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– Soy Devin White. -Dejó en la mesa el libro de texto que llevaba y se sentó, con ojos conmovidos y apenados-. Acabo de oírlo. No puedo creerlo. He visto en las noticias que ha habido un incendio, pero nunca imaginé que pudiera ser Brooke.

– Sentimos mucho su pérdida, señor -dijo Mia con amabilidad-. Tenemos que hacerle algunas preguntas.

Él movió las manos con nerviosismo y miró hacia la puerta.

– Sí, sí, claro.

Reed puso la grabadora en la mesa.

– ¿Conocía bien a la señorita Adler?

– No. No llevaba demasiado tiempo aquí. La he conocido esta última semana. Quiero decir, que la había visto por el centro, pero esta semana hablamos por primera vez.

– ¿Cuánto hace que da clases aquí, señor White? -preguntó Mia.

– Cinco meses. Desde principios del verano pasado.

– ¿Cuándo la vio por última vez?

– Anoche. -Soltó un suspiro, luego se inclinó hacia delante-. Mire, detective, tengo que decir que estoy nervioso de estar hablando con usted en este momento -farfulló entre dientes.

– ¿Por qué?

– Porque Brooke habló con usted y ahora está muerta -soltó. Bajó la voz hasta convertirla en un susurro-. Brooke tuvo una discusión con Bixby ayer. Solo oí el final, pero él la amenazó con despedirla. Bixby le pidió a Brooke la dimisión. Ella amenazó con acudir a la prensa. Estaba muy disgustada y preocupada porque se quedaría sin dinero. La llevé a Flannagan para calmarla. Es un bar donde vamos muchos después del trabajo.

– ¿A qué hora se despidió de ella? -preguntó Reed.

– A las siete y media -dijo White, con un volumen normal de voz-. Brooke se tomó una cerveza de más, así que la llevé a casa y subí con ella. Luego me fui directo a casa. Brooke dijo que una amiga la llevaría a trabajar y que yo podía llevarla a Flannagan después de la escuela para recoger su coche, pero esta mañana no ha aparecido. Pensaba que tal vez se había rendido y había dimitido.

El asesino no se había llevado el coche de Brooke al fin y al cabo, así que no habría pruebas que pudieran demostrar su identidad si al final lo encontraban.

– ¿Está cerca Flannagan? -preguntó Reed.

– A poco más de un kilómetro y medio de aquí. Estaba tan preocupada por ese maldito libro que había puesto como tarea… El señor de las moscas. Le preocupaba haber empujado a Manny a provocar incendios. Él le daba miedo.

– ¿Le daba miedo alguien más? -preguntó Reed y White se encogió de hombros.

– Jeff DeMartino le daba escalofríos, pero le da escalofríos a todo el mundo.

Mia anotó el nombre.

– ¿Es un alumno?

– Sí, un chico listo, pero muy problemático. Julian dijo que era un sociópata.

– ¿Alguien más? -preguntó Mia.

– Bart Secrest la ponía nerviosa, pero eso es todo.

– Una pregunta más. -Mia miró al hombre a los ojos y le aguantó la mirada-. ¿Dónde estuvo usted anoche entre las tres y las cuatro?

Devin palideció.

– ¿Soy sospechoso? Supongo que tengo que serlo. Estaba en casa, durmiendo.

– ¿Alguien puede corroborar esa coartada? -preguntó la detective de manera agradable.

– Mi prometida.

Mia parpadeó.

– Pero… yo creía que usted y la señorita Adler…

– Éramos amigos. La ayudé cuando estaba asustada, pero no había nada sentimental.

Mia le dio su tarjeta.

– Gracias. Por favor, llámeme si se acuerda de algo más.

White se levantó y cogió el libro bajo el brazo.

– Vigilarán a Bixby, ¿verdad? -susurró-. Nunca pensé que ese hombre pudiera ser… malo, pero ahora no estoy seguro.

Mia no respondió a la afirmación directa de White sobre Bixby.

– Gracias, señor White. Le agradecemos la información.

Mia abrió la puerta y se topó con Marcy esperando con cara adusta. Con una temblorosa mirada de reojo, White se escabulló y Marcy frunció el ceño.

– Hay un tal sargento Unger aguardando fuera. Dice que ustedes le están esperando.

– Sí. ¿Puede darnos otra sala? El sargento Unger volverá a tomar las huellas de todo el personal y los alumnos.

La espalda de Marcy se enderezó.

– El doctor Bixby no lo ha aprobado.

– El doctor Bixby no tiene por qué aprobarlo -le dijo Mia suavemente-. El estado le exige sus huellas dactilares. Tenemos motivos para creer… que sus archivos contienen errores. Por favor, búsquele una sala al sargento. Necesitará una mesa y un enchufe.

Reed se recostó hacia atrás en la silla.

– Creo que el doctor Bixby debería ser el primero al que le tomaran las huellas.

– Estoy de acuerdo -suspiró Mia-. No me extraña que Bixby quisiera saber qué dijo Brooke antes de morir. Fue un bombazo. Seguiremos hablando con los profesores mientras Jack prepara el equipo. -Asomó la cabeza por el pasillo-. El siguiente, por favor, entre.

Jueves, 30 de noviembre, 10:15 horas

– Por favor, siéntese, señorita Kersey. -Jackie Kersey había llorado mucho, tenía la cara roja e hinchada-. Soy la detective Mitchell y este es mi compañero, el teniente Solliday. Sentimos mucho su pérdida, señora, pero necesitamos hacerle algunas preguntas.

Eran las mismas palabras que le había dicho al profesor de matemáticas, al de historia y a la bibliotecaria que acababan de entrevistar, pero no por eso sus palabras parecieron menos sinceras. Kersey asintió temblorosa.

– Lo siento, pero no puedo dejar de llorar.

Mia le apretó el brazo.

– Está bien. Bueno, ¿qué enseña aquí, señorita Kersey?

Sollozó y respiró hondo.

– Enseño geografía a los alumnos de secundaria.

– ¿Qué puede decirnos de la señorita Adler?

Jackie Kersey se retorció las manos.

– Brooke era joven. Tan llena de… optimismo. Aquí lo pierdes muy rápido. Quería hacer lo correcto, para llegar a estos chicos.

– ¿A algún chico en particular?

– Estaba preocupada por Manny. -Frunció el ceño-. Jeff le daba miedo.

Los cuatro profesores habían mencionado a ese tal Jeff, pensó Reed.

– ¿Y usted? -le preguntó Mia con suavidad.

– Digamos que me alegro de que esté aquí encerrado. Cuando cumpla los dieciocho le diré que sí.

– ¿Conocía bien a la señorita Adler? -preguntó Reed.

– Tan bien como a cualquiera. Solo acababa de salir de su caparazón. La convencí para que fuéramos a Flannagan después de trabajar el lunes. Devin iba y a ella le gustaba.

– ¿Y a él le gustaba ella? -murmuró Mia.

– A Devin le gusta todo el mundo. -Consiguió esbozar una sonrisa lacrimógena-. Le gustas más si consigue arrastrarte a su quiniela de fútbol, pero sí, a él le gustaba.

– ¿Como novia?

– Le sorprendí mirándole los pechos más de una vez, así que creo que ella le atraía, pero por lo que yo sé no quedaban después de las clases. Mire, todos sabemos que usted estuvo aquí ayer. De algún modo, Brooke estaba implicada y ahora está muerta. No quiero ser grosera, pero ¿los demás corremos algún peligro?

Mia dudó lo bastante como para que Jackie Kersey palideciera.

– No vaya a ningún sitio sola.

– ¡Oh, Dios mío! -susurró Kersey-. Este lugar es una pesadilla. Lo sabía.

Reed frunció el ceño.

– ¿Qué es lo que sabía, señora?

– Vine aquí porque cerraron mi antigua escuela y necesitaba un trabajo, pero nunca me dio buena espina. No puedo decirle nada más que eso porque solo es una sensación.

Mia apretó la mano de Kersey antes de darle una tarjeta de visita.

– Confíe en sus instintos, señorita Kersey. Para eso los tiene, para mantenerla alerta y a salvo.

Cuando se fue, Mia se acercó al lado de la mesa de Reed y recostó la cadera en el borde.

– Kersey no sabía que White ya tenía novia -murmuró.

– Lo sé. -Reed sacó el archivo de personal de Kersey-. Solo lleva aquí ocho meses. -Levantó los ojos, relacionando ideas-. ¿Has notado que todos los profesores de este centro llevan aquí menos de dos años? Pero el centro hace cinco años que funciona. Como Bixby y Thompson. Secrest lleva aquí cuatro años.