– Übermorgen! ¡La Aurora del Nuevo Día!
Si eso había sido un sueño, una alucinación, ¿cómo era posible que conociera la palabra? Según reconocía Salettl, era un término «top secret», sólo sabido por, la Organización y celosamente guardado. La respuesta era, por lo tanto, que no podía reconocer aquella palabra. A menos que Von Holden se lo hubiera dicho. Y para que hubiera sucedido eso, Osborn tendría que haber vivido una especie de viaje astral.
Remmer contaba que lo habían encontrado los perros. Y él había visto a Vera en la estación después de que lo rescataran. Y, sin embargo, en sueño o en realidad, estaba seguro de que Vera había estado en la montaña. ¿Era posible que hubiese salido y regresado antes de que llegara la policía? Y aunque así fuera, ¿cómo habría encontrado a Von Holden? Osborn tenía la cabeza hecha un lío. ¿Era posible? Pulsó el «replay» y volvió a ver a Salettl, y otra vez, y otra. Übermorgen era el secreto más celosamente guardado de la Organización y lo había sido durante cincuenta años. ¿Cómo podía saberlo él si Von Holden no se lo había dicho?
Cuanto más lo pensaba, más reales se volvían los recuerdos y más lejos quedaba el sueño.
Descorazonado, Osborn miró la pantalla. Pulsó «play» y Salettl volvió a su discurso.
– Nos propusimos simbolizar el renacimiento del Reich mediante nuestra propia manipulación de los procesos vitales -continuaba-. Hacía años que existían técnicas de trasplantes de órganos humanos. Pero nadie había trasplantado una cabeza humana. Nos propusimos llevarlo a cabo y finalmente lo logramos.
»El momento crítico ocurrió en 1963. Seleccionamos a dieciocho varones de un total de mil, que habían sido estudiados sin que ellos mismos lo supieran. El criterio era que su constitución genética se pareciera lo más posible a la de Adolf Hitler -en cuanto a rasgos de personalidad, constitución física y psíquica, etc. -. Ninguno de ellos sabía lo que le estaba sucediendo. A algunos se les permitió surgir, como pasó con Hitler, desde la sombra al poder, y a otros se les dejó desarrollarse por sus propios medios, lo cual nos permitía observar su crecimiento en un esquema natural. Había diferencias de edades de hasta diez años que nos permitió experimentar y, si fallábamos, corregir. Diez días después de que los sujetos cumplieran cincuenta y seis años, se les inyectaba un poderoso sedante. Se les cortaba la cabeza y se congelaba a bajas temperaturas. El cuerpo era incinerado. Poco después, su familia… -Salettl titubeó presa de su propio dolor, pero se recuperó y siguió su discurso- su familia y todo aquel que estuviera estrechamente relacionado con él moría en un accidente o simplemente desaparecía, lo cual eliminaba todo rastro de su pasado.
»Como he dicho, muchos experimentos fallaron. Por fin tuvimos éxito con el hombre que ustedes conocen como Elton Lybarger. La celebración de Charlottenburg, esta noche, es una demostración. Y los fieles del partido, los que ocupan los más altos puestos, los más comprometidos, todos aquellos que conocen perfectamente la historia del proyecto, estarán presentes.
»Hemos tardado cincuenta años en llegar a este momento cumbre. Durante ese período, mucha gente inocente que colaboró sin saberlo fue ejecutada jorque no queríamos dejar huella alguna. Contratamos a asesinos profesionales para matarlos y después nuestros propios hombres liquidaron a los asesinos. Una cantidad enorme de gente normal y corriente trabajaba para nosotros. Algunos creían peregrinamente en la causa aria y a otros se les obligó a colaborar con métodos violentos. También había quienes figuraban en nóminas de empresas legítimamente constituidas y que no tenían ni idea del objeto de su trabajo. Este proceso, como he dicho, se desarrolló a lo largo de cincuenta años. Cuando por fin tuvimos éxito, había llegado el momento de la segunda fase de Übermorgen.
¿La segunda fase? A Osborn le volvió a latir con fuerza el corazón. Acercó la silla a la pantalla.
– Habíamos criado a dos jóvenes gemelos. Los enviamos a las mejores instituciones académicas y, más tarde, en los años que precedieron a la reunificación, a la Academia de Cultura Física en Leipzig, una escuela de élite en Alemania del Este. Productos de la ingeniería genética, arios puros de nacimiento, se encuentran actualmente entre los especimenes vivos más finos de la raza. A los veinticuatro años, los dos están preparados y ansiosos de someterse al sacrificio supremo.
»La presentación de Elton Lybarger hoy en Charlottenburg es una afirmación científica y espiritual de nuestro objetivo. Es la prueba de nuestro compromiso con el renacimiento del Reich. Al final de nuestro encuentro, el programa contempla la celebración de una segunda ceremonia en el mausoleo del palacio en compañía de los invitados más selectos. Allí se elegirá a uno de los dos jóvenes para que tome el lugar de Lybarger y se convierta en el Mesías del nuevo Reich. En el momento de la elección, Lybarger será sacrificado por el joven elegido, que a su vez será preparado para la intervención quirúrgica y al cabo de dos años se convertirá en nuestro líder.
»El que les habla, Erwin Scholl, Gustav Dortmund y Uta Baur, los miembros más antiguos del círculo interior, somos los que seguimos adelante después de Nuremberg, en la huella de Martin Bormann, Himmler y los demás.
»En cincuenta años, Scholl, Dortmund y Uta Baur se han convertido en personas ricas y poderosas, mientras yo he permanecido en segundo plano supervisando los experimentos. En cincuenta años han envejecido y a medida que nos acercábamos al momento final, se han convertido en seres crueles y orgullosos.
»El éxito del trasplante de Lybarger le permitió a Scholl escoger una fecha para su presentación en Charlottenburg. Siete de los sujetos originalmente seleccionados aún estaban con vida y ya no los necesitábamos. Scholl ordenó matarlos como a los otros, pero en lugar de incinerarlos, decidió dejar sus cuerpos sembrados por toda Europa. Se dejó a sus familias con vida, en medio del sufrimiento y la angustia, mientras los medios de comunicación hacían su agosto con reportajes sobre los atroces asesinatos. Aquello era el desprecio en su máxima expresión, esgrimido contra el mundo. La vida humana dejaba de tener valor desde el momento en que ya no servía a los fines de la Organización. Para Scholl, se trataba de un eco triunfante del pasado. Un pasado que, estaba convencido, volvería por sus fueros.
»En cincuenta años, he tenido tiempo para reflexionar sobre lo que hemos hecho, sobre lo que estamos haciendo y sobre lo que el futuro nos depara. Intentamos lo imposible y tuvimos éxito y ese hecho es un testimonio de nuestras capacidades. Trabajando en casi total aislamiento del resto del mundo, desarrollamos unos procedimientos de cirugía atómica utilizando una tecnología a bajas temperaturas de la que nada saben la medicina o la física moderna. Se trataba de mostrar lo brillantes e ingeniosos que éramos, que en un mundo donde se tiene acceso cada vez a más tecnología, nadie podía igualarnos. Ni japoneses ni americanos. La plaza del mercado sería nuestra, no cabía ninguna duda. Queríamos demostrar que esto no era más que el principio.
»Pero… -De pronto, como si hubiera caído un velo sobre su conciencia, Salettl quedó pensativo y serio. En pocos segundos pareció envejecer una década-. El objetivo de nuestro trabajo era el mismo que había llevado a la muerte a seis millones de judíos y de otros varios millones más de personas en los campos de batalla y en los miles de ciudades que cayeron arrasadas por los bombardeos. Era la misma maquinación que había dejado en ruinas a las grandes ciudades de Europa.
»Yo estuve en el banquillo en Nuremberg en 1946, rodeado de muchos de los que habían provocado el holocausto. Goering, Hess, Ribbentrop, Von Papen, Jodl, Raeder, Donitz, antes orgullosos y arrogantes y ahora viejos, deprimidos y sucios. Cuando estaba junto a ellos, recordé la advertencia que me habían hecho de no acudir a los Vernichtungslager, los campos de exterminio. "No vaya -me dijeron- porque no se le permitirá describir lo que ha visto." Pero yo fui a Auschwitz. La advertencia era correcta, no porque no se me permitiera contar lo que había sino porque aquello era indescriptible, los montones de gafas, las pilas de zapatos, los huesos y cabello humano. Pensaba que no podía haber sido testigo de las ideas que habían provocado aquello, que no había visto esa realidad, ni en el cine ni en el teatro y, sin embargo, era real.