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A título de ensayo, pregunté:

– ¿Te has topado con mi conductor Nigel? Levantó las cejas rubias.

– Casi siempre tenemos a Lewis.

– Sí, pero… Nigel es un hombre muy atractivo, según opinan mis secretarias, y simplemente pensé que tal vez no te agradaría que rondara mucho a Tessa.

– ¡Tessa! Siempre pensé que era Lewis el que le gustaba. Constantemente está murmurando cosas con Lewis.

Volví a llenar su copa. Ella frunció el entrecejo, no por la champaña, sino por un recuerdo repentino, y agregó:

– Enviaste a Nigel la semana pasada con nosotros para llevar los caballos de Jericho Rich a Newmarket, ¿verdad?

– Sí. El viernes. Pero no volveré a asignarlo con ustedes.

– Betsy me lo comentó. Llegó muy temprano o algo así y Tessa se subió a la cabina. Dijo que quería ir con él, pero Michael la vio y no le permitió ir.

Esa versión de lo que había sucedido sonaba mucho más verosímil que la que había oído con anterioridad, que Nigel había respondido virtuosamente que no la llevaría debido a mi prohibición sobre trasladar extraños en los camiones.

Maudie añadió:

– Michael me contó que se imaginaba el motivo por el que Teresa Rich quería ir con los caballos de Jericho cuando había dicho que detestaba al sujeto, pero era Nigel con el que quería ir, eso tiene más sentido.

– Es soltero y posee feromonas poderosas, según me dicen.

– ¡Vaya manera de plantearlo! -Maudie sonaba divertida-. La vigilaré y gracias.

Después de que se fue, me dirigí a la sala para ver qué podía recuperar.

Reflexioné en la máquina contestadora, que los asaltantes habían partido en dos tajos. El carrete de la cinta estaba desenrollado en el piso.

En la cinta, pensé, estaba grabada la voz del Trotador.

Al final no había anotado lo que había dicho y, aunque más o menos podía recordar sus palabras, no estaba seguro de que fueran exactas. Ningún diccionario de rimas me ayudaría si me equivocaba con las palabras originales. Busqué en la cocina un destornillador de cruz y otras herramientas. Liberé los pedazos del casete de la máquina contestadora. Descubrí que el hacha, al atravesar uno de los carretes, había dividido la cinta en varios trozos de tamaño muy corto.

Maldiciendo, encontré un casete viejo. Retiré la cinta que contenía. Luego, desenrollé la sección más larga que no había sido dañada y la rebobiné en uno de los carretes vacíos. Uní el extremo dividido en el segundo carrete, lo reemplacé en su casete y lo atornillé para cerrarlo otra vez.

Después busqué por la casa una vieja reproductora de casetes de bolsillo, pues sabía que tenía una en algún lugar. Finalmente la encontré y con una especie de plegaria, oprimí el botón para reproducir mientras contenía el aliento.

– Odio esta maldita máquina -se escuchó por fin la voz del Trotador-. ¿A dónde fuiste, Freddie?

Sonora y clara. ¡Aleluya!

Todo el mensaje estaba ahí, aunque ligeramente distorsionado. Tomé una hoja de papel y anoté lo que había dicho, palabra por palabra, pero todavía no lograba entender su significado.

¡Una langosta muerta en el foso en agosto pasado!

¡Era inverosímil! Alguien me habría avisado, aunque pasé gran parte de agosto en Francia, en las carreras de Deauville, y en América, en Saratoga.

¿Qué rimaba con langosta? Angosta, costa, guardacosta, posta…

No. ¿Qué casaba con langosta?

Camarón… ostión, calamar, pulpo, crustáceo, mar, concha, insecto, hormiga.

¿Un camarón muerto? ¿Alguna clase de insecto? ¿Quizá un pulpo muerto? ¿Tal vez un ostión muerto? Hice a un lado los disparates. Sentí que no obstante lograra descifrar el código, el mensaje podría resultar irrelevante. Era evidente que el Trotador no se imaginaba que iba a morir. No dejó un mensaje significativo, temiendo que fuera el último.

Cambié el enfoque, encendí la nueva computadora y confié en que no se produjera otro colapso total en el disco duro. Sorprendentemente, todo parecía funcionar como antes. Me conecté a la máquina en la oficina de Isobel para ver lo que ella y Rose habían registrado desde esa mañana.

Las dos habían estado ocupadas. Les había pedido que empezaran con los registros del día y, poco a poco, retrocedieran en el tiempo libre que les dejaban sus labores cotidianas, pero que no fueran más allá del inicio del mes.

Todavía no les informaba a mis secretarias que tal vez podría presentarles copias completas de respaldo sin antes estar seguro de, primero, que la persona que había querido forzar la caja no hubiera destruido los discos flexibles y, segundo, si el virus Miguel Ángel no los había borrado ya. Tampoco quería incurrir en un segundo ataque contra mi persona o mis pertenencias si alguien se enteraba de que los discos existían.

En la pantalla abrí el directorio de archivos para ver lo que Isobel y Rose habían registrado y encontré algo extraño: "Visitantes". Resultó ser la lista que les había pedido de todas las personas que habían estado recientemente en la oficina.

La lista mostraba:

Todos los conductores, con excepción de Gerry y Pat, que estaban enfermos de gripe.

Tessa Watermead (que buscaba a Nigel o a Lewis).

Jericho Rich (acerca de sus caballos).

Alguacil Smith (acerca del hombre muerto).

Doctor Farway (acerca del hombre muerto).

Señor Tigwood (para recoger su alcancía).

Betsy (la secretaria del señor Watermead).

Brett Gardner (cuando renunció).

Señora Williams (para la limpieza).

Loma Lipton (buscaba a F. C., pero él había ido a hacer una transportación de enlace).

Tecleé un mensaje de agradecimiento en la lista e hice una copia de respaldo del trabajo nuevo en un disco flexible limpio. Luego apagué la computadora, preparé algo para comer, bebí lo que quedaba de la champaña y pensé mucho acerca de los virus, tanto orgánicos como electrónicos.

Nina llamó por teléfono cerca de las diez, y antes de que le preguntara lanzó un gran bostezo,

– ¿Dónde estás?

– En la cabina del camión, en la granja. Ya acabamos de llenar los tanques de combustible y Nigel está limpiando el camión con la manguera, gracias a Dios. Estoy molida.

– ¿Sucedió algo?

– Absolutamente nada, no te preocupes. El viaje estuvo muy bien, conforme a lo planeado. Hicimos entrega del caballo saltador de exhibición. Es sólo que me parece que este jolgorio de conducir distancias tan grandes es un trabajo apropiado para hombres fuertes y jóvenes.

– ¿Cómo te fue con Nigel?

– Bien. Me colocó una mano sobre la rodilla un par de veces, pero me mostré firme. Es una persona muy divertida, y conversamos mucho -bostezó otra vez-. Casi termina la limpieza. Tiene una energía inagotable.

– Su principal virtud -estuve de acuerdo.

– Nos vemos mañana. Adiós.

Por la mañana, me dirigí muy temprano a la granja. Harvey ya se había ido a Wolverhampton y, en su ausencia, me gustaba siempre estar ahí en caso de que se presentaran peticiones o modificaciones de último minuto.

La mayoría de los conductores se encontraba en el restaurante cuando llegué ese viernes. Dave había sido asignado para ir con Aziz en el camión grande para trasladar unas yeguas de crianza a Irlanda. Ambos hombres habían llegado con mucha anticipación y le pedí a Dave que pasara a mi oficina, ya que tenía algo que discutir con él. Entró como siempre con su modo despreocupado, el rostro mostraba una expresión amigable y confiada.

Le indiqué con un gesto que se sentara en la silla frente al escritorio y cerré la puerta detrás de nosotros.

– Muy bien, Dave -inicié la conversación. Tomé el sillón que estaba detrás del escritorio. En ese momento experimentaba más irritación que ira-. Cuéntame, ¿cómo se arregló el problema de diarrea que tenías hace unos días?

– ¿Qué?

– Recuerda la escala en la gasolinera de South Mimms para comprar Imodium -le dije un poco fastidiado-. Enfrentémoslo ahora, Dave, ustedes no se encontraron con Kevin Keith Ogden de manera accidental.