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Doe reflexionó un momento.

– Ya lo había pensado, pero dice que tú le dijiste que me habías visto rondando por la caravana cuando mataron a Cabrón. Querías que él pensara que yo me había llevado el dinero, y eso significa que nos has estado engañando a los dos.

– Yo no tengo nada que ver con esto. Solo quiero salir vivo de este fin de semana. No tengo ningún interés en denunciarle ni nada por el estilo. Deje que me vaya.

Doe se rió.

– No, señor, no hasta que descubra lo que ha pasado con el dinero. Vamos, dime, ¿qué os traíais entre manos tú y Cabrón?

– Nada. No le conocía de nada hasta que llamé a su puerta la otra noche.

– No me lo creo. Había algo entre vosotros. Y has estado preguntando por él. Hasta esos idiotas de la policía del condado creen que os traíais algo entre manos. Si no hubiera convencido a uno de los vecinos de Karen para que llamara y dijera que están vivos, aún te tendrían allí.

Él había llamado. Yo pensaba que era Melford quien me había rescatado, pero era Doe.

– Uau, bueno, gracias.

– Mira, sé que le conocías y que tramabais algo. Algo relacionado con el dinero que ha desaparecido. ¿Me lo vas a contar o qué?

Fue entonces cuando comprendí que Melford estaba detrás de todo aquello. Él lo había planeado todo. Las huellas en el arma, que decía que no utilizaría. Mandarme a preguntar por Cabrón en Meadowbrook Grove para que hubiera testigos que declararan que me habían visto haciendo preguntas sobre alguien que sospechaban que estaba muerto. ¿Era posible que también hubiera dispuesto las cosas para que yo pasara vendiendo por la caravana de Karen? No, no podía ser, pero Melford era un genio. Con él todo era posible.

Había pensado que era mi amigo por querer ayudarme a recuperar el talonario, pero, siendo como era tan meticuloso, seguro que se habría deshecho de él después de matar a las víctimas. Y aquella incipiente amistad con Desiree tampoco me parecía plausible. Habían congeniado enseguida, y eso a pesar de que ella trabajaba para B. B. Gunn. No, no a pesar de, sino a causa de. Melford no dejaba de decirme que me olvidara del dinero. Ahora ya sabía por qué… porque lo tenía él. Había sido un idiota. Y toda aquella palabrería sobre el sistema de prisiones, los derechos de los animales y la ideología no era más que una pantalla de humo. ¿Por qué no le había hecho caso a Chitra? Ella se había dado cuenta enseguida, yo no.

Algo cambió en mi interior. Estaba dispuesto a comportarme dignamente ante la adversidad frente a un policía psicópata, pero no sabiendo que había sido víctima de un engaño. No permitiría que Melford se saliera con la suya. Sí, puede que Doe fuera repugnante, pero Melford era diabólico.

– Muy bien -dije-. Creo que ya lo sé. Creo que ya lo entiendo. Está ese tipo tan raro, alto y con el pelo blanco. Melford Kean. Él lo preparó todo. Él mató a Karen y a Cabrón y se llevó el dinero, y durante estos dos días ha arreglado las cosas para que parezca que fui yo. Pero fue él. Tiene que haber sido él. Mire, usted no me cae bien, y no quiero ayudarle, pero ese tipo me ha jodido, así que le ayudaré a cogerle y a recuperar su dinero. Lo único que tiene que hacer es dejar que me vaya.

– Vale, así que el tal Melford tiene la pasta -dijo Doe.

– Eso es.

– Y tú me ayudarás a encontrarle.

– Le ayudaré.

– Y cuando le encuentre, ¿recuperaré mi dinero?

– Sí. No creo que sea tan difícil de entender.

– Entender las palabras no es difícil -dijo Doe-. Pero ¿por qué iba a creerme una historia tan idiota?

– ¿Por qué no? -pregunté, casi suplicando.

Estaba convencido de que aquello podría salvarme, o al menos me permitiría ganar tiempo para que Aimee Toms acudiera al rescate o se me ocurriera alguna cosa.

– Pues, sobre todo -me explicó Doe-, porque Kean trabaja conmigo.

Y Melford salió de las sombras y se acercó, sonriendo.

– ¿De verdad te parezco raro? -me preguntó Melford-. Primero vas diciendo que soy gay y ahora dices que soy raro. Me siento ofendido.

En la penumbra de la granja, bajo los ventiladores, parecía más que raro. Tenía un aire vampírico. Su pelo destacaba, la cara se veía alargada y pálida y los ojos eran muy grandes, no como los de un niño, sino como los de un enfermo. ¿Cómo no me había dado cuenta antes?

– ¿Cómo has podido hacerme esto? -exclamé.

Sentí la necesidad casi insoportable de saltar sobre él, pero el arma de Doe me contuvo.

– ¿Me pides explicaciones cuando tú mismo estabas a punto de venderme? Es un poco hipócrita, ¿no crees? Mira, cuando vi que había desaparecido dinero, acudí a Jim y desde ayer lo hemos estado buscando. Y el caso es que nuestras pesquisas nos han traído hasta ti. Al principio pensaba que estabas limpio, pero todo apunta a que me engañaste y cogiste el dinero de la caravana. Será mejor que empieces a hablar.

Melford creía realmente que yo tenía el dinero. Quizá pensaba que todo el asunto de las enciclopedias era mentira, o había descubierto que no le hablé del Jugador. Quizá pensaba que todos jugaban, mentían y manipulaban porque es lo que hacía él, y que mis quejas y mis miedos y mis vacilaciones no eran más que una artimaña para engañarle. Y quizá había matado a Karen y a Cabrón por algo tan sencillo como que quería el dinero, y ahora estaba dispuesto a matarme para conseguirlo.

No lo había visto antes, pero allí estaba. Ideología. La única cosa sobre la que Melford no había mentido. Vemos lo que creemos que tenemos delante, no lo que hay. Nunca vemos lo que hay.

– Eso es una idiotez -dije con una indignación que no me sabía capaz de manifestar. Pero es que era una idiotez. Era una idiotez suprema, cósmica.

Por un momento, Doe me estudió y luego se volvió hacia Melford.

– Tú acudiste a mí, me dijiste que podías ayudarme. No me gustaría descubrir que me estás jodiendo.

– Yo nunca jodería contigo, Jim.

– No me quieras liar, gilipollas.

– Bueno, ¿y qué tal esto? Quiero mi parte y no tengo ninguna razón para joderte.

– ¿Estás seguro de que lo tiene él?

– En este mundo tan loco no se puede estar seguro de nada. Hay quien piensa que lo del aterrizaje en la luna fue un montaje. Aunque, claro, eso no fue en este mundo. -Hizo una pausa y observó la expresión de Doe-. Estoy bastante seguro de que lo tiene.

– Muy bien -dijo Doe-. Vamos fuera.

– ¿Ya no se lo vas a dar a los cerdos? -preguntó Melford.

– Tengo una idea mejor.

Me hicieron caminar hacia la laguna de desechos, bajo un sol deslumbrante. Casi no podía respirar por el miedo y el hedor, y pensé que no quería morir con aquel olor a mierda en la nariz. No quería morir de ninguna manera, pero mis metas se volvían menos ambiciosas conforme las opciones menguaban.

Sabía que Doe y su pistola estarían a unos tres metros detrás de mí, porque le oía caminar con esos andares patosos. Melford estaba entre los dos, porque sospecho que fuera cual fuese el acuerdo que había entre él y Doe no había confianza entre ellos.

Doe me ordenó que me detuviese al borde de la laguna, donde las estacas señalaban el perímetro clavadas en la tierra seca y las moscas revoloteaban con un zumbido ávido y maníaco. Un mangle negro y solitario que sumergía sus raíces retorcidas en el lago proporcionaba algo de sombra.

Doe me dijo que me diera la vuelta. Los dos hombres permanecieron uno al lado del otro, pero solo un momento. Doe le hizo una señal a Melford con el arma.

– Apártate un poco, ve hasta allí. Quiero tenerte vigilado.

– ¿No confías en mí?

– Joder, pues no. Confiaré en ti cuando vea mi dinero y no vuelva a saber de ti. Mientras tanto, creo que me la quieres jugar. Así sobrevive uno en este negocio.

– ¿Significa eso que tú también estás a punto de jugármela? -preguntó.

– Tú quédate ahí y deja de tocarme las narices.