– Pero ¿qué diablos haría con Niedermann?
Mikael se encogió de hombros. Respecto a eso, él estaba tan desconcertado como Erlander.
Capítulo 2 Viernes, 8 de abril
Sonja Modig y Jerker Holmberg llegaron a la estación central de Gotemburgo poco después de las ocho de la mañana. Bublanski los había llamado para darles nuevas instrucciones: que pasaran de ir a Gosseberga y que, en su lugar, cogieran un taxi y se dirigieran a la jefatura de policía de Ernst Fontells Plats, junto al estadio de Nya Ullevi, sede central de la policía criminal de la región de Västra Götaland. Esperaron durante casi una hora a que el inspector Erlander llegara de Gosseberga acompañado de Mikael Blomkvist. Mikael saludó a Sonja Modig, a la que ya conocía, y le dio la mano a Jerker Holmberg. Luego, un colega de Erlander se unió al grupo con las últimas noticias sobre la persecución de Ronald Niedermann. El informe resultó extremadamente breve:
– Tenemos un grupo de búsqueda al mando de la policía criminal de la región. Por supuesto, hemos emitido una orden de busca y captura a nivel nacional. A las seis de la mañana encontramos el coche patrulla en Alingsås. Ahí terminan las pistas de momento. Sospechamos que ha cambiado de vehículo, pero no se ha recibido ninguna denuncia por robo de coche.
– ¿Y los medios de comunicación? -preguntó Modig para, acto seguido, pedirle perdón con la mirada a Mikael Blomkvist.
– Se trata del asesinato de un policía, así que la movilización es total. Daremos una rueda de prensa a las diez.
– ¿Alguien sabe algo sobre el estado de Lisbeth Salander? -preguntó Mikael.
Sentía un extraño desinterés por todo lo que tuviera que ver con la persecución de Niedermann.
– La han estado operando durante la noche. Le han sacado una bala de la cabeza. Aún no se ha despertado.
– ¿Y su pronóstico?
– Según tengo entendido, no podremos saber nada hasta que no se despierte. Pero el médico que la ha operado dice que alberga esperanzas y que, si no surgen complicaciones, sobrevivirá.
– ¿Y Zalachenko? -preguntó Mikael.
– ¿Quién? -inquirió el colega de Erlander, que aún no estaba al tanto de todos ios intrincados detalles de la historia.
– Karl Axel Bodin.
– Ah, vale. A él también lo han operado durante la noche. Presentaba un horrible corte en la cara y otro justo por debajo de la rodilla. Está bastante maltrecho, pero no hay lesiones que hagan temer por su vida.
Mikael asintió.
– Pareces cansado -dijo Sonja Modig.
– Lo estoy. Apenas he dormido en los últimos tres días.
– Lo cierto es que se durmió en el coche bajando desde Nossebro -apostilló Erlander.
– ¿Tienes fuerzas para contarnos toda la historia desde el principio? -preguntó Holmberg-. Me da la impresión de que los detectives aficionados van ganando tres a cero a la policía.
Mikael mostró una pálida sonrisa.
– Me encantaría oír esas palabras de boca de Bublanski -dijo.
Se sentaron en la cafetería de la jefatura para desayunar. Mikael dedicó media hora a explicar, paso a paso, cómo había ido ensamblando las piezas del puzle de Zalachenko. Cuando terminó, los policías se quedaron en silencio, pensativos.
– Hay algunas lagunas en tu historia -sentenció finalmente Jerker Holmberg.
– Sin duda -respondió Mikael.
– No explicas cómo te hiciste con aquel informe clasificado de la Säpo sobre Zalachenko.
Mikael asintió.
– Lo encontré ayer en casa de Lisbeth Salander, cuando por fin averigüé dónde se había estado ocultando. Supongo que ella lo hallaría a su vez en la casa de campo de Nils Bjurman.
– O sea, que diste con el escondite de Salander -dijo Sonja Modig.
Mikael movió afirmativamente la cabeza.
– Eso lo tenéis que averiguar vosotros. Lisbeth ha dedicado mucho esfuerzo a encontrar una dirección secreta y no voy a ser yo quien se vaya de la lengua.
Las caras de Modig y Holmberg se ensombrecieron ligeramente.
– Mikael… estamos investigando un asesinato -le recordó Sonja Modig.
– Y tú sigues sin entender que, en realidad, Lisbeth Salander es inocente y que la policía ha violado su integridad como no se había hecho nunca con nadie. Banda satánica de lesbianas… ¿Cómo se os ocurren esas cosas? Si ella quiere contaros dónde se encuentra su domicilio, estoy convencido de que lo hará.
– Pero hay algo que no entiendo muy bien -insistió Holmberg-. ¿Cómo entra Bjurman en esta historia? Dices que fue él quien lo puso en marcha todo contactando con Zalachenko y pidiéndole que matara a Salander… pero ¿por qué iba a hacer una cosa así?
Mikael dudó un largo rato.
– Mi teoría es que contrató a Zalachenko para quitar de en medio a Lisbeth Salander. La intención era que ella acabara en ese almacén de Nykvarn.
– Él era su administrador. ¿Qué motivos tendría para quitarla de en medio?
– Es complicado.
– Intenta explicarlo.
– Tenía un motivo de la hostia. Había hecho algo de lo que Lisbeth estaba al corriente. Ella representaba una amenaza contra su futuro y su bienestar.
– ¿Qué hizo?
– Eso creo que es mejor que lo cuente la propia Lisbeth.
Su mirada se cruzó con la de Holmberg.
– Déjame adivinarlo -dijo Sonja Modig-. Bjurman hizo algo contra su protegida.
Mikael asintió.
– Me atrevería a pensar que él la sometió a algún tipo de agresión sexual.
Mikael se encogió de hombros y renunció a realizar comentario alguno.
– ¿No has visto el tatuaje del estómago de Bjurman?
– ¿Tatuaje?
– Un tatuaje de aficionado con una frase que le cruza todo el estómago…: Soy un sádico cerdo, un hijo de puta y un violador. Nos hemos devanado los sesos intentando saber de qué va todo esto.
De repente Mikael se rió a carcajadas.
– ¿Qué?
– Llevaba mucho tiempo preguntándome qué es lo que habría hecho Lisbeth para vengarse. Pero, bueno… no quiero tratar ese tema con vosotros; por las mismas razones que antes. Se trata de su integridad personal. Es Lisbeth la que ha sido objeto de un delito. Ella es la víctima. Es ella quien debe decidir qué quiere contaros y qué no. Sorry.
Puso un gesto casi de disculpa.
– Las violaciones deben denunciarse a la policía -dijo Sonja Modig.
– De acuerdo. Pero esta violación se cometió hace dos años y Lisbeth sigue sin hablar de ello con la policía, lo cual da a entender que no tiene intención de hacerlo. Por mucho que esté en desacuerdo con ella en lo que a sus principios se refiere, es Lisbeth quien debe decidirlo. Además…
– ¿Sí?
– No tiene demasiados motivos para confiar en la policía. La última vez que intentó explicar la clase de cerdo que era Zalachenko acabó encerrada en el psiquiátrico.
El fiscal instructor del sumario, Richard Ekström, sintió mariposas en el estómago cuando, poco antes de las nueve de la mañana del viernes, le pidió al jefe del equipo de investigación, Jan Bublanski, que se sentara al otro lado de su escritorio. Ekström se ajustó las gafas y se mesó la barba, cuidadosamente recortada. Vivía esa nueva situación como caótica y amenazadora. Durante un mes había sido el instructor del sumario, el hombre que iba a la caza de Lisbeth Salander. La describió, sin cortarse un pelo, como una loca y peligrosa psicópata. Y filtró información que, personalmente, le favorecería en un futuro juicio. Todo tenía una pinta estupenda.
En su fuero interno, no le cabía la menor duda de que Lisbeth Salander era en realidad culpable de un triple asesinato y de que el juicio sería pan comido, una simple representación de autopropaganda con él mismo en el papel protagonista. Luego todo se torció y, de buenas a primeras, se encontró con otro asesino completamente distinto y un caos que no parecía tener fin. Maldita Salander.
– Bueno, ¡en menudo follón nos hemos metido! -dijo-. ¿Qué has logrado averiguar esta mañana?