos habían trabajado juntos en la División de Robos y Homicidios hacía diez años; no habían llegado a ser compañeros, pero habían colaborado en algún proyecto. Meachum dejó el departamento en el momento justo; presentó su dimisión un mes después de que el caso Rodney King saltara a las primeras páginas de los periódicos. Meachum sabía, y así se lo dijo a todo el mundo, que aquello era el principio del fin. Poco después, el estudio Archway le ofreció el cargo de subdirector de seguridad. Era un buen puesto con un buen sueldo, al que Meachum añadía la pensión equivalente a media paga que le correspondía por sus veinte años de servicio en la policía. Cuando los detectives hablaban de gente lista siempre lo ponían como ejemplo. En esos momentos, con el lastre que arrastraba el departamento -la paliza a Rodney King, los disturbios del noventa y dos, la Comisión Christopher, los casos O. J. Simpson y Mark Fuhrman-, un policía jubilado ya podía darse por satisfecho si el Archway lo contrataba de portero.

– Harry Bosch -saludó Meachum-. ¿Qué tal?

Lo primero que Bosch notó de Meachum es que se había arreglado los dientes desde la última vez que lo había visto.

– Chuckie, cuánto tiempo… Ésta es mi compañera, Kiz Rider.

Rider y Meachum se saludaron con la cabeza. Meachum se la quedó mirando un momento, probablemente porque las detectives negras eran algo raro en su época (a pesar de que llevaba retirado menos de cinco años).

– Bueno, ¿qué pasa, colegas? ¿Por qué me habéis sacado de la cama?

Meachum sonrió, mostrando su renovada dentadura. Bosch estaba seguro de que lo hacía a propósito.

– Estamos investigando un caso y queremos echarle un vistazo al despacho de la víctima.

– ¿Aquí? ¿Quién es el fiambre?

– Anthony N. Aliso, de TNA Productions.

Chuckie Meachum arrugó el ceño. El policía jubilado lucía un bronceado de golfista que nunca se pierde su partido del sábado por la mañana y que juega como mínimo una vez entre semana.

– No me suena. ¿Estás seguro de que…?

– Búscalo, Chuck. Trabaja aquí, te lo aseguro. Bueno, trabajaba.

– Muy bien. Hagamos una cosa; aparcad allá, vamos un momento a mi despacho y, mientras nos tomamos un café rápido, os busco a este tío.

Meachum señaló la zona del aparcamiento situada frente a la verja de entrada y Bosch obedeció sus indicaciones. El aparcamiento estaba casi vacío y junto a él se alzaba un enorme escenario que tenía una pared toda pintada de azul con nubecillas blancas. Aquella pared se usaba como telón de fondo para rodar exteriores cuando la contaminación teñía el cielo de Los Ángeles del color del agua sucia.

Bosch y Rider siguieron a Meachum hasta las oficinas de seguridad del estudio. Lo primero que vieron fue un despacho acristalado, ocupado por un hombre ataviado con el uniforme marrón de Archway Security. El guarda estaba sentado, rodeado de monitores de vídeo y leyendo la página deportiva del Times, que arrojó rápidamente a la papelera en cuanto se percató de la llegada de Meachum. A Bosch le pareció que éste no se había dado cuenta, puesto que estaba aguantándoles la puerta a él y a Rider. Cuando se volvió, saludó de manera informal al hombre del despacho acristalado y condujo a los dos detectives al suyo.

Una vez allí, Meachum se acomodó frente al ordenador. El salvapantallas, que mostraba una batalla intergaláctica entre diversas naves espaciales, desapareció en el instante en que el ex-policía pulsó una tecla. Meachum le pidió a Bosch que le deletreara el nombre de Aliso y, acto seguido, giró el monitor para impedir que lo vieran. A Bosch le molestó aquel gesto, pero no dijo nada.

– Tienes razón -anunció Meachum al cabo de unos segundos-. Aliso trabajaba aquí, en el edificio Tyrone Power. Alquilaba uno de esos cuchitriles para la gente de fuera del estudio. Es una oficina con tres despachos para tres perdedores con una secretaria compartida, que va incluida en el precio del alquiler.

– ¿Pone ahí cuánto tiempo llevaba en el despacho?

– Sí, casi siete años.

– ¿Qué más dice?

Meachum miró la pantalla.

– No mucho. Al parecer no hubo problemas, aparte de una queja porque alguien le pidió limosna en el aparcamiento. Aquí dice que conducía un Rolls-Royce. Seguramente era el único tío de Hollywood que no se había pasado a un Range Rover. Menudo hortera.

– Vamos a echar un vistazo.

– Mira -le cortó Meachum-. ¿Por qué no te vas con la detective Riley a tomar un café mientras yo hago una llamada? No sé muy bien cuál es la política de la casa en una situación como ésta.

– Primero, se llama Rider, no Riley -le corrigió Bosch-. Y segundo, estamos investigando un homicidio. Sea cual sea vuestra política, nosotros tenemos que entrar.

– Acuérdate de que esto es propiedad privada, colega.

– Vale. -Bosch se levantó-. Y cuando tú hagas tu llamada, acuérdate de que los medios aún no saben nada de este rollo. No creo que al Archway le interese involucrarse, sobre todo cuando todavía no sabemos qué está pasando. Dile a quienquiera que llames que yo procuraré que no se sepa.

Meachum sonrió y sacudió la cabeza.

– Siempre igual, Bosch. O se hace a tu manera o no se hace.

– Algo así -dijo Harry con una sonrisa.

Mientras esperaban, a Bosch le dio tiempo de tomarse un par de tazas de un café que llevaba horas hecho. Aunque estaba amargo y casi frío, sabía que no aguantaría toda la noche con el que se había tomado antes en la comisaría. Rider, en cambio, optó por un vaso de agua del tanque que había en el pasillo.

Pasaron casi veinte minutos hasta que Meachum salió de su despacho.

– Vale, podéis entrar. Pero alguien tiene que ir con vosotros para observar. ¿De acuerdo?

– De acuerdo.

– Muy bien, vamos allá. Cogeremos un buggy.

Cuando se dirigían a la salida. Meachum abrió la puerta del despacho acristalado y asomó la cabeza.

– Peters, ¿quién está haciendo la ronda?

– Em… Serrurier y Fogel.

– Vale. Llama a Serrurier y dile que nos espere en Tyrone Power. Él tiene las llaves, ¿no?

– Sí.

– Muy bien. -Meachum comenzó a cerrar la puerta, pero se detuvo-. Ah, Peters. Deja la página deportiva en la papelera.

Cogieron un carrito de golf para llegar hasta el edificio Tyrone Power, que estaba en el otro extremo del recinto. Por el camino, Meachum saludó a un hombre todo vestido de negro que salía de una de las enormes naves del estudio.

– Si no estuvieran rodando en la calle de Nueva York, os llevaría por allí. Da la sensación de estar en Brooklyn.

– Nunca he estado en Brooklyn -comentó Bosch.

– Ni yo -añadió Rider.

– Entonces no importa, a no ser que queráis ver el rodaje.