La cafetería era un local largo y estrecho escondido detrás de un escaparate empañado. Una bandera italiana colgaba de una pared de ladrillo visto, y el ambiente estaba cargado con el aroma del café recién molido. Torgoff y Lassiter se sentaron cerca de la ventana y pidieron dos cafés con leche. A su alrededor, tres hombres jóvenes con tres libros diferentes ocupaban tres mesas distintas. Lassiter pensó que los tres se parecían a Raskolnikov.
– Así que todos tenemos ADN -continuó Torgoff. -Y el ADN que tenemos es idéntico en todas y cada una de las células de nuestro cuerpo. Es por eso por lo que una muestra de semen, una gota de sangre, un mechón de pelo o un trozo de piel sirven para confirmar la identidad de un individuo si se comparan con una muestra de su sangre. Cada célula, del tipo que sea, contiene el ADN del individuo y el ADN de cada individuo es único.
Llegaron los cafés, y Lassiter observó con asombro cómo Torgoff se servía cuatro cucharadas rebosantes de azúcar.
– Básicamente, el ADN de una célula diferenciada les dice a los genes que esa célula en concreto va a ser pelo, y así se puede olvidar de características como el color de los ojos, el tipo de sangre, etcétera. Imagínese el ADN como un inmenso piano con cien mil teclas, donde cada tecla representa una característica genética. En una célula diferenciada la mayoría de las teclas están tapadas, o apagadas, si lo prefiere. La cosa es que no se usan. Pero, aun así, están ahí. En el caso de una célula del pelo, por ejemplo, está la pigmentación, el grosor, la posibilidad de que sea rizado, etcétera. Pero todo lo demás está apagado. Y, una vez apagado, no se vuelve a encender nunca.
– ¿Nunca?
– No que nosotros sepamos. En cuanto el ADN expresa un gen determinado, no hay vuelta atrás. Una célula del sistema nervioso es una célula del sistema nervioso y no puede convertirse en una célula sanguínea ni en una célula cerebral.
– ¿Y eso cómo funciona? -preguntó Lassiter. Lo que le estaba contando Torgoff resultaba interesante, aunque no veía cómo podía estar relacionado con el asesinato de su hermana y su sobrino. – ¿Cómo decide una célula lo que va a ser?
– No lo sé. Nadie lo sabe. Eso es precisamente lo que Baresi intentaba averiguar hace treinta o cuarenta años.
– ¿Y lo consiguió?
Torgoff se encogió de hombros.
– Que yo sepa, no. -Hizo una pausa. -El problema es que dejó de publicar. Nadie sabe si siguió trabajando en este campo. Puede que abandonara sus investigaciones o puede que las continuara durante meses, o incluso años. Lo último que oí es que estaba en Alemania, o en algún lugar parecido, estudiando…
– Teología -apuntó Lassiter.
– Eso es. Bueno… -Torgoff miró la hora y torció el gesto. -Tengo que ir a recoger a mi hijo… Mire -dijo, -hoy en día la biología es la ciencia que está logrando mayores avances. Y el campo en mayor auge de la biología es precisamente el campo en el que trabajaba Baresi hace treinta años.
– ¿La diferenciación?
– Exactamente. Baresi estudiaba las células totipotentes en embriones de ranas. A juzgar por los últimos artículos que publicó, estaba dividiendo los embriones en la fase de cuatro y ocho células, utilizando lo que debían de ser medios muy primitivos. Luego cultivaba los embriones divididos para ver si podía obtener organismos idénticos.
– ¿Me está diciendo que clonaba ranas?
– No. Intentaba conseguir ranas gemelas.
– ¿Qué diferencia hay? -inquirió Lassiter.
– Aunque sean idénticos, los gemelos tienen material genético de dos fuentes: mamá y papá. Los clones sólo tienen material genético de una fuente: mamá o papá. Para crear un clon sería necesario extraer la carga genética del óvulo de la madre.
– El núcleo.
– Y reemplazarlo con el núcleo de una célula totipotente. Entonces obtendríamos un verdadero clon, cuya información genética procedería de una sola fuente.
– ¿Y eso se puede hacer?
– Sí. Lo han conseguido con ovejas en el instituto Roslin de Edimburgo. Eso es la oveja Dolly.
Lassiter reflexionó unos instantes.
– Y, si se puede hacer con ovejas, también se podrá hacer con humanos, ¿no?
Torgoff se encogió de hombros.
– Teóricamente, sí.
– Lo que quiero decir es que, si alguien quisiera, me podría clonar a mí, ¿verdad?
– No -contestó Torgoff. -Eso no sería posible.
– ¿Por qué?
– Porque todas sus células están diferenciadas. La última vez que tuvo una célula totipotente era usted más pequeño que una peca. Lo que sí se podría hacer, al menos teóricamente, es clonar a un hijo suyo. Pero sólo en la primera etapa del embrión. Cuando éste todavía fuera un racimo de células totipotentes. Cuatro células. Ocho. Como mucho dieciséis.
– ¿Eso sí sería posible?
Torgoff levantó la mirada y se balanceó en su silla.
– Sí, teóricamente sería posible. Aunque, si lo intentaran en el instituto Roslin, acabarían en la cárcel.
– ¿Por qué?
– Porque, aunque sea algo que nunca se ha intentado, está prohibido clonar personas en Gran Bretaña. Pero, volviendo a Baresi, muchas de las cosas que él intentó se han convertido en realidad. Hoy en día se producen embriones continuamente en clínicas de fertilidad. Pero en los años cincuenta, incluso en los sesenta, era otra historia. Era lo que nosotros, en ciencia, llamamos «una extravagancia». Lo que quiero decir es que Baresi tuvo que conseguir unas innovaciones técnicas tremendas solamente para cubrir los aspectos más básicos… ¿Le pasa algo?
Lassiter movió la cabeza.
– Estaba pensando… Usted sabe cómo acabó Baresi, ¿verdad?
– No -dijo Torgoff. -Lo último que supe de él es que estaba escribiendo sobre teología.
– Sí, así es. Pero después abandonó la religión y estudió medicina. Debería tener unos cincuenta años cuando lo hizo. Se especializó en ginecología y obstetricia. Después abrió una clínica de fertilidad.
Torgoff arqueó las cejas y bebió un poco de café.
– Bueno -comentó. -Desde luego, tenía mucha experiencia con embriones. Seguro que tuvo éxito.
– Sí, lo tuvo.
Torgoff suspiró.
– De todas formas -añadió, -es triste.
– ¿Por qué dice eso?
– Porque era un investigador como hay pocos. Si se piensa en lo que estaba haciendo, en lo que iba buscando, acabar en una clínica de fertilidad parece un desperdicio. Estaba décadas por delante de la mayoría de los investigadores. Lo que hacía Baresi hace treinta años es lo que están haciendo hoy en día los investigadores de vanguardia.
– ¿A qué se refiere cuando dice «lo que iba buscando»?
– La finalidad de los estudios de diferenciación consiste en encontrar una forma de invertir el proceso, o sea, de restaurar la totipotencia en las células diferenciadas.
– ¿Y eso para qué valdría?
– ¿Que para qué valdría? -refirió Torgoff. -Eso sería como encontrar el cáliz de Cristo.
– ¿En qué sentido?
– Si alguien lo consiguiera… -Torgoff frunció el ceño. -No sé cómo explicárselo -dijo. -Para empezar, ganaría millones… Billones de dólares. Pero el dinero es lo de menos. Si alguien consiguiera invertir el proceso de diferenciación, el mundo ya nunca volvería a ser igual.
– ¿Por qué?
– Porque… Porque entonces sí que podríamos clonarlo a usted. Maldita sea, podríamos desenterrar a Beethoven, al general Custer y a Elvis Presley. Hasta podríamos conseguir réplicas exactas de nuestra propia madre. También se podrían crear clones para que nos sirvieran de almacenes de repuestos. Así, podríamos desguazarlos cuando nos hiciera falta un pulmón nuevo, o un hígado o un corazón. ¿Se imagina los dilemas morales y sociales que eso plantearía? ¿Qué pasaría con las adopciones si cualquier persona pudiera pedir por correo una copia de sí mismo, o de quien quisiera? Y, al combinar la clonación con las nuevas tecnologías de recombinación del ADN, no resultaría nada difícil crear clones no del todo humanos: subhumanos que pudieran servir de carne de cañón en las guerras, esclavos, gladiadores… En vez de huertas orgánicas, tendríamos huertas de órganos; tendríamos personas desechables.