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– Entonces, aquí es. -Dijo Tohrment cuando aparcó el Rover de su moderna casa.

Estaban en una sección de la ciudad que le era desconocida a John, dónde las casas estaban separadas y alejadas las unas de las otras. Había muchas con grandes puertas de hierro negro, céspedes circundantes y los árboles no solo eran arces y robles, algunos fantásticos, el nombre de los cuales desconocía.

John cerró los ojos, deseando no llevar una camisa a la que le faltaba un botón. Tal vez mantenía si mantenía su brazo alrededor de su estómago, la esposa de Tohrment no notaría.

Dios… ¿y si tenían hijos? Quienes se reirían de él…

¿Tiene hijos? John escribió sin pensarlo.

– ¿Qué pasa, hijo?

John hurgó en sus bolsillos buscando algunas hojas dobladas de papel. Cuando encontró el Bic, escribió rápidamente y giró el papel.

Tohrment se quedó quieto y miró hacia su casa, aquella cara tensa y dura como si tuviera miedo de lo que había dentro.

– Nosotros podríamos tener un niño. En poco más de un año. Mi Wellsie está embarazada, pero nuestras mujeres lo pasan muy mal durante el parto. -Tohrment movió la cabeza, sus labios se tensaron. -Cuando seas más mayor, aprenderás a temer el embarazo. Es un maldito ladrón de shellan. Sinceramente, preferiría no tener ningún niño a perderla. -El hombre se aclaró la garganta. -De todas formas, vamos. Comeremos y luego te llevaré al centro de entrenamiento.

Tohrment tiró del abridor de la puerta del garaje y salió. Mientras John cogía la maleta del asiento trasero, el hombre sacó la diez velocidades de la parte posterior. Entraron andando en el garaje y Tohrment encendió las luces.

– Voy a dejar tu bici aquí contra la pared ¿vale?

John asintió y miró a su alrededor. Había un Volvo familiar y…un Corvette Swing Ray convertible de los 60.

John solo pudo mirarlo fijamente.

Tohrment sonrió suavemente. -¿Por qué no te acercas y lo saludas?

John dejó caer su maleta y se acercó al Vette con un aturdimiento amoroso. Extendió la mano, queriendo acariciar el liso metal, pero entonces retiró la mano.

– No, tócalo. Le gusta la atención.

Oh, era un hermoso coche. Brillante, azul metálico claro. Y la cubierta estaba bajada por lo que podía ver el interior. Los asientos blancos eran magníficos. El volante brillaba. En el salpicadero estaban todos los indicadores. Cuando estuvo dispuesto a apostar que el motor sonaba como los truenos cuando lo encendiera. Probablemente olía como el aceite fresco que le pones al calentador.

Miró hacia Tohrment, pensando que sus ojos iban a estallar. Desearía poder hablar, solo decirle al hombre lo especial que era el coche.

– Sí, se ve bien, ¿verdad? Lo he restaurado yo mismo. Estoy a punto de ponerle las tapas para el invierno, ¿pero tal vez podríamos llevárnoslo al centro esta noche, que te parece? Hace frío, pero podemos ponernos los abrigos.

John irradió alegría. Y continuó sonriendo abiertamente cuando el pesado brazo del hombre le rodeó sus finos hombros.

– Vamos a alimentarte, hijo.

Tohrment recogió la maleta y se dirigieron hacia la puerta al lado de la cual estaba la bici. Cuando entraron en la casa, le llegó el olor de la comida mexicana, rica y picante.

La nariz de John se emocionó. Su estómago se retorció. Santo infierno, no iba a ser capaz de comer nada de todo eso. ¿Y si la esposa de Tohrment se ofendía…?

Una pelirroja abrumadora apareció en su camino. Ella fácilmente medía 1,8 metros, tenía la piel como la fina porcelana fina y llevaba un amplio vestido amarillo. Su pelo era increíble, un río suelto de ondas que le caían como una cascada por la espalda.

John se puso un brazo a su alrededor, ocultando el ojal.

– ¿Cómo está mi hellren? -Dijo la mujer, levantando su boca para besar a Tohrment.

– Bien, leelan. Wellsie, este es John Mattew. John, esta es mi shellan.

– Bienvenido, John. – Ella le ofreció la mano. -Soy muy feliz de que te quedes con nosotros.

John le dio la mano y rápidamente recolocó el brazo en su lugar.

– Vamos, chicos. La cena esta lista.

Todos los armarios de la cocina eran de color cereza, enumeras de mármol y brillantes aplicaciones negras. Un set de mesa de vidrio y metal con tres lugares preparados. Todo se veía muy nuevo.

– Sentaros vosotros dos. -Dijo Wellsie -Traeré la comida.

Él miró el fregadero. Era de porcelana blanca con un gracioso grifo de cobre que se elevaba en lo alto.

– ¿Quieres lavarte las manos? -Dijo ella. – Ve tu mismo.

Había una pequeña pastilla de jabón en el plato, y procuró lavarse todas la partes, incluso debajo de las uñas. Después de que él y Tohrment se sentaran, Wellsie llegó con los platos y bols llenos de comida. Enchiladas. Quesadillas. Ella se fue por más.

– Ahora, que hablamos. -Dijo Tohrment cuando se sirvió, amontonando la comida en su palto. -Wellsie, esto se ve fantástico.

John miró la muestra. No había nada en la mesa que él pudiera aguantar. Tal vez podría decirles que había comido antes…

Wellsie dejó un tazón delante suyo. Estaba lleno de arroz blanco con una pálida salsa sobre ello. El aroma era delicado, pero atractivo.

– Esto aliviará tu estómago. Lleva jengibre. -Dijo ella. -La salsa tiene mucha grasa, lo que te ayudará a subir algo de peso. De postre, he hecho budín de plátano. Esto baja bien y tiene muchas calorías.

John miró fijamente la comida. Ella sabía. Sabía lo que no podía comer. Y lo que podía.

El tazón que tenía delante se puso borroso. Él parpadeó rápidamente. Frenéticamente.

Apretó su boca cerrada, apretando las manos en su regazo hasta que se agrietaron los nudillos. No iba a llorar como un niño. Rachaza deshonrarse así.

La voz de Wellsie sonó tranquila. -¿Tohr? ¿Quieres concedernos un minuto?

Se escuchó el sonido de una silla que se echaba hacia atrás y luego John sintió una sólida mano sobre su hombro. El peso de pasos que se alejaban de la habitación.

– Ahora ya puedes. Ya se ha ido.

John cerró los ojos y se dobló, lágrimas que rodaban por sus mejillas.

Wellsie puso una silla a su lado. Lentamente, moviéndose, ella acarició su espalda.

Se sentía bendecido de que Tohrment hubiera ido y lo encontrara a tiempo. Aquella casa en la que iba a quedarse era muy agradable y limpia. Wellsie había hecho algo especial, algo que su estómago podría tolerar.

Ambos le habían dejado mantener su orgullo.

John sintió que lo tiraban hacia un lado y luego lo abrazaban. Meciéndolo.

Seco, absorbió la bondad.

Un poco más tarde él levantó la cabeza y sintió como le colocaban una servilleta en la mano. Se limpió la cara, arrojó hacia atrás los hombros y miró a Wellsie.

Ella sonrió. -Mejor.

Él asintió.

– Voy a traer a Tohr ¿de acuerdo?

John asintió otra vez y recogió el tenedor. Cuando tomó el arroz, gimió. No podía tener gusto de verdad, pero cuando llegó a su estómago, en vez de espasmos sintió un maravilloso aflojamiento en su estómago. Era como si la cosa hubiera sido calibrada expresamente para lo que necesitaba su sistema digestivo.

No podía levantar la mirada cuando Tohrment y Wellsie se volvieron a sentar y fue relevado mientras ellos comenzaron a hablar de cosas normales. Diligencias. Amigos. Proyectos.

Cuando se terminó todo el arroz y miró hacia la estufa, se preguntó si habría más. Antes de poderlo preguntar, Wellsie tomó su tazón y se devolvió lleno. Comió tres tazones. Y un poco de budín de plátano. Cuando dejó la cuchara, comprendió que era la primera vez en su vida que se había sentido lleno.

Suspiró, recostándose en la silla y cerró los ojos, escuchando el tono profundo de la voz de Tohrment y las dulces respuestas de Wellsie.

Parecía un arrullo, pensó él. Sobre todo mientras hablaban en una lengua que no reconocía.