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Randall, perturbado, se dirigió al médico.

– ¿Puede describirnos la afección, doctor?

– En el caso de la señorita Cook, la inflamación sintomática apareció en la tibia o hueso anterior de la pierna derecha, entre la rodilla y el tobillo. Pudo haber sido un caso agudo que provocó la destrucción del hueso (nuestras radiografías tal vez lo confirmen), ya que la paciente recuerda haber sufrido hinchazones, dolores y fiebres prolongadas. Nunca se le aplicó la terapia apropiada, y tampoco fue operada. Años más tarde, quedó coja.

– Doctor Fass -esta vez hablaba Wheeler-, ¿cómo puede explicarse lo sucedido anoche? Después de todo, quedó curada, ¿no es verdad? ¿Ya camina normalmente?

– Es verdad, podría decirse que ya camina normalmente -dijo el doctor Fass-. Ha respondido satisfactoriamente, según nuestro fisioterapeuta. Nuestro director médico estuvo presente en las pruebas que se le hicieron, y nuestro neuropsiquiatra la revisará esta tarde. En estos momentos la están examinando e interrogando los doctores Rechenberg y Koster, dos asesores cuyos servicios yo mismo solicité. Con respecto a lo de anoche, dudo mucho que yo sea la persona indicada para explicar lo que realmente sucedió. Por otra parte, puede ser que la paciente haya sufrido en su niñez algún tipo de trauma psíquico, en lugar de una enfermedad orgánica, y que las alucinaciones de anoche hayan contrarrestado o neutralizado el trauma por medio de la autosugestión. En tal caso, nosotros la clasificaríamos como víctima de una neurastenia prolongada, y su recuperación no podría considerarse como milagrosa. Por otra parte…

El doctor Fass lanzó una mirada al pequeño círculo que le escuchaba y sus ojos parpadearon.

– …si se comprueba que su cojera fue causada por una enfermedad orgánica, y que la señorita Cook sanó sin ayuda de la ciencia, entonces estamos hablando de algo completamente distinto. Y ya que hablamos de eso, me gustaría hacer referencia a un informe quirúrgico del siglo xvi, hecho por el estimable doctor Ambroise Paré, después de haber tratado la enfermedad de cierto paciente: «Je le pansay; Dieu le guérit»…. «Yo lo vendé; Dios lo curó.» -El doctor Fass hizo un gesto de disculpa-. Excúsenme, por favor; debo regresar al lado de mis colegas. Podrán ustedes interrogar a la paciente dentro de uno o dos días. Naturalmente, ustedes querrán que la paciente esté aquí bajo observación por lo menos durante dos semanas.

Mientras el médico empujaba la puerta para entrar al cuarto de Lori acompañado por la enfermera, Randall se abrió paso entre el grupo para asomarse por la puerta que había quedado abierta unos segundos. Apenas alcanzo a echar un brevísimo vistazo a lo que sucedía ahí dentro.

Lori Cook, tan pequeña, con su aspecto de muchacho, estaba sentada en la orilla de la cama y tenía su bata de hospital levantada más arriba de las rodillas. Un médico le examinaba la pantorrilla derecha, mientras otros dos observaban con interés. Lori Cook parecía ignorar a los doctores que la atendían. Contemplaba el techo, esbozando apenas una sonrisa secreta. Parecía realmente beatificada.

Luego, la puerta del cuarto se cerró, obstruyendo la vista de Randall.

Absorto en sus pensamientos, mientras se alejaba de la puerta, Randall notó que el grupo se había dispersado, y que Wheeler, que iba caminando por el pasillo con otras dos personas, le hacía señas con la cabeza.

Randall alcanzó a Wheeler, que estaba platicando con Gayda, el editor italiano, y con monseñor Riccardi, el teólogo católico… y se sentó junto a ellos en uno de los sillones de piel que había en la sala para las visitas diurnas.

– ¿Qué piensa usted de todo esto, monseñor Riccardi? -le preguntó Wheeler-. Ustedes, los católicos, tienen mucha más experiencia en estos asuntos.

Riccardi alisó el frente de su sotana y dijo:

– Es demasiado pronto para decir algo, señor Wheeler. La Iglesia actúa cautelosamente en estos asuntos. Siempre nos pronunciamos en contra de la credulidad inmediata.

– ¡Pero, se trata obviamente de un milagro! -exclamó Wheeler.

– A primera vista, la curación de la señorita Cook es asombrosa, muy asombrosa -acordó monseñor Riccardi-. Sin embargo, debemos abstenernos de emitir un juicio prematuro. Desde que Nuestro Señor realizó unos cuarenta milagros evidentes, ha habido nuevas señales visibles a Sus fieles, aun en nuestros tiempos. Esto lo sabemos con certeza. Pero debemos preguntarnos cuál es precisamente la naturaleza de un milagro verdadero. Nosotros sostenemos que es un suceso extraordinario, visible en sí mismo y no meramente en cuanto a su efecto. Es un evento inexplicable en términos de lo que son las fuerzas naturales; aquello que sólo pudo haber ocurrido a través de la intervención especial de Dios. Es a través de los milagros constantes que Dios se manifiesta según Su voluntad. No obstante, no todas las curaciones que aparentemente se acreditan a la fe pueden ser atribuidas a la intervención de Dios. Tengan presente que de cada cinco mil curaciones registradas por el santuario de Nuestra Señora de Lourdes, la Iglesia encuentra que quizás el uno por ciento son verdaderamente milagrosas.

– Porque muchas de ellas sólo son producto de la imaginación -dijo Gayda pedantemente-. La imaginación y los poderes de la sugestión pueden dar grandes resultados. Existe, por ejemplo, el falso embarazo. La Reina María, que gobernó a Inglaterra hasta 1558, ansiaba tanto tener un hijo, que dos veces tuvo falsos embarazos, aunque los síntomas eran aparentemente reales. Recuerden ustedes la demostración que hizo en París un neurólogo francés en los años treinta. Le dijo a un paciente, que tenía los ojos vendados, que le acababa de acercar una llama al brazo y que se lo había quemado. En seguida apareció una ampolla en el brazo del paciente, aunque todo era falso; un engaño. No le había acercado ninguna llama, sino que sólo se lo había sugerido. Y recuerden también a aquellos que fueron estigmatizados por llagas sangrantes como las que Cristo padeció… ¿Cuántos de esos casos ha habido, monseñor Riccardi?

– Históricamente, existen 322 casos comprobados de personas que sangraron de las manos y el costado, tal como a Cristo le sucedió en la Cruz. El primero fue San Francisco de Asís, en 1224, y el más renombrado de los últimos casos fue el caso de Teresa Neumann, en 1926.

Gayda quitó la vista de Riccardi para mirar a Wheeler.

– Como comprenderás, George, todo eso se debe a la sugestión. Esos seres creyeron en la Pasión y sufrieron igual que Cristo. Del mismo modo, Lori Cook deseaba tanto sanar y tenía una fe tan grande en nuestra nueva Biblia, que mediante el poder de la sugestión sanó.

Wheeler extendió las manos y dijo:

– Pero eso es un milagro; simple y sencillamente un milagro.

Monseñor Riccardi se levantó, asintiendo con la cabeza y dirigiéndose a Wheeler.

– Puede ser. Observaremos este caso muy de cerca. Esto pudiera ser sólo el comienzo. Una vez que Santiago difunda su nuevo evangelio al mundo entero, la creencia en la Pasión podría extenderse y, con fe y convicción, Nuestro Señor responderá y abundarán los milagros en todas partes. Rezaremos para que así sea.

Mientras Riccardi y el editor italiano salían de la sala, Wheeler detuvo a Randall.

– Lo logramos, Steven -dijo lleno de júbilo-. Puedo adivinarlo; lo siento muy en el fondo. Esos teólogos saben que ha sido un milagro; el primer milagro divino que puede acreditarse a nuestro Nuevo Testamento Internacional. Aun cuando los protestantes no consideran los milagros igual que los católicos, no podrán ignorar evidencias como ésta. Tienen que impresionarse con los poderes de nuestra nueva Biblia. Y ya se imagina usted cómo los católicos van a exigir un imprimatur para la obra. Una vez que nos den luz verde, quiero que esté listo con este asunto, Steven. Después de que se haga el anuncio de la Biblia, podrá usted difundir la historia de Lori Cook. ¿Acaso se le ocurre mejor endoso, mayor respaldo que este milagro? No se trata de una publicidad forzada, Steven. Será simplemente labor misionera. Piense en todo el bien que podemos hacer.