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– No, no puede estarlo -admitió Merlin-. Pero podemos estar seguros de algo: pensó que lo que tuviera que hacer era mas importante que averiguar si alguien necesitaba ayuda. Quizá debería recordar esta observación, doctor.

Ricky intentó moverse en el asiento para mirar a Merlin a los ojos. Era difícil. Merlin siguió sonriendo, con el irritante aspecto de quien controla la situación por completo.

– ¿Quizá debería intentar llamar a la persona a la que visitó?

– Señaló con la mano el móvil-. Para asegurarse de que está bien.

Ricky marcó deprisa el número del doctor Lewis. Sonó varias veces, pero nadie contestó.

La sorpresa asomó a su rostro, cosa que Merlín detectó. Antes de que Ricky pudiera decir nada, el abogado hablaba de nuevo.

– ¿Por qué está tan seguro de que esa casa era realmente el lugar de residencia del doctor Lewis? -preguntó Merlin con formalidad profesional-. ¿Qué vio que relacionara al doctor directamente con ese sitio? ¿Había fotos familiares en las paredes? ¿Vio algún signo de otras personas? ¿Qué documentos, adornos, lo que podríamos llamar mobiliario de la vida, probaba que usted estaba en la casa del doctor? Aparte de su presencia, claro.

Ricky se concentró, pero no recordó nada. El estudio donde habían estado sentados la mayor parte de la noche era un estudio típico. Libros en las paredes. Sillas. Lámparas. Alfombras. Algunos papeles sobre la mesa, pero ninguno que hubiera examinado.

Nada que fuera exclusivo y destacara en su recuerdo. La cocina era simplemente una cocina. Los pasillos conectaban las habitaciones. La habitación de huéspedes donde había dormido era impersonal.

Siguió sin decir nada, pero sabía que su silencio era tan bueno para el abogado como una respuesta.

Merlin inspiró hondo con las cejas arqueadas a la espera de una respuesta. Después las bajó, relajado, y pasaron a formar parte de la sonrisa de complicidad que esbozó. Ricky recordó una ocasión en su época de universidad, sentado ante una mesa de póquer mirando a otro estudiante y sabiendo que, tuviera las cartas que tuviese, no bastarían para vencer a su adversario.

– Permita que resuma la situación, doctor -dijo Merlin-. Siempre va bien dedicar un momento a evaluar, sacar una conclusión y, después, proceder. Éste podría ser uno de esos momentos. Lo único de lo que puede estar seguro es de que pasó unas horas en presencia de un médico al que conocía de tiempo atrás. No sabe si estuvo en su casa o no, o si tuvo un accidente o no. No sabe con certeza si su antiguo analista está vivo o no, ¿verdad?

Ricky fue a contestar, pero se contuvo.

Merlin prosiguió, y bajó la voz con tono de complicidad.

– ¿Cuál fue la primera mentira? ¿Cuál fue la mentira fundamental? ¿Qué vio? Todas estas preguntas… -Agitó un dedo y meneó la cabeza, como se haría para corregir a un niño díscolo-.

Ricky, Ricky, Ricky. Le preguntaré una cosa: ¿ha habido un accidente de coche esta mañana?

– No.

– ¿Está seguro?

– Acabo de hablar con tráfico. El agente ha dicho…

– ¿Cómo sabe que ha hablado con la policía de tráfico?

Ricky vaciló. Merlin sonrío.

– He marcado el número y le he pasado el teléfono. Usted ha pulsado OK, ¿no? Por lo tanto, podría haber marcado cualquier numero, de modo que hubiera alguien esperando la llamada. Puede que ésa sea la mentira, Ricky. Puede que ahora mismo su amigo, el doctor Lewis, esté en el depósito del condado de Dutchess esperando a que algún familiar vaya a identificarlo.

– Pero…

– No está captando la idea, Ricky.

– De acuerdo -soltó con brusquedad-. ¿Cuál es la idea?

Los ojos del abogado se entrecerraron un poco, como si la respuesta brusca de Ricky le hubiera irritado. Indicó la bolsa de viaje impermeable que tenía a los pies.

– Puede que no haya habido ningún accidente pero que, en cambio, en esta bolsa tenga su cabeza cortada. ¿Es eso posible?

Ricky dio un respingo, sorprendido.

– ¿Es posible, Ricky? -insistió el abogado, con voz sibilante.

Los ojos de Ricky se dirigieron a la bolsa. Tenía una forma corriente, sin ningún indicio externo acerca de su contenido. Era bastante grande como para que cupiera la cabeza de una persona, e impermeable, de modo que no habría manchas ni filtraciones.

Mientras tenía en cuenta todos estos detalles, notó que se le secaba la garganta y no sabía qué le aterraba más: la idea de que a sus pies hubiera la cabeza de un hombre que conocía o la duda de si era así.

– Es posible -susurró a la vez que alzaba los ojos hacia Merlín.

– Es importante que entienda que todo es posible: simular un accidente automovilístico, presentar una denuncia por acoso sexual ante el organismo rector de su profesión, invadir sus cuentas bancarias, matar a sus familiares, sus amigos o incluso sus conocidos. Tiene que actuar, Ricky. ¡Actúe!

– ¿Es que no tenéis límite? -preguntó Ricky con un ligero temblor en la voz.

– Ninguno. -Merlin sacudió la cabeza-. Eso es lo que hace que todo sea tan fascinante para nosotros, los participantes. En las reglas de juego que estableció mi jefe todo puede formar parte de la actividad. Lo mismo es válido para su profesión, imagino. ¿No es así, doctor Starks?

– Supongo -repuso Ricky en voz ronca, mientras se movía inquieto en su asiento-. Tendría que largarme ahora mismo. Dejarlo aquí sentado con lo que contenga esa bolsa.

Merlín sonrió de nuevo. Se agachó y dobló un poco la parte superior de la bolsa para dejar al descubierto las letras F.A.S. grabadas en ella. Ricky observó las iniciales.

– ¿Cree que no hay nada en esta bolsa con una cabeza que le relacione a usted, Ricky? ¿No cree que la bolsa fue comprada con una de sus tarjetas de crédito antes de que fueran canceladas?

¿Y no cree que el taxista que le recogió esta mañana y le llevó a la estación recordará que lo único que llevaba era una bolsa de viaje azul de tamaño mediano? ¿Y que lo dirá a cualquier policía que se moleste en preguntárselo?

Ricky intentó humedecerse los labios para encontrar algo de humedad en este mundo.

– Por supuesto -prosiguió Merlin-, yo podría llevarme la bolsa. Y usted podría actuar como si no la hubiera visto nunca.

– ¿Cómo…?

– Haga su segunda pregunta, Ricky. Llame ahora al Times.

– No creo que…

– Ahora, Ricky. Estamos llegando a la estación de Pennsylvania y, cuando estemos en un túnel subterráneo, el teléfono no tendrá cobertura y esta conversación terminará. Decídase de una vez.

– Para subrayar sus palabras, empezó a marcar un número en el móvil-. Tenga -dijo-. He marcado el departamento de clasificados del Times. Haga la pregunta, Ricky.

Ricky tomó el teléfono y pulsó el OK. Oyó la misma voz de mujer que había atendido su llamada la semana anterior.

– Soy el doctor Starks -dijo despacio-. Me gustaría poner otro anuncio clasificado en la portada.

Mientras hablaba buscaba desesperadamente las palabras.

– Por supuesto, doctor. ¿Cómo va la gincana? -quiso saber la mujer.

– Voy perdiendo -contestó Ricky, y añadió-: El anuncio tendría que decir lo siguiente… -Se detuvo, inspiró profundamente y dijo:

Hace veinte años, como profesional, traté a gente pobre en un hospital.

Me marché para mejorar de posición.

¿Fue eso lo que motivó esta situación?

¿Que, al irme, en el olvido la dejara provocó que esa mujer se suicidara?

La mujer repitió las palabras de Ricky.

– Es una pista muy extraña para una gincana -concluyó.

– Es un juego extraño -respondió Ricky.

Le dio de nuevo la dirección para que mandara la factura y colgó.

– Muy bien, muy bien -dijo Merlin asintiendo con la cabeza-.

Muy inteligente, teniendo en cuenta el estrés al que está sometido.

Es usted muy hábil, doctor Starks. Quizá mucho más de lo que se Imagina.

– ¿Por qué no llama a su jefe y le informa? -replicó Ricky.

Pero Merlin sacudió la cabeza.