Изменить стиль страницы
No tenía vaso ni jarra,
no tenía nada, el pobre diablo.
¡Dale Tu paz a este hombre!
¡Dale, Señor, la luz eternal

EPÍLOGO

1

El contenido de estos libros se compone,

por así decirlo, de puro contenido.

ALFRED POLGAR

sobre las novelas de Leo Perutz

El comerciante de caballos Joachim Behaim, hijo de un mercader de la ciudad bohemia de Melnik, «un hombre de extraordinaria belleza, de unos cuarenta años», y personaje central de la novela El Judas de Leonardo, fue «uno de los hombres más rectos y, al mismo tiempo, más terribles de su tiempo». Su memoria «habría sido bendecida por el mundo si no se hubiese excedido en la misma virtud» que su antepasado literario Michael Kohlhaas. El sentido de la justicia de Behaim semeja una «balanza de oro» y así, tras vender dos caballos de pura sangre al duque Ludovico Sforza, se queda en Milán no sólo por amor, sino para cobrar del usurero Boccetta una vieja deuda. Éste rechaza con sarcasmo la reclamación, cuya legitimidad es «incuestionable», y Behaim busca la manera de «obtener satisfacción por la ofensa sufrida». A diferencia de Kohlhaas, comprende rápidamente que fio tiene sentido «apelar a la justicia pública» y de ese modo no se convierte en un «bandido y asesino» arcaico, sino en un bellaco moderno. Para obtener su dinero, Behaim traiciona el amor que siente por Niccola, hija de Boccetta, y valiéndose de un pérfido engaño, la utiliza como instrumento para cobrar su deuda. Para despedirse extiende, «como debe ser», un recibo por diecisiete ducados a su antigua amada.

La lucha entre Boccetta y Behaim no es la lucha a vida o muerte entre la burguesía mercantil y la nobleza -como la que estalla entre Kohlhaas y el señor feudal Von Tronka-, sino una lucha entre personajes de la tradición literaria. La figura de Boccetta, fácilmente identificable, personifica originalmente la mentalidad económica aferrada a las monedas característica del avaro y usurero cuyo lema es: «Quien conserva el dinero, tiene el honor». Behaim, en cambio, es el tipo del comerciante capitalista moderno que adopta la divisa: «Se puede ganar dinero con cualquier mercancía». El mercader Behaim está tan acostumbrado a medir las cosas de la vida por su valor de mercado, que recomienda al perplejo discípulo de Leonardo, D'Oggiono, que a la hora de vender sus bien pintadas figuras de Cristo, del publicano o de los apóstoles pida por ellas precios fijos; Behaim ni siquiera ve a las criaturas femeninas como individuos, sino que les asigna el nombre genérico de «Anitas». Hasta que se produce su encuentro con Niccola.

Desde ese encuentro El Judas de Leonardo no es sólo una novela sobre el dinero, sino también sobre el amor.

Niccola, la hija de Boccetta, ama a Behaim tan sinceramente que por ese amor no sólo sacrifica su pureza, sino también la lealtad que debe a su padre. Behaim, que en la novela afirma repetidamente «yo me conozco», se enamora locamente de Niccola y confiesa: «No me reconozco, no, ya no soy el mismo». Sin embargo, finalmente sigue siendo el que era, pues tras tomar la decisión de «contraer matrimonio» con Niccola, traiciona su amor por la deuda de diecisiete ducados. Como hace saber a Leonardo hacia el final de la novela, cuando descubre que Niccola es la hija de su deudor Boccetta, «ella ya no podía convertirse en mi esposa, ni seguir siendo mi amada. La había amado demasiado y eso no lo permitía mi orgullo ni mi honor». Al principio de la novela, el muchacho Giamino definía con las mismas palabras el pecado de Judas ante el maestro Leonardo, y después de que el moribundo Mancino llama la atención de Leonardo sobre el «Judas» Behaim, el maestro puede terminar su Cena.

El Judas de Leonardo es, por lo tanto, también una novela sobre la gestación de una obra de arte, sobre el arte y los artistas. La acción interior de la novela, que gira alrededor del dinero y el amor, conduce al descubrimiento del «Judas» Behaim y permite a Leonardo terminar aquella obra con la cual, según sus propias palabras, «se había convertido en pintor». Como antagonista de Leonardo está concebido el vagante Mancino que se llama a sí mismo «bebedor, jugador, buscavidas, pendenciero, putero», pero al que Leonardo considera sencillamente «un poeta». El lector puede juzgar hasta qué punto está justificada esa caracterización, pues Perutz nos ofrece algunos versos de Mancino. Según el patrón del Cordero, Leonardo y Mancino son sin duda los «mejores ingenios» y a su lado discurren por el Cordero y por la novela de Perutz numerosos artistas conocidos y menos conocidos que a veces no hablan tanto de arte como de las dificultades que tienen para ganarse el sustento; que «la verdadera felicidad es crear obras que no desaparecen en un día, sino que perduran durante siglos» es algo que ninguno de ellos sueña en voz alta y sólo lo hace «con resignación el repostero de la corte».

El Judas de Leonardo es una novela ingeniosa sobre los tres grandes discursos de la edad moderna: dinero, amor y arte. La novela está construida de manera voluntariosa y precisa; los discursos están cuidadosamente asignados a los escenarios y los personajes. El codicioso Boccetta se interesa exclusivamente por el dinero, la bella Niccola aparece sólo en la intriga amorosa, y la vida de Leonardo, él mismo lo dice con cierto orgullo, pertenece únicamente al arte: «Yo no sirvo a ningún duque, a ningún príncipe, y no pertenezco a ninguna ciudad, ningún país, ningún reino. Sólo sirvo a mi pasión de ver, de comprender, de ordenar y crear, y pertenezco a mi obra».

El comerciante bohemio Behaim actúa como protagonista en la intriga del dinero y del amor: él traiciona su amor por cobrar una deuda. Sólo un personaje de la novela juega en los discursos del dinero, del amor y del arte un papel principal: Mancino, un poeta de origen desconocido que, como subraya su balada, no se conoce verdaderamente: «Y qué soy yo en este mundo sino un mercachifle que negocia con lo que tiene en un momento dado, unas veces con versos, otras con mujeres». Ese Mancino, el lector lo averigua, ama a Niccola tan desinteresadamente como a su poesía, pero como no puede vivir de ninguno de los dos amores, ha de prestarse a toda clase de servicios ruines y negocios oscuros.

Los personajes principales de la novela, el viejo codicioso y su bella hija que se enamora de un ser indigno, el mercader que traiciona su amor, el poeta de origen desconocido, todos ellos son figuras artísticas de la tradición literaria pero viven en una novela histórica.

2

Sin preámbulos, transporta Leo Perutz al lector del Judas de Leonardo a los aguaceros lombardos de marzo de 1498 y pronto, hasta el conocedor de la historia de Milán, de la vida y obra de Leonardo y de Villon, tendrá dificultad para distinguir lo que es verdad, lo que es leyenda y lo que es ficción en esta novela moderna. Ya el primer capítulo brinda una excelente ocasión de comprobarlo. Que Leonardo fue exhortado el 29 de junio de 1497 por el secretario del duque Ludovico Sforza a que concluyese los trabajos de la Cena del refectorio del convento de Santa María delle Grazie es un hecho documentado, pero no la descripción que hace Perutz del encuentro que tiene lugar entre el duque, el prior y Leonardo. ¿Una bonita ficción? No, una bonita leyenda que ya en 1554 aparece en los Discorsi de Giovanni Battista Giraldi -que la presenta como un relato verdadero de su padre- de donde la podría haber tomado, embelleciéndola, Vasari para la segunda edición de sus Vite (1568). En la Vita de Leonardo de Vasari, el prior del convento se queja al duque con tanta insistencia por el retraso de Leonardo «que éste se vio obligado a mandar venir a Leonardo y a instarle con la mayor amabilidad a que terminase la obra». Leonardo se justifica ante el duque «algo a lo que nunca se habría prestado frente al prior».