La isla apareció, inmensa, justo delante de ellos. Lassiter se volvió hacia su nuevo amigo con gesto interrogante, como si Roger le estuviera gastando algún tipo de broma. Pero, en vez de sonreír, Roger giró el timón con todas sus fuerzas.
– ¡Maldita sea! -gritó mientras intentaba invertir el sentido de las hélices para aminorar la marcha del barco.
Lo último que oyó Lassiter antes de que el barco se estrellara contra las rocas fue la voz de Mark Knopfler: «The band plays Dixie, double-four time…»
Y, por raro que pudiera parecer, lo último que pensó fue que era extraño oír dos canciones seguidas con la palabra «dixie».
Un instante después, el casco de «vamos x ellos» chocó contra las rocas cubiertas de algas y se abrió las tripas con un largo quejido de fibra de vidrio aplastando a Lassiter contra el cuadro de mandos. De repente, el cristal de la cabina explotó y empezó a entrar agua por todas partes.
Las luces se apagaron y la oscuridad se apoderó del mundo. El nivel del agua subió. Una mano lo agarró del brazo. Entonces, el suelo subió arrastrado por el empuje de una ola que levantó el barco de las rocas. Por un momento, Lassiter se sintió como si la gravedad se hubiera invertido. El barco parecía suspendido en el aire, como si colgara sin peso de un hilo, a la espera del momento de su destrucción final. Y, entonces, con la misma brusquedad que había subido, el barco cayó y se estrelló contra las rocas.
Esta vez Lassiter se golpeó la cabeza contra algo duro, y algo rojo estalló dentro de su cabeza. La mano que lo tenía cogido lo soltó, y el agua lo arrastró y lo hizo dar vueltas de un lado a otro.
Estaba aturdido, dolorido. Algo estaba pasando dentro de su cabeza. Todos los ruidos sonaban equivocados, distantes, burbujeantes, casi efervescentes…, equivocados.
Durante un instante sintió algo debajo de sus pies, pero el fondo desapareció igual de rápido que había venido. De forma instintiva, Lassiter empezó a mover las piernas. El agua estaba fría. Helada. Cortaba como si fuera un cuchillo de hielo. Lassiter notó cómo el calor iba abandonando su cuerpo. Sabía que tenía muy poco tiempo. En un minuto estaría muerto, aplastado contra las rocas, congelado. La idea lo hizo gritar. Abrió los ojos y vio un anillo de llamas rojas a través del agua. Se movía de un lado a otro con rápidos y bruscos movimientos.
We are the sultans…
Un muro de espumosas rocas negras apareció delante de él mientras el frío le agarraba el pecho y se lo estrujaba, arrancándole el aire de los pulmones. Entonces volvió a notar algo sólido debajo de los pies. Acumulando todas sus energías, consiguió dar un paso. Después otro. De repente, el agua que le atenazaba el pecho descendió hasta su cintura, hasta sus rodillas, hasta sus tobillos. A sus pies, un millón de cantos rodados se apresuraron hacia el mar en un frenesí de espuma. Permaneció un momento clavado al suelo antes de ver la inmensa ola que se cernía sobre él.
CAPÍTULO 36
– ¡Mami, creo que está despierto!
– ¿Estás seguro? -dijo una voz de mujer un poco distraída, pero, aun así, dulce e indulgente.
– Sí. ¿Quieres saber por qué lo sé?
– No.
– Porque… ¡Oyeee! ¡Has dicho que no! -Una risita infantil. -Sí que lo quieres saber, ¿verdad, mami?
– Sí, claro que sí.
– Porque tiene los ojos cerrados, pero debajo se han movido muy rápido. Casi como si saltaran.
Lassiter sintió un suave soplido en la mejilla; el dulce aliento de un niño. ¿Brandon? Después volvió a sonar la voz de mujer:
– Sólo porque se haya movido no quiere decir que esté despierto. Será un acto reflejo. Lo más seguro es que haya oído en su sueño el ruido de la sartén que se me ha caído.
– ¿Qué es un «refejo»?
– Un reflejo.
– Sí. ¿Qué es?
– Es cuando tu cuerpo hace algo solo. Como… Por ejemplo, si yo te acercara un dedo muy rápido a la cara, tus ojos se cerrarían solos.
– Pero yo sé que no me vas a hacer daño de verdad, así que no los cerraría.
– Sí los cerrarías. Por eso es un reflejo, porque no lo podrías evitar. Cuando algo se acerca mucho a tus ojos, los ojos se cierran para protegerse.
– Intenta darme en el ojo. -Una risita. -Pero no de verdad.
– Déjame que acabe de fregar los platos primero.
– Vale. -El niño empezó a tararear una melodía.
En el distante y extraño lugar en el que estaba, Lassiter empezó a recordar algo: música, una ola, el agua ahogándolo… Abrió los ojos, y la carita borrosa que estaba justo delante de él se echó hacia atrás asustada.
– ¡Ves! ¡Ha abierto los ojos! -exclamó el niño con una mezcla de felicidad y temor. – ¡Mami! ¡Se ha despertado!
– Vale ya, Jesse -dijo la voz de mujer acercándose. -Deja de mirarlo desde tan cerca. Ya se despertará él solo.
– No. Esta vez es verdad. Me ha mirado. ¡De verdad!
La luz le hacía daño en los ojos. Lassiter los volvió a cerrar, pero ya no regresó a ese lugar tibio y vacío del que venía.
Y entonces oyó la voz de la mujer flotando sobre su cabeza.
– ¡Jesse! Sigue dormido.
– Puede que haya sido un «refejo».
– ¡Vaya! -exclamó ella con tono risueño. -No sé si es bueno que hayas salido tan listo. -Debió de hacerle cosquillas o subirlo en el aire, porque el niño se rió con una risa larga y profunda.
– ¡Hazlo otra vez! -pidió Jesse.
Y dentro de la cabeza de Lassiter: «We are the sultans… We are the sultans of swing.» Y después: «Congelado.» Y: «¿Estaré muerto?» Asustado, Lassiter volvió a abrir los ojos.
La mujer tenía sujeto al niño por debajo de los brazos y le estaba dando vueltas en el aire. Una vuelta. Otra vuelta. Por fin, lo volvió a dejar en el suelo. El niño se movió de un lado a otro, riéndose mientras esperaba a que la habitación dejara de girar a su alrededor. Entonces su mirada se cruzó con la de Lassiter y adoptó una expresión solemne.
– Mira -dijo.
La mujer se volvió.
– ¿Ves como está despierto? -exclamó el niño.
La expresión confiada de la mujer dio paso a una de cautela.
– Tenías razón, Jesse -repuso lentamente. -Está despierto.
– Mi madre y yo lo salvamos, señor -dijo Jesse mirando a Lassiter con sus inmensos ojos marrones. -Usted no respiraba, pero mi madre puso su aire dentro de sus pulmones. Yo tenía que contar. Era muy im… por… tan… te. Y, después, usted escupió todo el agua. -El niño lo imitó vomitando el agua. -Le cortamos el traje de bucear. Mami dice que no se puede arreglar. ¿Cómo…?
– Vale ya, Jesse -lo interrumpió la mujer.
Unos deditos se posaron en la frente de Lassiter y le acariciaron el pelo.
– No se preocupe, se pondrá bien -le dijo el niño.
Lassiter oyó su propia respiración; sonaba irregular.
– Lleva inconsciente dos días -explicó la mujer.
Lassiter intentó hablar, pero sólo le salió un sonido ronco.
– Tardamos mucho en conseguir subirlo desde la playa.
– Estaba muy frío -añadió Jesse. -Estaba azul. Nosotros lo salvamos.
Lassiter oyó otro ruido en la habitación y frunció el ceño intentando localizarlo. Por fin se dio cuenta de que era la lluvia cayendo sobre el tejado. El viento silbaba con fuerza. Lassiter volvió a abrir la boca para hablar, pero las palabras seguían sin salirle de la garganta.
– Jesse, ve por un vaso de agua -pidió la mujer.
– Vale -contestó el niño, encantado de poder ayudar. Lassiter lo oyó irse y escuchó el sonido de una silla arrastrándose hacia la cama.
Cuando volvió el niño, la mujer levantó la cabeza de Lassiter y lo ayudó a beber. Lassiter consiguió tragar un poco de agua. Después dejó caer la cabeza hacia atrás, agotado.
– Había otro hombre -murmuró. No conseguía acordarse de cómo se llamaba.
La mujer movió la cabeza de un lado a otro.
– Sólo lo encontramos a usted -replicó.
Roger. Se llamaba Roger.
We are the sultans…