– Entonces… ¿qué quieres decir, que es un montaje?
Jonas Sandberg asintió.
– En teoría, el número de verano de Millennium debería haber salido la última semana de junio. Gracias al correo que Malin Eriksson le ha enviado a Mikael Blomkvist hemos podido averiguar que lo van a imprimir en Södertälje. Pero hoy he hablado con la empresa y me han dicho que ni siquiera les ha llegado el original. Todo lo que tienen es la petición que le hicieron hace ya un mes.
– Mmm -dijo Fredrik Clinton.
– ¿Y dónde lo han imprimido antes?
– En un sitio llamado Hallvigs Reklamtryckeri que está en Morgongåva. Los llamé para preguntarles cómo iban con la impresión haciéndome pasar por alguien que trabaja en Millennium. El jefe de Hallvigs no soltó prenda. Pensaba pasarme por allí esta noche para echar un vistazo.
– De acuerdo. ¿Georg?
– He repasado todas las llamadas de la última semana -dijo Georg Nyström-. Es raro, pero ninguno de los empleados de Millennium habla de nada que tenga que ver con el juicio o el caso Zalachenko.
– ¿Nada?
– No. Sólo se menciona cuando hablan con alguien de fuera. Escucha esto, por ejemplo: un reportero de Aftonbladet llama a Mikael Blomkvist para preguntarle si tiene algún comentario que hacer sobre el juicio.
Puso una grabadora encima de la mesa.
– Sorry, pero no tengo comentarios.
– Tú has estado metido en esta historia desde los inicios. Fuiste tú quien encontró a Salander en Gosseberga. Y sigues sin publicar ni una sola palabra. ¿Cuándo piensas publicar algo?
– Cuando sea el momento. Siempre y cuando tenga algo que publicar.
– ¿Y lo tienes?
– Tendrás que comprar Millennium y averiguarlo.
Apagó la grabadora.
– Es verdad que no hemos pensado en eso antes, pero ahora me he puesto a escuchar al azar algunas conversaciones anteriores. Todas en ese plan. No habla del asunto Zalachenko más que en términos muy generales. Ni siquiera lo trata con su hermana, que es la abogada de Salander.
– Tal vez no tenga nada que decir.
– Se niega en redondo a especular sobre nada. Parece pasarse las veinticuatro horas del día en la redacción; casi nunca está en su casa de Bellmansgatan. Si estuviera trabajando día y noche, debería haber producido algo más que lo que aparecerá en el próximo número de Millennium.
– ¿Y seguimos sin poder hacer escuchas en la redacción?
– Sí -terció Jonas Sandberg-. Allí hay siempre gente. Algo que también resulta extraño.
– Mmm…
– Desde que entramos en el apartamento de Blomkvist siempre ha habido alguien en la redacción. Blomkvist se mete allí y allí se queda; las luces de su despacho permanecen encendidas las veinticuatro horas del día. Y si no es él, es Cortez o Malin Eriksson o ese maricón… ehhh, Christer Malm.
Clinton se pasó la mano por la barbilla. Reflexionó un instante.
– De acuerdo. ¿Conclusiones?
Georg Nyström dudó.
– Bueno… a menos que alguien me demuestre lo contrario, yo diría que están haciendo teatro.
Clinton sintió que un escalofrío le recorría la nuca.
– ¿Por qué no nos hemos dado cuenta de eso antes?
– Porque le hemos prestado atención a lo que decían, pero no a lo que no decían. Nos hemos alegrado al escuchar su desconcierto o comprobarlo en sus correos electrónicos. Blomkvist sabe que alguien les robó el informe sobre Salander de 1991, tanto a él como a su hermana. Pero ¿qué diablos va a hacer al respecto?
– ¿Y no lo denunciaron?
Nyström negó con la cabeza.
– Giannini ha estado presente en los interrogatorios de Salander. Se muestra educada, pero no dice nada relevante. Y Salander no abre la boca.
– Pero eso juega a nuestro favor: cuanto más cierre el pico, mejor. ¿Qué dice Ekström?
– Lo vi hace un par de horas; acababa de recibir la declaración esa de Salander.
Señaló la copia que Clinton tenía en las rodillas.
– Ekström está desconcertado. Es una suerte que Salander no sepa expresarse por escrito. Para alguien no iniciado, ese texto parece una teoría conspirativa completamente demencial y con ingredientes pornográficos. Aunque la verdad es que casi da en el blanco: cuenta con toda exactitud lo que pasó cuando fue encerrada en el Sankt Stefan, sostiene que Zalachenko trabajaba para la Säpo y cosas por el estilo. Dice que debe de tratarse de una pequeña secta dentro de la Säpo, lo cual da a entender que sospecha que existe algo similar a la Sección. En general, hace una descripción muy acertada de todos nosotros. Pero, como decía, no resulta creíble. Ekström está bastante confuso, ya que ese documento parece constituir también la defensa de Giannini en el juicio.
– ¡Mierda! -exclamó Clinton.
Inclinó la cabeza hacia delante y pensó intensamente durante vanos minutos. Luego levantó la mirada.
– Jonas, sube a Morgongåva esta noche y averigua si están tramando algo. Si están imprimiendo Millennium, quiero una copia.
– Me llevo a Falun.
– Bien. Georg, quiero que vayas a ver a Ekström y lo tantees. Hasta ahora todo ha ido sobre ruedas, pero no puedo ignorar lo que me estáis contando.
– De acuerdo.
Clinton permaneció callado un rato más.
– Lo mejor sería que no se celebrara el juicio… -acabó diciendo.
Alzó la vista y miró a Nyström a los ojos. Este asintió. Sandberg hizo lo mismo. Existía un acuerdo tácito entre ellos.
– Nyström, averigua qué posibilidades hay de que eso sea así.
Jonas Sandberg y el cerrajero Lars Faulsson, más conocido como Falun, aparcaron el coche cerca de la estación de trenes y dieron una vuelta por Morgongåva. Eran las ocho y media de la tarde. Había demasiada luz y todavía era pronto para entrar en acción, pero querían inspeccionar el terreno y hacerse una idea general del lugar.
– Si tiene alarma, ni lo intento -dijo Falun.
Sandberg asintió.
– En ese caso, es mejor que mires por la ventana y que si ves algo, tires una piedra, cojas lo que te interese y te vayas echando leches.
– Muy bien -dijo Sandberg.
– Si lo que quieres es sólo un ejemplar de la revista, podríamos ver si hay contenedores de basura en la parte trasera del edificio. Deben de haber tirado pruebas de imprenta o cosas así.
Hallvigs Reklamtryckeri estaba situada en un edificio bajo de ladrillo. Se acercaron por la fachada sur desde la acera de enfrente. Sandberg estaba a punto de cruzar cuando Falun lo agarró del codo.
– Sigue todo recto -dijo.
– ¿Qué?
– Que sigas andando como si estuviéramos dando un paseo.
Pasaron Hallvigs y dieron la vuelta a la manzana.
– ¿Qué pasa? -preguntó Sandberg.
– Ándate con mil ojos. No sólo tienen alarma; hay un coche aparcado junto al edificio.
– ¿Quieres decir que hay alguien allí?
– Es un coche de Milton Security, tío. ¡Joder, la imprenta está vigilada!
– ¡Milton Security! -exclamó Fredrik Clinton. Fue como si le hubieran dado un mazazo en todo el estómago.
– Si no hubiese sido por Falun, habría caído directamente en sus brazos -dijo Jonas Sandberg.
– Algo traman -aseguró Georg Nyström-. No es lógico que una pequeña imprenta situada en un pueblo como Morgongåva contrate la vigilancia de Milton Security.
Clinton asintió. Su boca era una línea rígida. Eran las once de la noche y necesitaba descansar.
– Eso significa que Millennium está preparando algo -dijo Sandberg.
– Eso ya lo he pillado -contestó Clinton-. Vale. Analicemos la situación. Pongámonos en lo peor: ¿qué pueden saber?
Miró a Nyström con intimidación.
– Tiene que ser por el informe sobre Salander de 1991 -dijo-. Han aumentado la seguridad después de que robáramos las copias. Deben de haber supuesto que estaban vigilados. En el peor de los casos, tendrán otra copia del informe.
– Pero Blomkvist parecía desesperado por la pérdida del informe.