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Capítulo 34

Boston.

El suave zumbido del televisor precedió a la aparición de la imagen. Tras su última comunicación con la entidad, el sacerdote decidió releer los textos apócrifos que tanto habían turbado su ánimo, para buscar en ellos algo más que hubiera podido pasar por alto. Mientras lo hacía, había sintonizado la cadena de noticias CNN, con el volumen bajo. Una reportera comentaba desde Illinois el asesinato del dueño de una tienda de comestibles a manos de unos atracadores que se habían llevado sólo cuarenta dólares. Bajo precio para una vida arrancada. Después, los resultados deportivos de Estados Unidos y la última hora de los deportes internacionales. Siguió el parte meteorológico y otros sucesos diversos, a cuál más grotesco o penoso.

Cloister reflexionaba sobre los textos condenados por la Iglesia, aunque lo hacía con ideas inconexas. Le devolvió a la realidad el sonido del timbre de su teléfono celular. No conocía el número que le llamaba. Lo cogió, pero había sido una equivocación. Siempre ocurren en los momemos más inoportunos. O quizá los momentos siempre son inoportunos para alguien que se dedica a un trabajo tan inhabitual como el del jesuita.

Entonces, la explicación en las noticias de algo relacionado con las cosechas de cacahuetes se interrumpió con cierta brusquedad, y la imagen volvió al locutor del estudio central, que dijo:

«Nos llega una última hora desde Fishers Island, en el estado de Connecticut. Según fuentes policiales, allí ha sido encontrado el cuerpo sin vida del escritor infantil Anthony Maxwell, más conocido como Bobby Bop. Al parecer, en el sótano de su vivienda tenía secuestrados a varios niños. En las inmediaciones de la casa se ha hallado también a una mujer malherida, que ha sido identificada como la médico psiquiatra Audrey Barrett.»

Fue un cañonazo terrible. Cloister estaba arrellanado en la silla, pero se incorporó como por resorte al oír el nombre de Audrey Barrett. Algo parecido a un calambre le golpeó el corazón y lo aceleró hasta el infinito. Notó cómo sus pulmones se quedaban sin aire.

«Un equipo de reporteros se está desplazando a la zona en estos instantes. Cuando tengamos más datos se los facilitaremos en próximas conexiones.»

El sacerdote se descubrió a sí mismo arrodillado en el suelo, con la cara a unos centímetros de la pantalla del televisor. Tenía el celular en la mano. Lo había cogido cuando le llamaron por error. Marcó el número de la residencia de ancianos.

– Soy el padre Cloister. Necesito hablar con sor Victoria. Es urgente.

– Pero la madre superiora se ha retirado… Está en su habitación.

– Por favor, avísela. Es muy importante que hable con ella. Ahora.

La monja que había atendido al teléfono no contestó a eso último. Cloister sólo oyó un golpe del auricular al apoyarse sobre la mesa. Seguramente su tono angustiado y apremiante le hizo comprender que no se trataba de ninguna broma.

– Dígame, padre. Soy sor Victoria. ¿Qué sucede?

– Hermana, ¿está usted viendo las noticias?

– No. Estaba en mi cuarto, rezando.

– Pues póngalas. La CNN. Acaban de encontrar a la doctora Barrett.

– ¿Acaban de encontrarla?

Ahora era la religiosa quien mostraba angustia en su voz, temiendo lo peor.

– Al parecer está malherida, pero viva.

– ¡Dios del cielo! ¿Y cómo ha sido?

– Aún no saben mucho. Lo dirán más tarde.

– Gracias por llamar, padre.

Conmocionada por la noticia, la madre superiora colgó el teléfono sin despedirse.

El sacerdote, que no había separado la mirada del televisor, volvió a subir el volumen. Ignoraba cuánto tardarían en dar nuevos datos sobre el suceso, pero no estaba dispuesto a perder detalle. Era crucial no perderlo. La doctora Barrett había sido hallada viva, aunque herida gravemente. No podía morir: la clave estaba en ella.

– ¡No es posible!

El grito de Cloister precedió al salto que lo llevó hasta el armario donde tenía guardados los cuadernos de la doctora y sus notas de la investigación. Cogió la primera de sus libretas y empezó a escrutar las páginas. Allí estaba: el sacerdote exorcista había declarado que Daniel, durante el rito, mencionó la localidad de New London, en Connecticut, y una isla cercana. A la doctora Barrett la habían encontrado en una isla, Fishers Island, y precisamente en el estado de Connecticut.

El sacerdote empezó a entender mucho más de lo que pudo sospechar. Los «globos amarillos», el hombre muerto con niños secuestrados en su sótano… Aquel tipo debía de ser un pederasta. Los globos les encantan a los niños. La doctora Barrett debió de ser víctima suya de alguna manera. O su hijo…

«Conectamos en directo con Fishers Island, en Connecticut, para ampliarles la noticia que les adelantábamos hace unos minutos desde el lugar de los hechos.»

La imagen mostró una casa de campo, al fondo, rodeada de coches de policía y sirenas encendidas. En primer plano, un reportero con un paraguas, pues llovía abundantemente, empezó a narrar los acontecimientos, o lo que se conocía de ellos hasta el momento.

«Estamos ante el domicilio del solitario escritor Anthony Maxwell, autor de decenas de cuentos infantiles bajo el seudónimo de Bobby Bop, donde ha sido hallado esta tarde su cuerpo sin vida. En su sótano, las autoridades han encontrado a seis niños en un estado lamentable, presos en una especie de celdas, con las bocas cosidas y alimentados a base de papillas líquidas administradas con caña. Todos han sido ingresados en varios centros médicos de la zona. También se han hallado en la casa los cadáveres de al menos otra decena de niños. Se ignora aún la interpretación que la policía hace de estos macabros hechos. Lo que sí podemos confirmar es que otra persona, identificada como la doctora en psiquiatría Audrey Barrett, ha sido encontrada por agentes de la policía del estado cerca de la casa, herida de gravedad. Posiblemente trató de llegar a su coche, oculto al otro lado del Lago del Tesoro. La doctora ha sido ingresada en el hospital de New London, donde los médicos luchan por su vida. Para finalizar, un dato más antes de devolver la conexión a nuestros estudios centrales. La policía interroga a estas horas al novio de la doctora Barrett, Joseph Nolan, por si pudiera aportar algún dato esclarecedor en este triste suceso.»

New London. Un novio. Un posible hijo.

Albert no salía de su asombro. Todo cobraba sentido y, además, había un nuevo participante en el rompecabezas. Sonó su teléfono celular. Era la madre Victoria, conmo-cionada después de la ampliación de la noticia.

– ¿Usted sabía que la doctora Barrett tenía novio? -preguntó el sacerdote.

– No… Era tan solitaria… Aunque es cierto que, en las últimas semanas, trabó amistad con el bombero que salvó a Daniel del incendio.

– ¿Es el Joseph Nolan que han mencionado en las noticias?

– El mismo. Sé que ha tratado de encontrar a Audrey. Estaba muy afectado. Pero ignoraba que entre ellos hubiera algo más…

– ¿Por qué no me habló de él?

– No sabía qué relación podía tener con su investigación.

Cloister se dio cuenta de que estaba siendo injusto con la religiosa. Sus investigaciones habían avanzado mucho desde que llegara a Boston. Sor Victoria, en efecto, no podía saber en qué dirección habían ido sus pesquisas. Para ella, la doctora Barrett nada tenía que ver con el resultado del exorcismo y con las visiones del viejo Daniel. Sólo era una persona que le ayudó y que, impresionada por su situación, había huido, desapareciendo por algo que Daniel dijo.

– Discúlpeme, hermana, tiene razón. Me he dejado llevar. Si Nolan la llama a usted por teléfono, por favor dígale que necesito hablar con él.