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«¡Dios mío! Mikael no sabe nada -pensó Christer Malm-. Me pregunto cómo va a reaccionar.»

Luego se percató de que Erika Berger había dejado de hablar y de que un profundo silencio se había apoderado de la sala. Se sacudió la cabeza, se levantó y le dio un abrazo y un beso en la mejilla.

– ¡Felicidades, Ricky! -le dijo-. ¡Redactora jefa del SMP! No está nada mal dar un salto así desde esta pequeña embarcación.

Henry Cortez volvió en sí e inició un aplauso espontáneo. Erika levantó las manos.

– Para -dijo-. Hoy no me merezco ningún aplauso.

Hizo una breve pausa y miró uno por uno a todos los colaboradores de la pequeña redacción.

– Veréis… Siento muchísimo el giro que han tomado las cosas. Hace ya varias semanas que os lo quería contar, pero con todo el caos que se formó a raíz de los asesinatos quedó eclipsado. Mikael y Malin han trabajado como posesos y… bueno, simplemente no se ha presentado la ocasión. Y por eso hemos llegado a esto.

Malin Eriksson se dio cuenta con una clarividencia aterradora de las pocas personas que en realidad componían la redacción y del terrible vacío que dejaría Erika. Pasara lo que pasase, o estallara el caos que estallase, ella había sido el pilar en el que Malin se había podido apoyar, siempre firme e inalterable ante el temporal. Bueno, pues… no era de extrañar que el Dragón Matutino la hubiera contratado. Pero ¿qué iba a ocurrir ahora? Erika siempre había sido una persona clave en Millennium.

– Hay algunos temas que debemos aclarar. Entiendo perfectamente que todo esto os cree cierta inquietud. No ha sido ésa mi intención. En absoluto. Pero ahora las cosas son como son. En primer lugar: no abandonaré Millennium del todo; seguiré siendo copropietaria y participaré en las reuniones de la junta directiva. Aunque, como es lógico, no tendré nada que ver con el trabajo de redacción: eso podría crear un conflicto de intereses.

Christer Malm asintió pensativo.

– Segundo: oficialmente acabo el último día de abril. Pero en la práctica hoy es mi último día de trabajo; como ya sabéis, la próxima semana estaré de viaje, algo ya previsto desde hace mucho tiempo. Y he decidido que no voy a regresar para retomar el mando tan sólo unos cuantos días.

Guardó silencio durante un breve instante.

– El próximo número está en el ordenador, terminado. Quedan algunas cosillas por arreglar. Será mi último número. Luego otro redactor jefe tendrá que tomar el relevo. Esta misma noche dejaré libre mi mesa de trabajo.

Se hizo un denso silencio.

– Todavía hemos de tratar y decidir en la junta quién me sustituirá como redactor jefe. Pero también es algo que debéis hablar vosotros en la redacción.

– Mikael -dijo Christer Malm.

– No. Cualquier otro menos Mikael. Sería la peor elección posible. Como editor responsable resulta perfecto, y es cojonudo deshaciendo y recomponiendo textos imposibles para publicarlos. Su papel es el de frenarlo todo. El redactor jefe tiene que ser alguien que se lance al ataque de manera ofensiva. Además, Mikael tiende a enterrarse en sus propias historias y a ausentarse durante semanas. Rinde más cuando la cosa está que arde, pero por lo que respecta al día a día es un desastre. Ya lo sabéis.

Christer Malm asintió.

– Si Millennium ha funcionado hasta ahora es porque tú y Mikael os complementáis.

– No sólo por eso -añadió Erika-. Supongo que os acordáis de cuando Mikael se pasó casi un maldito año entero de morros allí arriba, en Hedestad. Millennium funcionó sin él, al igual que la revista tendrá que hacerlo ahora sin mí.

– De acuerdo. ¿Y qué propones?

– Mi idea era que tú ocuparas mi puesto, Christer…

– Ni hablar -contestó Christer Malm, haciendo un gesto de rechazo con las manos.

– … pero como ya sabía que ibas a decir que no, se me ha ocurrido otra solución: Malin, a partir de hoy empezarás como redactora jefa en funciones.

– ¿Yo? -preguntó Malin, asombrada.

– Sí, tú. Como secretaria de redacción has sido cojonuda.

– Pero yo…

– Inténtalo. Esta noche dejaré libre mi mesa; podrías trasladarte el lunes por la mañana. El número de mayo está casi terminado: nos lo hemos currado mucho. En junio saldrá un número doble y luego viene el mes de vacaciones. Si no funciona, la junta tendrá que buscar a otra persona en agosto. Henry, tú pasarás a jornada completa y sustituirás a Malin como secretario de redacción. Aparte de eso deberéis reclutar a algún que otro colaborador. Pero ésa es ya una elección vuestra y de la junta.

Se calló un instante y contempló pensativa a todo el grupo.

– Otra cosa: yo voy a trabajar en otro periódico. Puede que en la práctica el SMP y Millennium no sean competidores, pero yo no quiero saber nada más de lo que ya sé sobre el contenido del próximo número. A partir de ahora todo eso lo deberéis tratar con Malin.

– ¿Y qué hacemos con la historia de Salander? -preguntó Henry Cortez.

– Pregúntaselo a Mikael. Yo sé cosas de Salander, pero las meteré en un saco. No me llevaré la historia al SMP.

De repente, Erika sintió un enorme alivio.

– Eso es todo -dijo. Terminó la reunión, se levantó y, sin más comentarios, regresó a su despacho.

La redacción permaneció en silencio. Hasta pasada una hora Malin Eriksson no llamó a su puerta.

– Hola.

– ¿Sí?

– La redacción quiere decirte algo.

– ¿Qué?

– Aquí fuera.

Erika se levantó y se acercó a la puerta. Habían montado una mesa con tarta y café.-Más adelante haremos una fiesta en condiciones para celebrarlo -dijo Christer Malm-. Pero, de momento, tendremos que contentarnos con café y tarta.

Erika Berger sonrió por primera vez en el día.

Capítulo 3 Viernes, 8 de abril – Sábado, 9 de abril

Alexander Zalachenko llevaba ocho horas despierto cuando Sonja Modig y Marcus Erlander lo visitaron alrededor de las siete de la tarde. Había sido una operación bastante importante, en la cual una parte considerable del hueso de la mejilla se había ajustado y fijado con tornillos de titanio. Tenía la cabeza tan vendada que sólo se le veía el ojo izquierdo. Un médico les explicó que el hachazo no sólo le había destrozado el malar y dañado el hueso frontal, sino que también le había arrancado un buen trozo de carne del lado derecho de la cara y desplazado la cuenca ocular. Las lesiones le causaron un enorme dolor. Tuvieron que suministrarle grandes dosis de analgésicos, pero, aun así, Zalachenko estaba relativamente lúcido y podía hablar. No obstante, la policía no debía cansarle.

– Buenas tardes, señor Zalachenko -saludó Sonja Modig para, acto seguido, identificarse y presentar a su colega Erlander.

– Me llamo Karl Axel Bodin -consiguió decir Zalachenko entre dientes y con no poco esfuerzo. Su voz parecía tranquila.

– Sé perfectamente quién es usted. He leído el expediente de la Säpo.

Algo que no era del todo cierto, ya que la Säpo seguía sin entregar ni un solo papel sobre Zalachenko.

– De eso hace ya mucho tiempo -respondió Zalachenko-. Ahora soy Karl Axel Bodin.

– ¿Cómo se encuentra? -continuó Modig-. ¿Está en condiciones de mantener una conversación?

– Quiero denunciar un delito. He sido víctima de un intento de asesinato por parte de mi propia hija.

– Ya lo sabemos. Ese tema se investigará en su debido momento -precisó Erlander-, pero ahora tenemos cosas más importantes de las que hablar.

– ¿Qué puede ser más importante que un intento de asesinato?

– Queremos tomarle declaración con respecto a tres asesinatos cometidos en Estocolmo, al menos otros tres en Nykvarn, y también acerca de un secuestro.

– No sé nada de eso. ¿Quién ha sido asesinado?

– Señor Bodin, tenemos argumentos muy sólidos para sospechar que su socio, Ronald Niedermann, de treinta y siete años de edad, es culpable de todos esos actos -dijo Erlander-. Y además, anoche asesinó a un agente de policía de Trolhättan.