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– Entonces definitivamente no era alguien al que conociera, ¿cierto?

– Definitivamente.

– ¿Cree que Becky podría haberlo conocido sin que usted lo supiera?

Ella pensó un largo momento antes de responder.

– Bueno, es posible. Verá, resultó que había estado embarazada. No sabía eso, así que supongo que podría no haber sabido nada de él. ¿Era el padre?

– No lo sabemos.

Por sí misma, Bailey Sable había propulsado la conversación hacia la siguiente línea de interrogatorio de Bosch.

– Señora Sable, ¿sabe?, han pasado muchos años desde entonces -dijo éste-. Si entonces estaba sacando la cara por una amiga, lo entendemos. Pero si sabe algo más, puede decírnoslo ahora. Probablemente es la última oportunidad que nadie va a tener para resolver este caso.

– ¿Se refiere a su embarazo? De verdad no lo sabía. Lo siento. Me quedé tan impresionada como todos los demás cuando la policía empezó a hacer preguntas sobre eso.

– Si Becky iba a confiarse a alguien, ¿habría sido a usted? De nuevo tardó en responder. Lo pensó un poco.

– No lo sé -dijo ella-. Éramos muy amigas, pero también tenía una relación de amistad con unas pocas chicas más. Cuatro de nosotras nos conocíamos desde primer grado. En primer grado nos llamábamos el club Kiuy Cat porque todas teníamos gatos. En diferentes momentos y en diferentes años una de nosotras era más íntima de una de las otras. Cambiaba constantemente, pero como grupo nos mantuvimos siempre unidas.

Bosch asintió.

– El verano en que murió Becky, ¿quién diría que era la más cercana a ella?

– Probablemente Tara, fue la que peor se lo tomó. Bosch miró a Rider, tratando de recordar los nombres de las chicas con las que Becky había estado dos noches antes de su muerte.

– ¿Tara Wood? -preguntó Rider.

– Sí. Pasaron mucho tiempo juntas ese verano, porque el padre de Becky tenía un restaurante en Malibú y las dos estaban trabajando allí. Se partían un turno. Ese verano parecía que no hacían otra cosa más que hablar de eso.

– ¿Qué decían? -preguntó Rider.

– Oh, ya sabe, qué estrellas iban, ese tipo de cosas. Decían que iba gente como Sean Penn y Charlie Sheen. Y a veces hablaban de los chicos que trabajaban allí y de quién era guapo. No era demasiado interesante para mí porque no trabajaba allí.

– ¿Había algún chico del que hablaran en particular? La profesora pensó un momento antes de responder.

– La verdad es que no. Al menos que yo recuerde. Sólo les gustaba hablar de ellos porque eran muy diferentes. Eran surfistas y aspirantes a actores. Tara y Becky eran chicas del valle. Para ellas era un impacto cultural.

– ¿Salía con alguien del restaurante? -preguntó Bosch.

– No que yo supiera. Pero como le he dicho, no sabía nada del embarazo, así que obviamente había alguien en su vida del que yo no tenía noticia. Lo mantuvo en secreto.

– ¿Estaba celosa de ellas porque trabajaban allí? -preguntó Rider.

– En absoluto. Yo no tenía necesidad de trabajar y estaba bastante satisfecha con eso.

Rider iba hacia alguna parte, de manera que Bosch la dejó seguir.

– ¿Qué hacían para divertirse cuando estaban juntas? -preguntó ella.

– No lo sé, lo habitual -dijo Sable-. Íbamos a comprar y a ver películas, cosas así.

– ¿Quién tenía coche?

– Tara, y yo también. Tara tenía un descapotable. Solíamos subir… -Se cortó cuando recordó algo.

– ¿Qué? -preguntó Rider.

– Recuerdo que íbamos mucho a Limekiln Canyon después de clase. Tara tenía una nevera en el maletero y su padre nunca se enteraba si ella se llevaba unas cervezas de la nevera. Una vez nos paró un coche de policía. Escondimos las cervezas debajo de las faldas del uniforme. Funcionó perfectamente. El policía no se dio cuenta. -Sonrió al recordado-. Por supuesto, ahora que doy clases aquí estoy atenta a cosas así. Todavía tenemos los mismos uniformes.

– ¿Y antes de que empezara a trabajar en el restaurante? -preguntó Bosch, llevando la entrevista de nuevo hacia Rebecca Verloren-. Estuvo enferma una semana, justo después de que terminara la escuela. ¿La visitó o habló con ella entonces?

– Estoy segura de que sí. Dijeron que fue entonces cuando ella probablemente puso fin al embarazo. Así que en realidad no estaba enferma. Se estaba recuperando. Pero yo no lo sabía. Yo me creí que estaba enferma, eso es todo. No puedo recordar si hablamos esa semana o no.

– ¿Los detectives de entonces le hicieron todas estas preguntas?

– Sí, estoy convencida de que sí.

– ¿Adónde iría una chica de Hillside Prep que estuviera embarazada? -preguntó Rider-. Entonces, me refiero.

– ¿Se refiere a una clínica o un doctor?

– Sí.

El cuello de Bailey Sable se puso colorado. Se sentía incómoda por la pregunta. Negó con la cabeza.

– No lo sé. Eso fue tan impresionante como el hecho de que mataran a Becky.

Nos hizo pensar a todas nosotras que en realidad no conocíamos a nuestra amiga. Fue realmente triste, porque me di cuenta de que no había confiado en mí lo suficiente para contarme esas cosas. ¿Sabe?, todavía pienso en eso cuando recuerdo cosas de entonces.

– ¿Tenía algún novio que usted conociera? -preguntó Bosch.

– Entonces no. O sea, en ese momento. Tuvo un novio en primer año, pero se fue a vivir a Hawai con su familia. Eso fue el verano anterior. Después todo el año escolar pensé que estaba sola. No fue con nadie a ninguno de los bailes ni a los partidos. Aunque supongo que me equivocaba.

– Por el embarazo -dijo Rider.

– Bueno, sí. Es bastante obvio, ¿no?

– ¿Quién era el padre? -preguntó Bosch, esperando que la pregunta directa pudiera suscitar algún tipo de respuesta nueva.

Sin embargo, Sable se encogió de hombros.

– No tengo ni idea, y no crea que he dejado nunca de preguntármelo.

Bosch asintió. No había conseguido nada.

– ¿Cómo asimiló ella la ruptura con el chico que se trasladó a Hawai? preguntó.

– Bueno, pensé que le había roto el corazón. Se lo tomó mal. Eran como Romeo y Julieta.

– ¿En qué sentido?

– Rompieron por culpa de los padres.

– ¿Se refiere a que ellos no querían que estuvieran juntos?

– No, el padre de él consiguió un trabajo en Hawai. Tuvieron que trasladarse allí y eso los separó.

Bosch asintió otra vez. No sabía si alguna parte de la información que estaban obteniendo iba a resultar útil, pero sabía que era importante extender la red lo más posible.

– ¿Sabe dónde vive Tara Wood actualmente? -preguntó. Sable negó con la cabeza.

– Hicimos una reunión de diez años y ella no vino. Perdí contacto con ella. Todavía hablo con Grace Tanaka de vez en cuando. Pero ella vive en la zona de la bahía, así que no la veo demasiado.

– ¿Puede damos su número?

– Claro, lo tengo aquí.

La maestra se agachó, abrió un cajón del escritorio y sacó el bolso. Mientras ella estaba sacando una agenda, Bosch cogió la foto de Mackey del escritorio y se la guardó de nuevo en el bolsillo. Cuando Sable leyó en voz alta un número de teléfono, Rider lo anotó en una libretita.

– Quinientos diez -dijo Rider-. ¿De dónde es, de Oakland?

– Vive en Hayward. Quiere vivir en San Francisco, pero es demasiado caro para lo que gana.

– ¿A qué se dedica?

– Es escultora en metal.

– ¿Su apellido sigue siendo Tanaka?

– Sí. Nunca se casó. Ella…

– ¿Qué?

– Resultó que es homosexual.

– ¿Resultó?

– Bueno, lo que quiero decir es que nunca lo supimos. Nunca nos lo dijo. Se trasladó allí y hace unos ocho años fui a visitarla y entonces me enteré.

– ¿Era obvio?

– Obvio.

– ¿Fue a la reunión de diez años de la escuela?

– Sí, ella estuvo allí. Lo pasamos bien, aunque también fue bastante triste, porque la gente hablaba de Becky y de que el crimen nunca se resolvió. Creo que probablemente por eso no vino Tara. No quería que le recordaran lo que le ocurrió a Becky.