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Caminé de regreso a la casa a través de la puerta del jardín. Maudie, que estaba en la ventana, me preguntó:

– ¿Qué sucedió? Susan se ve asustada.

– Me disgusté con Hugo, olvídalo. Presenta a Loma con Bruce Farway y, por favor, no me sientes junto a ella en la comida.

– ¿Qué? -rió y luego pareció pensativa-. Si lo hago, en recompensa tendrás que separar a Tessa de Benyi Usher. No me gusta que coquetee con él y, además, Dot está furiosa.

Hice todo lo que pude para atender su ruego, pero separar a Tessa de Benyl resultó imposible. Tessa era una insidiosa experta y no le importaba dar la espalda para evitar que la gente escuchara lo que susurraba al oído de Benyi. Me aplicó ese tratamiento un par de veces y dejé a Benyi en paz con sus tonterías.

Bruce Farway se interesó en Loma, la hermana bonita llena de buenas obras. Susan permaneció del brazo de Hugo y conversaba animadamente con el anfitrión acerca de caballos. Intriga y lazos intrincados, eso era típico de los pueblos dedicados a las carreras de caballos. Cambia de pareja y baila.

Comimos las espléndidas costillas que Maudie había preparado con papas asadas crujientes y después un postre de helado de miel y nueces. Me senté entre Maudie y Dot y me comporte con toda propiedad.

Los niños más pequeños charlaban acerca de los conejos que los Watermead tenían en el jardín, donde las mascotas de la familia se habían duplicado en el último año.

– Esos animales irán con el carnicero uno de estos días -murmuró Maudie a mi oído-. Salen y se comen mis dalias.

– Falta uno de los conejitos -Insistía su hija más pequeña-. Había quince la semana pasada y hoy sólo hay catorce. Los conté.

– Es muy probable que los perros se hayan comido uno -replicó Michael.

– ¡Papá!

Loma le habló al doctor Farway acerca de los saltadores de obstáculos pensionados, una de sus obras de caridad, y él escuchó con interés. La plática cambió entonces a Jericho Rich y su deserción de las caballerizas de Michael.

– ¡Bestia ingrata! -dijo enojada Maudie-. ¡Después de todos esos ganadores!

– Lo odio -repuso Tessa y puso tal intensidad en su tono que se ganó una mirada penetrante de su padre.

– ¿Por qué especialmente? -preguntó él.

La chica se encogió de hombros, apretó la boca y rehusó darle una respuesta. Tenía diecisiete años y estaba llena de resentimientos no especificados. Le gustaba menospreciar a los demás; aparte de ser una intrigante, Tessa era una de esas chicas a quienes nunca les había faltado nada, pero que no les bastaba con ser uno de los mortales favorecidos por la vida.

Su hermano Ed, que tenía apenas dieciséis años y era lo suficientemente tonto, repuso:

– Jericho Rich quería tener relaciones sexuales con Tessa y ella se negó, por eso se llevó sus caballos -para cambiar la conversación, el comentario era del calibre ganador de un Oscar. El timbre de la puerta principal sonó en medio del estupor general.

Era el alguacil Sandy Smith. Se disculpó y dijo que necesitaba ver al doctor Farway y también a Freddie Croft.

– ¿Qué ha sucedido? -pregunté.

Sandy nos comunicó la noticia en privado en el recibidor de la puerta principal.

– Se trata de tu mecánico, Freddie. El Trotador. Acaban de encontrarlo en el foso de inspección en tu granja. Está muerto.

Capítulo 4

EL TROTADOR tenía el cuello roto.

Quedamos estáticos frente al cuerpo. La cabeza se encontraba en un ángulo que resultaba imposible que estuviera vivo.

– Debe haberse caído -explicó Farway, como si hubiera descubierto el hilo negro.

Desde la parte de enfrente del foso, mi asistente Harvey me miro con incertidumbre a los ojos. Era seguro que pensaba igual que yo: que el Trotador no pudo haberse caído de manera accidental en el foso de inspección. En todo caso, tendría que haber estado verdaderamente borracho y, aun así, yo habría podido apostar a que sus instintos lo salvarían.

Como si me leyera el pensamiento, Sandy Smith suspiró.

– Anoche bebió demasiado en la taberna. Mencionó algo delirante acerca de extraños bajo los camiones. "Llaneros solitarios" y otras cosas por el estilo. Tomé las llaves de su auto al final y lo llevé a casa. De otra manera, habría tenido que arrestarlo.

– ¿Ya le informaste a su esposa acerca de lo ocurrido? -preguntó Farway.

– Hasta donde sé, no estaba casado -respondió Sandy.

– No tenía ninguna clase de parientes cercanos -amplié la explicación.

Farway se encogió de hombros, bajó por la escalera del foso y se inclinó para examinar con ojo clínico el cuerpo torcido. Tocó ligeramente el cuello flexionado.

– ¿Hace cuánto tiempo que murió?

Farway contestó con vacilación.

– Yo diría que bastante tarde esta mañana.

Todos comprendimos que en ese momento era imposible hacer una conjetura más acertada. El doctor Farway subió la escalera y sugirió que él y Sandy llamaran nuevamente a los hombres que habrían de llevarse al Trotador a su destino final.

Le pregunté a Harvey cómo había encontrado al Trotador.

Harvey se encogió de hombros.

– No lo sé. Mientras esperaba mi comida, sólo deambulaba por el patio, como lo hago con frecuencia. Ya habían partido todos los camiones que tenían que trabajar hoy. Me percaté que las luces del granero estaban encendidas, así que vine a apagarlas -hizo una pausa-. No me preguntes por qué llegué hasta el foso. Ignoro la razón. Sólo lo hice.

El foso se localizaba en realidad en el extremo más alejado del granero, con el propósito expreso de evitar que las personas tropezaran y cayeran por el borde de modo accidental. Un portón eléctrico permitía introducir un camión y colocar a éste directamente sobre el foso. La puertecilla que se encontraba más cerca del corral de la granja, para uso de los peatones, servía de acceso al taller, y en una bodega situada en una esquina se guardaban las herramientas bajo llave.

– ¿Crees que el Trotador haya estado tirado aquí todo el tiempo mientras los conductores se presentaban a trabajar y sacaban los camiones?

Harvey se veía muy preocupado.

– No lo sé. Tal vez. Es escalofriante, ¿verdad?

Farway y Sandy sacaron sus teléfonos y convocaron a sus compañeros. Harvey y yo nos sentíamos molestos e inseguros y nos dirigimos a la oficina.

– ¿Crees que se haya caído? -le comenté a Harvey al entrar al sitio sagrado que solíamos compartir e hice una pausa.

– No quisiera ni pensar en la otra opción.

– Yo tampoco. ¿Quién estuvo en la taberna, ayer por la noche, con el Trotador?

– Sandy, desde luego. Dave… -interrumpió horrorizado-. Qué quieres decir con ¿quién estuvo en la taberna que lo oyó hablar acerca de los extraños debajo de los camiones? No querrás decir que…

Negué con la cabeza, aunque, ¿cómo podía evitar pensarlo?

– Pero esa caja registradora escondida estaba vacía -insistió preocupado Harvey-. Nadie querría asesinar al Trotador por una cosa vacía e inservible como ésa.

Harvey, notablemente aprehensivo, clavó la mirada en la hilera de camiones.

– Cuando encontré al Trotador -dijo-, regresé a casa y llamé por teléfono a tu línea personal, pero me contestó una grabación. Después llamé a Isobel y me dijo que creía que estabas en casa de los Watermead, ya que Nigel le había comentado que ibas a comer ahí. Parece que Tessa se lo informó. Así que Sandy dijo que iría a buscarte.

Harvey empezó a dar preocupantes señales de indecisión que, por el largo tiempo de conocernos, de inmediato identifiqué como duda sobre si debía decirme o no algo que tal vez yo no quisiera escuchar.

– Habla ya.

– ¡Oh, vaya! Nigel dijo que Tessa quería ir a Newmarket el viernes con él y las potrancas. Se subió al camión y se acomodó en el asiento del pasajero.

– Espero que no la haya llevado.

– No, pero a Nigel se le complicó la existencia. Quiero decir, por un lado estabas tú con tus amenazas de despedir a quienes llevaran gratis a alguien y, por el otro, se encontraba ella, la hija del entrenador, que quería ir con él -hizo una pausa-. Esa chica es una damita muy educada y Nigel es un hombre muy atractivo, por lo menos eso dice mi esposa y, no me malentiendas, pensé que sería mejor que te enteraras.